Constante

Guillermo Calderón y Gabriel Calderón destripan a Calderón con una pieza inspirada en El príncipe constante

Foto de Santiago Mazzarovich

Fue hace ya un par de años, cuando el mismo Teatro de la Comedia acogió su versión de El príncipe constante. Ahora se toma aquella como excusa, para inventarse un artefacto a medio camino del thriller policiaco y la crítica de arte (o del arte). No sé si los vasos comunicantes que se intentan implantar van más allá de los gestos metateatrales que remiten a aquella; porque no parece muy necesario conocer el drama original. Aquí los vericuetos suponen un juego para el espectador; ya que se busca dilucidar, entre otros asuntos, un asesinato. Una especie de cómic con sus altas dosis de humor. Y también una reducción absoluta sobre cualquier veta hagiográfica; si, acaso, lo religioso se introduce, en alguna mínima medida, como superchería. El fetiche de la mercancía termina por ser un gracioso motivo para la distracción de los espectadores. El espectáculo es raro, en cuanto que uno espera seriedad, y lo que halla son diálogos rocambolescos. Sigue leyendo

Vuelan palomas

El género sermón le sirve a José Luis Gómez de excusa para vertebrar un montaje que traza un camino singular de la historia de España

Vuelan palomas - Foto de Sergio Parra
Foto de Sergio Parra

No son pocos los políticos contemporáneos que han recurrido a la ayuda de actores para mejorar su performance en los mítines o en las alocuciones en el Congreso. Viene de lejos que las técnicas expresivas de los intérpretes se pusieran al servicio del sermón, antes con ánimo evangelizador y con similar motivo; no obstante, con otro Evangelio. Que José Luis Gómez y Javier Huerta Calvo, uno, figura polifacética de nuestro teatro y, el otro, experto máxime de la materia, hayan elegido el arte de los sermones como concepto a desarrollar en escena hoy en día puede parecer una rareza; pero, en realidad, es un hecho de gran actualidad, pues estamos rodeados de púlpitos digitales donde no se para de admonizarnos. Sigue leyendo

La discreta enamorada

Lluís Homar ha dejado que su elenco de jóvenes, dentro de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, festejen a Lope. En su comedia se pone en tela de juicio el matrimonio entre ancianos y jóvenes

La discreta enamorada - Foto de Sergio ParraHa encontrado Lluís Homar un equilibrio, diría que fetén, entre esos espectáculos que trabajan con jóvenes que se suelen escorar más hacia el gusto adolescente; y aquellos otros en los que encarnan a personajes demasiado maduros. Este tipo de propuestas revitaliza el desenfado que habíamos observado en convocatorias anteriores, como en La villana de Getafe, que dirigió Roberto Cerdá; o en La dama boba, que emprendió Sanzol. Ambas de Lope. Sigue leyendo

La vida es sueño (el auto sacramental)

Carlos Tuñón dirige una «no representación» sobre esta pieza de Calderón, para animar a los espectadores a dormir sobre el escenario

La vida es sueño - el auto sacramental - Foto de Sergio ParraParece acertado traer a escena uno de los más célebres autos de Calderón, pues todos hemos llegado a ver algunas imágenes de Lorca, cuando este lo representó con La Barraca. Según sabemos —y así se nos da a conocer en la propia función— que la segunda versión de esta obra —de la primera, que data de 1635— se estrenó en el Corpus Christi de 1673 en Madrid, y que lo hizo, a lo largo del día, en tres plazas distintas.

Cuando un accede a la Sala Tirso de Molina, en la quinta planta del Teatro de la Comedia, ese espacio que puede ser alucinante; pero que no deja de ser una moderna caja escénica para un centenar de espectadores, uno es recibido por los intérpretes, que pululan, vestidos de negro. Somos agasajados con unos auriculares inalámbricos que ya transmiten voces que nos confían los ensayos, las maneras de recitar, como si escucháramos esas fanfarrias de calentamiento antes de un concierto. Que nos ofrezca una «hostia» con el mensaje «Usted está aquí» para ese ejercicio de supuesta comunión, para que, al comerla, se nos recuerde que «ahora está en ti», es un pequeño gesto que nos da esperanza sobre el alcance de algún tipo de confraternización teatral. Sigue leyendo

Valor, agravio y mujer

El Teatro de la Comedia acoge por primera vez esta obra de la dramaturga áurea Ana Caro de Mallén con la dirección de Beatriz Argüello

Valor, agravio y mujer - Foto de Sergio ParraDe gran importancia para el seguro asentamiento de la dramaturga Ana Caro de Mallén es la investigación que ha realizado Juana Escabias, quien ha recabado toda la información disponible para ofrecernos una biografía tan fascinante a la que no ha sido fácil acceder. Pero la cuestión no debe ser tanto si esta obra que aquí se presenta en el Teatro de la Comedia —ya tuvo una puesta en escena allá por el 2019 a cargo de la Fundación Siglo de Oro— vale porque una escritora del siglo áureo la firme; sino porque posee calidad en sí misma. Y sí, podemos declarar que es una comedia bien compuesta; aunque poco original, pues enseguida detectamos la influencia de Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina. Y, si seguimos con alguna pega más, pues se podría aseverar que en el juego de los enredos se exprime un tanto la acción en cuanto que podría revelarse la treta algo antes. Sigue leyendo

