Los guapos

El debut teatral de David Trueba resulta un tanto anodino en esa revisión nostálgica de un barrio ochentero

Los guapos - Foto de Luz Soria¿Ha intentado David Trueba hacer un refrito de su cine más costumbrista para ir sobre seguro en su primera aproximación a las tablas? Apostemos a que sí. Rebuscar en el pasado para describir a gente de su generación. Fijémonos en Casi 40. Tengamos, también, en cuenta que ambos actores trabajaron a las órdenes del director en A este lado del mundo. Además, podríamos considerar algunas de sus novelas, como Cuatro amigos. Ciertamente al autor le gusta penetrar en la realidad española y abordar aspectos a veces desapercibidos. Por eso es capaz de incluir elementos humorísticos extraídos de sus admirados Berlanga y Azcona. Aunque en esta obra teatral se eche de menos esa comicidad un tanto paradójica.

Seguramente se ha inclinado por una sencillez excesiva, apoyando un discurrir espontáneo que lograra concitarnos a su mundo. Es claro que los espectadores que más nos vamos a ver reflejados somos aquellos que hemos vivido esa época a la que se hace referencia, a esos sobredimensionados años ochenta, lanzados a la siguiente década, los insignificantes noventa. La nostalgia, como siempre, los tópicos por demás, y ese territorio repleto de ingenuidad por todas partes, donde lo nuevo parecía más revolucionario de lo que fue. Las costumbres eran tozudas, el paro persistente y la droga devastadora, principalmente, para los barrios más humildes.

Se percibe el macilento ritmo que ha imprimido a muchas de sus películas, precisamente, su sobrino, Jonás Trueba. Esa deriva de la nouvelle vague, a lo Éric Rohmer, atravesada por la idiosincrasia española. Es más, hasta comparten actor. Porque Vito Sanz, quien viene de estrenar con sus compadres caníbales Instrucciones para sobrevivir en lo oscuro, es uno de los actores fetiche del más joven de la familia de cineastas. Este esboza su sempiterna mueca de timidez, cuando no explota su vis cómica, como aquí. No obstante, tenemos que ir reconociendo que se lo arrincona hacia ese mohín taciturno, blandito, de ojos caídos. Aquí se insiste en ello. Luego, Anna Alarcón ya había exprimido su rictus furibundo y esa capacidad para plantarse con energía descomunal sobre el escenario, no hay más que recordar Una galaxia de luciérnagas o Desayuna conmigo. Igualmente, esa faceta encantadora y aviesa que detectamos en Sé de un lugar. Ambos han demostrado siempre su disposición para ampliar sus personajes, y en esta función son ellos los auténticos valedores de la propuesta. Sin embargo, su esfuerzo no es suficiente para levantar un texto que no despega, que es plano. Si, además, se recurre a discursos explicativos con esos apartes, donde cada uno puntualiza toda una serie de circunstancias para que el público se pueda adentrar más, entonces poco hay que hacer. El argumento, en definitiva, es anecdótico y no va más allá. Ambos han quedado en el bar de antaño, de su barrio de toda la vida. Pablo se ha convertido en un abogado de cierto éxito profesional, ha luchado por los derechos de unos inmigrantes y ha ganado el caso. Mientras que Nuria ha sido víctima del determinismo. Ella y su hermano eran «los guapos» de aquellas calles repletas de peligro. Ni que decir tiene que la heroína los golpeó sin remisión. La rabia, la vehemencia y el cuestionamiento vital surgen ipso facto, cuando contempla a su amigo. ¿Por qué le han ido tan mal las cosas? Pablo y Nuria representan dos caminos, dos vías de desarrollo. Él es la excepción de ese ascensor social; ella era la norma, lo lógico. Nos recordarán su amorío, como una relación que consideraremos desequilibrada. Él, empujado, sin esa pulsión viril. Ahora, en el presente, ella ha perdido esa superioridad de su carácter hasta el punto de resultar algo patética y arrastrada.

Nuestra protagonista requiere ayuda legal. Su madre, con la que mantenía una tensión creciente, y a la que hacía tiempo que no veía, había fallecido debido a una caída al romperse una de esas sillas-taburete tan útiles para los ancianos que no pueden caminar demasiado rato seguido sin descansar. El asunto está cargado de detalles que termina por ser un tanto rocambolescos y aburridos. Si en algún momento producen gracia por alguna alusión peculiar, apenas inciden en el ánimo general de los espectadores, quienes no parecen inmutarse.

Aunque la escenografía de Beatriz San Juan es sorprendente y efectiva, con la recreación del anticuado establecimiento, con su máquina de pinball habitual y todas esas cajas de botellas apiladas (incluida alguna de Vinos Sanz, supongo que en honor a nuestro intérprete), da la impresión de que en un espacio más recoleto la acción sería más favorable.

Falta, en conclusión, superar esa cierta atmósfera de abulia, de desgaste. David Trueba ha planteado una situación; pero no se ha inmiscuido por unos vericuetos de mayor calado.

Los guapos

Texto y dirección: David Trueba

Reparto: Anna Alarcón y Vito Sanz

Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan

Iluminación: Pedro Yagüe

Música y espacio sonoro: Iñaki Estrada

Asesoría de movimiento: Carla Tovias

Ayudante de dirección: Aina Tur

Ayudante de escenografía y vestuario: Arantxa Melero

Ayudante de iluminación: Paloma Cavilla

Realización de escenografía: Mambo Decorados y Sfumato Pintura Escénica

Máquina recreativa: Pinball Madrid

Fotos: Luz Soria

Tráiler: Bárbara Sánchez Palomero

Diseño de cartel: Equipo SOPA

Equipo Bitò

Jefa de producción: Beatrice Binotti

Director de producción: Josep Domènech

Adjunta dirección de producción: Blanca Arderiu

Gestión de producción: Eduardo Garre

Coordinación técnica: Pedro Pablo Pérez

Producción: Centro Dramático Nacional y Bitò

Teatro María Guerrero (Madrid)

Hasta el 9 de junio de 2024

Calificación: ♦♦

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