Los amigos de ellos dos

Daniel Veronese dirige a Malena Alterio y David Lorente en esta dramedia sobre conflictos de pareja con ciertos tintes de absurdo

Los amigos de ellos dos - Foto de Sergio ParraPosee este espectáculo una contradictoria amalgama de sustancias dramáticas. Si me quedo con la experiencia directa, circunstancial, algo de tedio y de pretensiones consabidas surgen; porque el andamiaje discurre sobre el costumbrismo de nuestros días y las cuitas tan explotadas por la comedia (pequeño)burguesa que abarrota las salas comerciales. Si a eso le añadimos un discurrir moroso y, por momentos, insufrible; entonces, concluyo que es una obra más. Pero hete aquí que, una vez nos detenemos a recapacitar sobre lo acontecido, y apartamos todos esos aderezos humorísticos que, desde luego, divierten, podemos hallar rasgos de una pieza ingeniosa.

De alguna manera, este proyecto tiene estructura de episodio, de sketch. Podría durar perfectamente veinticinco minutos y se ajustaría con más verosimilitud a la espera de esos dos malhadados. Y, por otra parte, incluye un epílogo que eleva con creces ciertos decaimientos en el ritmo, ciertas repeticiones que, si bien valen para describir aún más los mecanismos sicológicos de los protagonistas, también inciden en el bucle sin fin. Ese colofón atraviesa el absurdo para desembocar en el surrealismo. Por un instante elucubré que estaban dentro de un juego macabro, futurista, en estilo Black Mirror; que se habían subsumido a alguna plataforma para parejas tediosas, unos esclavos, unas mascotas para que unos parvenús puedan deleitarse con su soberbia, mientras machacan cada jueves a un par de insulsos sin charme.

Sin embargo, antes de alcanzar ese final: ¿qué descubrimos? Pues algo muy sencillo. Un matrimonio de mediana edad acude a un estiloso restaurante (diseñado por Elisa Sanz e iluminado por Pedro Yagüe. Realmente acogedor), alejado de su hogar (no falta el comentario sobre el precio del taxi). Allí han sido convocados por sus amigos, únicos e íntimos. La mesa ocupa un reservado al que no accederá en ningún momento nadie, ni siquiera un camarero. Que la espera nos haga pensar en Godot sería una comparación abusiva y tópica, si la función no desembocara en un acontecimiento en ese desenlace buñuelesco. Al fin y al cabo, aguardan a sus oráculos, a sus modelos, a sus fetiches.

El dúo es idóneo en grado sumo. Puesto que David Lorente, debido a ese arco interpretativo capaz de manejarse con diferentes carices cómicos, como demostró, por ejemplo, en Los desiertos crecen de noche, toma a este Nicolás, a este mindundi, que carece del más mínimo carisma y que expresa su tozudez a cada segundo. En él escucharemos frases portentosas, totalmente irrisorias, como cuando describe a los espléndidos hijos de sus amigos (de tres colores distintos, como los de Brangelina), mientras que el suyo es poca cosa. Luego, Malena Alterio se regodea en su sempiterna sencillez, en esa claridad tan llana que articula con tanto comedimiento. Ella también tiene su vis cómica (recuérdese Los que hablan); aunque es más irónica, mucho más sutil. Esboza una visión existencial que se aproxima a la aurea mediocritas, a esa zona de confort, de la que se supone que debemos huir para que nuestro deseo y nuestra producción no decaigan (obsérvese al marido). Ella es sicóloga en un hospital y está contenta con su trabajo. Promueve una aquiescencia alegre, sin llegar a esa tristeza que expelen los Pantomima Full en su célebre Conformista. Por su parte, él es un abogado sin demasiado éxito. Por eso nos demuestra su envidia insoportable, su desazón de mediocre sin remisión; además, claro, de sus permanentes meteduras de pata frente a su mujer, que casi nos destinan a la separación inevitable. Que lloriquee en un par de ocasiones es más que suficiente para retratarlo. Sí que es cierto, como señalaba, que la sustancia principal de este montaje son esos diálogos demasiado manidos en tantas y tantas obras de cenas y parejas, y comparaciones de unos y otros, en esta clase media tan rácana, que es precisamente la que ellos representan, como así nos detallan cuando discurren sobre su pisito y su modesto utilitario. Encima, algunas pausas parece que están para alargar la propuesta de forma artificial.

Desconocer la versión de los otros, que han aguantado esta relación doce años, nos permite especular con una variedad de soluciones que se pueden ajustar más a nuestras tradiciones, o sea, el puro hábito, de gentes que comienzan en un punto, pero que terminan avanzando a velocidades muy distintas. No obstante, también podemos ponernos más filosóficos y establecer otra más de esas relaciones amo-esclavo, quizás con tintes algo macabros y morbosos; pues la conclusión resulta insidiosa y regodeante.

Matías del Federico y Daniel Veronese aportan una deriva interesante dentro del subgénero; pero tampoco van mucho más allá. Posee sus peculiaridades, sus matices extravagantes y eso nos hace disfrutar, quizás, más una vez la reposamos en nuestra memoria, cuando uno reflexiona sobre los modos de relacionarse con los demás, sobre la autoestima y sobre esa necesidad tan absurda de demostrar aquello que ni se es, ni es probable que se llegue a ser nunca.

Los amigos de ellos dos

Autor: Matías del Federico y Daniel Veronese

Dirección: Daniel Veronese

Reparto: Malena Alterio y David Lorente

Diseño de iluminación: Pedro Yagüe

Diseño de espacio escénico: Elisa Sanz

Diseño de vestuario: TallerEs

Dirección de producción (Producciones Off): Ana Guarnizo

Producción ejecutiva (Producciones Off): Mónica Regueiro

Una producción de Teatro Español, Producciones Off y Vania

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 16 de junio de 2024

Calificación: ♦♦♦

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