Vive Molière

La compañía Ay Teatro hace revivir al dramaturgo francés a través de sus personajes más célebres en un espectáculo brioso

VIve Molière - Foto de David Ruiz
Foto de David Ruiz

Con los montajes que firman Álvaro Tato y Yayo Cáceres se pierde y se gana, y el público, amplio y gozoso, ya sabe que ahí, sobre la escena, será embaucado por un ritmo trepidante; aunque deberá renunciar a una incidencia mayor en los motivos, en los conceptos, en las historias. Todo, quizás, no se puede, si de lo que se trata es de antologizar o de trocear o de popularizar teatros que fueron, por aquellas, populares; pero que a nosotros se nos pueden abalanzar algo escurridizos por falta de contexto. Esta misma temporada ya hemos podido comprobar todo esto con Malvivir y, ahora, con Vive Molière, volvemos a disfrutar del portentoso engranaje de cuadros que vienen de diferentes obras del dramaturgo francés más célebre en este cuarto centenario de su nacimiento, el cual nos ha deparado un buen ramillete de propuestas (le ha ido mucho mejor que a Galdós, por ejemplo), como el montaje de Flotats o el Tartufo, de Caballero. Por otra parte, coincide en la cartelera madrileña esta pieza con otra titulada Del teatro y otros males que acechan en los corrales que, con un estilo muy distinto, también comparte marco metateatral y homenaje al barroco. Y precisamente los de Morboria nos dieron cuenta ya hace meses de El enfermo imaginario, que se vuelve a recordar en el desenlace sobre las tablas de La Abadía. Sigue leyendo

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Malvivir

Aitana Sánchez-Gijón y Marta Poveda dan brío inconmensurable a la picaresca española a partir del texto que firma Álvaro Tato

Malvivir - Foto de David RuizMi desconfianza inicial partía de las fotos. En el mal gusto de presentar así a unas pícaras en un cartel tan anticuado. Y no es que siempre los textos del barroco tengan que ilustrarse desde el realismo más sucio; sino que aquí se nos avanza una mezcla de vestuario que parece una insensatez. Porque da la impresión de que Tatiana de Sarabia ha intentado acercar al público actual a las pícaras de entonces y las ha vestido como si fueran una especie de superheroínas con unos trajes verde esperanza bastante ajustados que las convierten en unas bufonas de alguna baraja de Fournier, y luego como detectives, como si fueran Blacksad o El gato con botas. Sigue leyendo

El ciclista utópico

Alberto de Casso firma esta comedia absurda y muy divertida protagonizada por Fran Perea y Fernando Soto

El ciclista utópico - FotoSería muy maniqueo afirmar que los dos personajes que se presentan en El ciclista utópico son los caracteres que fundamentalmente estructuran nuestra sociedad. El vendedor y el comprador, el comprometedor y el comprometido, el cuidador y el cuidado. Dependiendo de la posición que ocupemos, según las reglas de nuestra sociedad, seremos embaucados o abducidos o reconfortados. No faltan experimentos donde se demuestra cómo las neuronas espejo hacen de las suyas en cuanto establecemos contacto visual con un desconocido. La empatía y nuestras pulsiones sociales nos disponen hacia una civilidad enredante. Manuel, el maestro del pueblo donde va a transcurrir la acción, conduce por la carretera, el sol lo deslumbra y atropella a un ciclista. Bici escacharrada y alguna contusión para el pobre hombre. El percance, más aparatoso que otra cosa, es suficiente para que se cree una relación entre los dos individuos. Sigue leyendo

Los empeños de una casa

La sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia acoge este festejo teatral que sor Juana Inés de la Cruz presentó en 1683

Resulta muy conveniente para nuestra época recuperar la figura de sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695), una mujer excepcional, una intensa lectora y una ávida intelectual que nos dejó alguna obra teatral, como la que aquí se representa, y una interesante colección de poemas, entre otras composiciones. Los empeños de una casa pertenece a su teatro profano, un texto destinado al divertimento de la nobleza y del clero que fue encargado por el contador del virreinato. Los recursos retóricos son los propios del Barroco, con esa riqueza léxica y esa propensión a retruécano y al dilogismo. Es fácil identificar los enredos que se predisponen como todas esas comedias de Lope de Vega o de Calderón. En este sentido carece de originalidad y hasta se diría que algún personaje queda un tanto desdibujado, como es el caso de don Juan, que interpreta Miguel Ángel Amor con bastante furia y que apenas se esboza (aparece de improviso y se empareja sin mucho comedimiento). Sigue leyendo

Ojos de agua

Charo López extrae de La Celestina las esencias de un hedonismo desaforado

Ojos de aguaLa vieja puta Celestina ha resucitado en la forma de una dama encantadora que se nos expone más allá del tiempo y del espacio. Viene a darnos su versión de los famosos hechos acaecidos entre Calisto y Melibea, pero también para reclamar su libertad de bruja. No duda la trotaconventos en sincerarse, ella no ha dejado un solo día sin pecar, y su testimonio contrasta con un cinismo histórico del resto de damas que obvian las oscuridades de sus «buenas costumbres». Por eso esboza, constantemente, Charo López la sonrisa, prueba de su afán hedonista; creando una interpretación candorosa y vitalista, sagaz y complaciente. Se gusta la actriz en escena, se mueve con la seguridad de un personaje, epónimo de la literatura amorosa y cortesana, sabedora de secretos tan íntimos como definitorios. A su vera, jugando un papel reconfortante, detallista y dinámico, el espíritu de aquel sirviente llamado Pármeno (compañero de aquel otro sirviente llamado Sempronio) que Fran García, en una disolución de personajes y acompañantes, colorea. Él mismo nos ofrece un grácil prólogo a modo de captatio benevolentiae, nos regala sus temas musicales (por momentos me pareció un acústico de Vestuta Morla) donde comprobamos que tanto Yayo Cáceres como Álvaro Tato han pergeñado verdadera poesía, muy afinada en el discurso y apropiada en el tono. Además, la guitarra de Antonio Trapote encaja a la perfección. Sigue leyendo

Trágala, trágala

Íñigo Ramírez de Haro hace revivir a Fernando VII para crear una sátira sobre los «males de España»

Foto de Javier Naval
Foto de Javier Naval

Con la venia de un autor que presume de sincero y crítico, habrá que afirmar desde aquí que su Trágala, trágala ha coincidido en el tiempo con el regreso de José Luis Moreno (con su sainete televisivo) y con la muerte de Pedro Reyes (puro antagonismo) y que, además, en este país se ha fraguado durante los últimos diez años aproximadamente un tipo de humor absurdo, ininteligible y paradójico destinado, en esencia, a jóvenes menores de cuarenta años. Por eso cabe preguntarse hacia quién va dirigido este espectáculo, ya que cuando hablamos de humor el olfato sobre el presente debe ser muy fino. Desde mi perspectiva la gracia que hubiera tenido esta obra hace cuarenta años, por ejemplo, ahora no la tiene, quizás porque llegamos demasiado tarde a la sátira monárquica. Hasta hace diez años nadie se metía con el rey cuando en Inglaterra llevaban trescientos años haciéndolo. Luego todo se precipitó y, ahora, sacar a colación amantes, yernos y elefantes apenas es subversivo. Sigue leyendo