Después de 37 años se recrea el trascendental encuentro entre Suárez y Carrillo evitando todo desliz panfletario
El domingo 27 de febrero de 1977 se reunieron en la finca del periodista José Mario Armero dos líderes antagónicos puestos ahí por la historia (no desde luego por ningún pueblo). Enfrentados bajo tintes pugilísticos, la Sala Pequeña del Teatro Español acoge a un Santiago Carrillo bronco, temeroso y hasta chulesco (muy alejado de la imagen que la gente más joven de este país tenía de él cuando se le escuchaba en los micrófonos de la SER por las tardes en una tertulia) que un actor como Eduardo Velasco perfila sin caricaturización, apostando por una especie de seguridad dubitativa muy apoyada en los gestos de los brazos, en la mirada y, sobre todo, en las pausas. Al otro lado del cuadrilátero, iluminado por los brillos del coñac, José Manuel Seda interpreta a un Suárez que por momentos pierde los nervios, que llega incluso a soltar palabrotas con su flequillo impertérrito y su sonrisa encantadora. En la montaña rusa dialéctica, España se enfrente consigo misma, con su pasado, con sus miedos, con sus esperanzas y con todos los tragos amargos que, principalmente, Carrillo debe pasar. El pragmatismo se trenza en un diálogo donde, ni en un solo instante, se cuestiona la moralidad y lo democrático del encuentro. Observándolo con distancia y viviendo en los lodos de esos barros, la obra, a la que también se le debe realizar un juicio político (a ello nos convoca), bien pareciera que la izquierda se ha creído aquello de que hablando se entiende la gente y de que hay que pactar, y de que los políticos actuales no están a la altura (si en aquel momento ya eran monigotes, en estos momentos aún lo son más). Pareciera que esta escenificación nos quiere vender la idea de que si mañana los líderes de los principales partidos se dieran un enorme abrazo y charlaran como buenos colegas, a España le iría mucho mejor (llevan abrazados treinta y cinco años). Que si tú cedes un poco y yo cedo otro poquito, ya verás que contenta va a estar la gente. En definitiva, El encuentro merece la pena como ejercicio de reflexión. Es una escenificación seca de un momento cumbre de nuestro pasado reciente, es interpretada con dos actores de temple y demuestran que saben bailar en las distancias cortas manteniendo una tensión excelente. Desconozco el verdadero fin de Luis Felipe Blanco al escribir el texto (dramáticamente muy interesante), pero, inevitablemente, apuntala esa mitología sobre los grandes hombres de la Transición que, consensuando desde las alturas, se olvidaron de concretar que aquello era una tregua y que después había que bajar a la tierra a establecer un verdadero proceso de libertad constituyente que diera por concluido ese periodo transicional (que aún no ha terminado). Gran trabajo.
El encuentro
Texto: Luis Felipe Blasco Vilches
Dirección: Julio Fraga
Reparto: Eduardo Velasco, José Manuel Seda
Dirección de arte: Gonzalo Narbona
Espacio sonoro: Santiago Martínez
Teatro Español – Sala Margarita Xirgu (Madrid)
Hasta el 30 de marzo de 2014
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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