La rosa tatuada

Un Tennesse Williams menos melodramático en la versión de Carme Portacelli en el María Guerrero

Foto de David Ruano
Foto de David Ruano

En el imaginario de muchos espectadores colea una adaptación cinematográfica en la que Anna Magnani completó un papel creado ex profeso para ella, donde consigue ─aparte del Óscar─ una interpretación que encajaba excelentemente con unas circunstancias históricas, sociales y una consideración de lo que implicaban los extranjeros provenientes de Sicilia a Estados Unidos. También es cierto que el film no es fiel al texto escrito por Tennessee Williams. La cuestión principal radica en: ¿cómo se puede modernizar un relato en el que las costumbres de los protagonistas nos parecen ahora fuera de todo tiempo y lugar? Carme Portaceli se ha embarcado en la difícil tarea de encajar unos modos anticuados, en una sociedad más estilizada. Si la historia de Serafina delle Rose (¿existe alguna otra obra literaria de calidad en la que se abuse tantísimo de un símbolo como en esta? Uno acaba pinchándose con esas rosas por todos los lados), una costurera, inmigrante en un pueblo cercano a Nueva Orleans, enamoradísima de su marido ─a la sazón, un camionero que transporta plátanos y mercancías de otro cariz─ que muere abrasado durante una persecución policial, nos parece increíble; no hay más que fijarse en cómo acaba con un hombre que se define en estos términos: «¡Scusami, Signora, soy nieto del tonto del pueblo de Ribera!». O sea, después de idealizar a su esposo, un hombre, por lo visto, muy atractivo, varonil e impetuoso, que la mantenía y la mantiene en perpetuo encantamiento, esta se «cura» con alguien que de tan bueno, es tonto (incluidas unas orejas de soplillo que le regala el dramaturgo). Y es que el personaje que debe interpretar Roberto Enríquez, sabiendo que es un actor muy capaz y que sabe redondear su rol, se deslavaza a cada instante, es verdaderamente inconsecuente para la historia y mucho más en un mundo tan complejo como el contemporáneo. ¿Qué feeling puede darse entre un individuo desgarbado y una mujer que afirma ser pura pasión henchida de sangre caliente? Debemos pensar en un súbito síndrome de Wendy en la protagonista. El contraste aumenta mucho más si en el papel de Serafina se mete Aitana Sánchez Gijón, una mujer hermosa que más que costurera parece diseñadora de ropa, y que más que atribulada parece rabiosa por una pérdida que conlleva, también, consecuencias sociales. Al menos, la interpretación de la actriz sostiene el pulso, con una expresión cargada de fuerza y soltura escénica. Servido el planteamiento, pululan por los alrededores personajes de mayor o menor importancia. En primer lugar, la hija, de nombre Rosa, que Alba Flores lleva mucho mejor cuando baja el tono y busca la intimidad, y se aleja de un griterío casi arrabalero e intenta abordar al marinero Jack Hunter (Ignacio Jiménez vuelve a ofrecer su cara amable y su bondadosa forma de hacer). El resto de personajes es una algarabía que traslada la obra hacia la comedia casi festiva en ocasiones, hasta el Padre De Leo encarnado por Jordi Collet parece quitarle hierro a los asuntos sobre los chismes y las cenizas del difunto trasladadas a un altar casero. Luego, también, nos encontramos caricaturas como la de Estelle Hohengarten (la amante secreta de Rosario, el marido de Serafina) a la que Gabriela Flores interpreta. Es un caso el de esta función de La rosa tatuada contradictorio en las sensaciones que nos podría generar la escenografía. Si la disposición de la gran fachada sobre la que se proyectan diversas imágenes y que luego desciende para volver a ascender resulta atractiva, el hecho de que podamos inmiscuirnos en el interior del hogar resta intimidad a varias escenas que requerirían un mayor recato. Desde luego, la estetización general, tanto en vestuario como en lo carnavalesco de algunos bailes y canciones o en el reparto del atrezo, nos aproxima, como ya se ha comentado, a un mundo más moderno, donde cierta pacatería se observa como un anacronismo. Cualquier atisbo de superchería, de cerrazón costumbrista o de presión social se descompone y nos parece inverosímil.

La rosa tatuada

Autor: Tennessee Williams

Traducción: Vicente Molina Foix

Versión y dirección: Carme Portaceli

Reparto: Jordi Collet, Roberto Enríquez, David Fernández «Fabu», Alba Flores, Gabriela Flores, Ignacio Jiménez, Aitana Sánchez-Gijón, Paloma Tabasco y Ana Vélez

Adaptación: Gabriela Flores y Carme Portaceli

Escenografía: Anna Alcubierre

Iluminación: Pedro Yagüe

Vestuario: Antonio Belart

Música y espacio sonoro: Jordi Collet

Asesoría de movimiento: Amaya Galeote

Vídeo: Eugenio Szwarcer

Ayudante de dirección: Judith Pujol

Ayudante de escenografía: Juan Sebastián Domínguez

Ayudante de iluminación: Carlos Díaz Llanos

Ayudante de vestuario: Cristina Martínez Marín

Ayudante de vídeo: Paula Bosch

Diseño de cartel: Isidro Ferrer

Fotos: David Ruano

Producción: Centro Dramático Nacional

Teatro María Guerrero (Madrid)

Hasta 19 de junio de 2016

Calificación: ♦♦

Texto publicado originalmente en El Pulso

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2 comentarios en “La rosa tatuada

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