Un montaje, repleto de ritmo, muestra las disquisiciones morales de los ciudadanos que configuran un jurado popular

Acudir a una función como El jurado con prejuicios lógicos sobre este tipo de obras, ya se sabe ─aparición de todos los tópicos y prototipos de nuestra sociedad con un fin claramente aleccionador acerca del papel de la justicia─ y salir no ya solo satisfecho de su habilidad y agilidad, sino reconfortado con que, desde ciertas perspectivas, todo es aún peor. Acotando la obra dentro de un contexto que se circunscribe a lo judicial, al entramado que se conduce a través de dilemas (en apariencia), que se pretende realista y hasta racionalista, se exprime virtuosamente tanto en el propio texto como en la dramaturgia que ha dispuesto su director Andrés Lima. No es fácil escribir un caso que como tal no se expone ─al menos de forma concisa─ y, a la vez, trazar unos diálogos en los que se dibuja un recorrido donde cada sesgo cognitivo y cada pecado oculto de los nueve participantes en el jurado, es una quiebra por la que el interfecto (desde luego, no presente) pasa de presunto culpable a presunto inocente y a no se sabe qué más. Conseguir esto sin caer en lo demagógico es verdaderamente complicado, máxime cuando debes proponer un acto teatral que persuada al respetable, es decir, debe contener personajes que sean difusos en el estereotipo (sin estereotipos no se puede construir un thriller así). Por eso, Luis Felipe Blasco Vilches (de quien recordamos su obra política El encuentro) ha situado a unos tipos que si bien ocupan un lugar dentro de la variedad social de nuestra época, se manifiestan en una línea de cinismo que va desde la plena vastedad, hasta la torticera manipulación, pasando por la inocente ignorancia de quien repite lo que ha escuchado a alguien en otro lugar. Tenemos un claro (o no) caso de corrupción. Un jurado compuesto por nueve personas debe deliberar si es culpable un cargo político. Como presidente, Eduardo Velasco intenta conducir el procedimiento con cierta energía. Luego tenemos a los dos contendientes máximos. Por un lado, Víctor Clavijo que, como ya hizo en Fausto, vuelve a demostrar lo bien que se le dan estos papeles de astuto y soberbio con su discurso de pequeño empresario «esto me lo he ganado yo». En gran parte de la función es quien nos sugiere mayor interés con sus matices. Por otra parte, está Pepón Nieto, un supuesto maestro, quien se mantiene al margen al inicio para, una vez rompe con el consenso, dar paso a crear confusión como un verdadero ilusionista. Otra pieza de cierta relevancia es Luz Valdenebro, una podemita casi confesa que dice tener muy claros sus principios y que aplica en sus intervenciones los ya clichés de su partido circular. El resto son piezas algo más endebles, pero necesarias para completar el puzle. Ahí está Usun Yoon, a la que aún le falta vocalizar un poco más cuando suelta frases cortas y rápidas, aunque se mueve con soltura en escena. Por su parte, Canco Rodríguez nos depara grandes momentos cómicos con su tozudez y sus maneras impulsivas, y su lenguaje chabacano. De forma contraria, Cuca Escribano mantiene un equilibrio entre el nerviosismo de alguien que esconde una preocupación y la apostura de una mujer educada. Finalmente, Josean Bengoetxea es de esos hombres que rápidamente parecen inconsistentes; no así, Isabel Ordaz, un ama de casa capaz de mantener su genuino sentido común hasta el final; grandiosa en sus tics. A todo lo comentado hay que añadirle como aspecto muy favorable el ritmo y la estilización que desde el principio se muestra. La presentación de los personajes como si fueran los participantes de una teleserie. El movimiento de la mesa central, girando sobre sí misma mientras la música y las luces acompasan transiciones donde se aniquila todo ese tiempo perdido en discusiones vacuas. O, también, esos apartes, esas conversaciones medio ocultas, dinamizan un montaje fulgurante. Dicho todo ello, también, cómo no, podemos preguntarnos si esto que nos cuentan, por verosímil, se enreda en nuestros hábitos periodísticos, es decir, ¿acaso nos sorprende que un grupo de españoles se comporte así? Quizás se haya perdido una oportunidad, dentro de esta ficción, para introducir líneas de fuga, como bien podría ser la intervención de un negacionista, de alguien que se plantara ante la obligatoriedad de juzgar a otro ser humano, alguien que cuestionara el sistema. Pero esta sería otra historia. Definitivamente, El jurado plasma un engranaje de corrupción sistémica y un cuestionamiento ético de nuestras capacidades dentro de la sociedad para romper con unas inercias que, a veces, nos vienen sobrevenidas; pero que, en otros casos, son producto de nuestra desidia.
Autor: Luis Felipe Blasco Vilches
Dirección: Andrés Lima
Reparto: Josean Bengoetxea, Víctor Clavijo, Cuca Escribano, Pepón Nieto, Isabel Ordaz, Canco Rodríguez, Luz Valdenebro, Eduardo Velasco y Usun Yoon
Iluminación: Valentín Álvarez
Escenografía: Beatriz San Juan
Vestuario / figurinista: Paloma de Alba
Música original: Jesús Durán
Ayudante de dirección: Laura Ortega
Coordinador técnico: Alberto Hernández de las Heras
Productor ejecutivo: Carlos Lorenzo
Producción: Avanti Teatro
Naves del Español – Matadero (Madrid)
Hasta el 15 de mayo de 2016
Calificación: ♦♦♦♦
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