La compañía Morboria se adentra en los entresijos del teatro áureo para propiciar una comedia que va más allá de lo metateatral
Parece que el reto se ha establecido entre La Abadía y el Fernán Gómez por ver quién monta la fiesta barroca más espectacular. Allá, con Vive Molière, el asunto parece más fino y versallesco, y acá no tienen problemas en adentrarnos hasta el caos, la vulgaridad y la pillería propios de la capital. Mucha mierda se huele en el desparpajo de los Morboria hasta sondear la astracanada adelantada a su tiempo, acogiéndose al ritmo del entremés y de la comedia de enredo lopesca. Con sus dosis de metateatro, evidentemente, que es lo que toca hoy en día y parece que es un tamiz inapelable por el que se debe pasar. Aunque aquí viene muy a cuento; puesto que nos vale para descubrir la precariedad sempiterna de aquellas compañías que veían imposible establecerse con cierta normalidad en alguno de los corrales madrileños.
No obstante, la grandísima pega de esta función está en su injustificada duración. Yo creo que a Fernando Aguado se le escapa el relato en el último tramo y lo alarga en demasía con bagatelas, como que uno de los actores no llega para realizar la comedia que les han encomendado. No puede ser que se alcancen las dos horas; y hasta si fuera necesario alguna pieza sobra para no cansar a unos espectadores que, por supuesto, que anhelan la jarana; pero también que se redondee el meollo con rigor. Sí que es cierto que entre el prólogo musicado, con un terceto que hará de las suyas en distintos momentos —no hay más que ver a Milena Fuentes con su violín ganándose su instante estelar—, y la presentación de lo que será el nudo, la cosa se demora; aunque tiene su enjundia. Primero porque el dramaturgo se pone de protagonista y consigue discurrir con su versificación procaz y melancólica por los entresijos de la crisis. Saturnino Carraca está «canino» y cuando llegue su compañía tendrá que informarles del hundimiento. El argumento alcanza sus chispazos más cómicos con la participación de Pamplinas, el criado de un singular noble, que comparece en busca de farándula. Un tontorrón de más con los dientes partidos, que Ana Belén Serrano desarrolla con aniñamiento y gran desenfado para rapearles y hacer bastante el ridículo. Casi tanto como el que genera Marylina Morros, la jovencísima esposa del susodicho aristócrata, que viene a ser una Alejandra Lorente, arrubiada y con tontería genuina, que por su chirriante voz nos puede recordar a la malhadada Lina Lamont (Jean Hagen) de Cantando bajo la lluvia; en definitiva, una «dama boba» que quiere dedicarse a la actuación. Luego, además, Vicente Aguado se encarna en el duque de Pinoenhiesto, para lucirse afrancesado con un vestuario del todo a la moda, por aquellas, que es otro de los puntos fuertes del montaje, pues ha sido seleccionado con gran inteligencia para que no quede ni un detalle suelto. Si nos fijamos en los zapatos, observaremos chapines y algunos de punta redondeada que insinúan lo payasesco.
El enredo no se hace esperar, pues Daniel Migueláñez, se impone sus aires de Tenorio (al que ha interpretado en las fechas correspondientes), para seducir a la Morros y encelar a más de una. Mientras que Eduardo Tovar es un Bartolo Pedevega, que tiene el salero y la energía propicia para intentar levantar los ánimos a su director; pero que también evidencia que ha perdido su galanura de otros tiempos. Por su parte, Virginia Sánchez, Inés Table, demuestra su valía con su fandango en otro de esos momentos álgidos de la bulla. La observa con poderío Petra Moya, otra de las mandamases, que Eva del Palacio interpreta con magnificencia. Cierran el grupo Trajano del Palacio, haciendo de Grapas, y Luna Aguado, que se queda con Paquita para lucir su brío juvenil.
La confusión —pasada de vueltas, como ya he especificado— se genera en la creación de la obra que deben presentar ante los señores y donde se tendrá que desenvolver la dama. Hasta una especie de «caballo Clavileño» surge por ahí, mientras no paran las luchas de espada, las broncas y los líos que embarullan el divertimento. Y sí, nos divertimos; porque esta gente le pone mucha fuerza y ganas, y se percibe en el público una conexión por captar todas esas indirectas y alusiones con las que viene cargado el texto, crítico con tantas actitudes de entonces y de ahora que enriquecen una propuesta con trasfondo social; donde no solo se quiere hacer valer una profesión denostada a lo largo de la historia, sino las imposturas del alto estamento.
Del teatro y otros males que acechan en los corrales
Autor: Fernando Aguado
Dirección: Eva del Palacio
Reparto: Fernando Aguado, Eduardo Tovar, Eva del Palacio, Virginia Sánchez, Alejandra Lorente, Vicente Aguado, Vicente Aguado, Daniel Migueláñez, Ana Belén Serrano, Luna Aguado y Trajano del Palacio
Violín: Milena Fuentes
Mandola, flauta, percusión: Javier Monteagudo
Guitarrista: Miguel Barón
Diseño escenografía: Eva del Palacio y Fernando Aguado
Realización escenografía: Artefacto y Trajano del Palacio
Attrezzo: Morboria
Música: Milena Fuentes, Miguel Barón y Javier Monteagudo
Diseño sonido e iluminación: Guillermo Erice
Fotografía: Carlos Bandrés / Ana del Palacio
Diseño gráfico: Gráficas Villa
Gerencia: Javier Pujol
Diseño vestuario: Fernando Aguado, Ana y Eva del Palacio
Maquillaje y caracterización: Fernando Aguado, Ana y Eva del Palacio
Realización vestuario: Ana y Eva del Palacio & Mónica Flores
Zapatería andante: Fernando Aguado
Oficina: Ana del Palacio
Distribución y producción: Morboria S.L.
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 1 de enero de 2023
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “Del teatro y otros males que acechan en los corrales”