La vida es sueño

Los ingleses Declan Donnellan y Nick Ormerod ofrecen una visión desenfadada de este clásico, a través de una modernización que rebaja la hondura filosófica del dramaturgo español

La vida es sueño - Foto de Javier Naval
Foto de Javier Naval

Donnellan y Ormerod llegan con todo su bagaje modernizador de clásicos a emprenderla con nuestro Calderón, y creo que es un manierismo, un estilo repetido, que devalúa las cuitas barrocas. Sus dramaturgistas, en buena lid, corrompen la duda imperante en el autor español para trasladarnos hacia un mundo onírico que, en cierta forma, anhela la evasión ante la zozobra del devenir. Para ello nos sitúan en un contexto que podríamos hallar en los años cuarenta, durante el final de la Segunda Guerra Mundial, a caballo entre Europa y Estados Unidos. Puesto que la comicidad del vodevil se adentra de manera muy sorpresiva e inédita sobre las tablas, para producir un choque que es de lo más meritorio. Y esto lo podemos asumir, porque tenemos integrado en nosotros el drama, nos lo sabemos y, si mantenemos la mente abierta, podemos encontrar derivas por las que colarnos imaginariamente.

La musicalidad, el juego de puertas y de guiños payasescos propios del slapstick (incluido el lanzamiento por la ventana del lacayo) vienen remarcados una y otra vez, como una reiteración surrealista, por el tema «Cuánto le gusta», de Carmen Miranda. Esa atmósfera de diversión se conjuga con la parálisis y la estupefacción del máximo protagonista: Basilio. Sigue leyendo

El burlador de Sevilla

El Teatro de la Comedia presenta una oscura versión que desubica a don Juan y nos permite escuchar los versos con mayor claridad

El burlador de Sevilla - Foto de Sergio Parra
Foto de Sergio Parra

En 2018 se representó esta misma obra sobre el escenario del Teatro de la Comedia y, por aquellas, ya se quisieron excusar sus pergeñadores con todo tipo de vericuetos lingüísticos. Don Juan quema en las manos de una sociedad vigilante y con la espada del feminismo enhiesta. Parece que las preocupaciones de Xavier Albertí y de Albert Arribas van en otra dirección, quizás más literaria. Se continúa con el esencialismo que se ha impuesto desde que llegó Lluís Homar a la Compañía, y que tuvo en Lo fingido verdadero su penúltimo ejemplo la temporada anterior. El burlador se nos muestra despojado de época, de contexto y se sumerge en una oscuridad que impregna el ambiente y su carácter. La fanfarronada cae y aparece la desfachatez en el gesto, en la mirada y en la mandíbula. Tiene el Tenorio de Mikel Arostegui apostura de chulo, de hortera de discoteca con su camisa translúcida y su desnudo integral. Su emblema: «Sevilla a voces me llama / el Burlador, y el mayor / gusto que en mí puede haber / es burlar una mujer / y dejarla sin honor», resonará ya avanzada la función. Aquí parece incidirse en la pulsión sicopática; aunque en el fondo encontremos «razones» políticas, casi revolucionarias, en los desvirgamientos. La honra es el gran tema de los Siglos de Oro (y de antes, y de después). Para derrotar a los futuros aristócratas se requiere hundir su línea de flotación. En cualquier caso, el actor se sitúa con una fuerza imperiosa y un poderío tenebroso que sostiene a lo largo de la función sin un ápice de agotamiento. Porque también se enhebra el placer máximo que supone la conquista, el dominio del lenguaje para «entontecer» a las damas y la templanza para no caer en las redes del amor y ablandarse.

Por otra parte, nuestro héroe queda subsumido por una atmósfera premonitoria. La tenebrosidad del espectáculo, tanto por la propuesta escenográfica de Max Glaenzel, quien ha situado una larga mesa como divisoria de dos mundos, noble y plebeyo, luminoso y oscuro, terrestre e inframundano, que igual vale para lecho, banquete o sepulcro, como charco que se deba inundar cuando el chirimiri caiga sin piedad; como por la iluminación de Cornejo, que tiene la habilidad de hacer sobresalir de la sombra cada mueca. La estética, definitivamente, delinea una ética. Y el vestuario de Marian García Milla, que enlute a los caracteres, hace el resto de lo que podría considerarse una misa negra con todo su protocolo salvaje hasta el final, donde no tiene cabida el perdón, como así suelta don Gonzalo: «No hay lugar, ya acuerdas tarde».

Paradójicamente, la sensación es de distanciamiento, de frialdad; no obstante, el fulgor procede de la palabra, emitida por monólogos de gran consistencia, como el que compone Isabel Rodes, poco antes de toparse con el náufrago encarnada en la pescadora Tisbea. Con la lluvia sobre ella, la actriz realiza un complejo ejercicio de interpretación manteniendo un pulso que no decae en ningún instante. Después, aunque con otro cariz muy diferente, el infalible Rafa Castejón, bajo la piel de don Gonzalo de Ulloa, saca a relucir su capacidad para mostrarse tan natural y describir Lisboa con toda «maravilla» («octava»). Más luego, marcar su ira en el trascendental desenlace, con el Tenorio arrastrado a los infiernos.

Luego, por otra parte, Jorge Varandela se lleva mucho a su terreno al lacayo Catalinón, ofreciendo esa fluidez que imprime siempre a sus papeles, expeliendo bondad y una frescura sin igual. Magnífico. Por su parte, Arturo Querejeta sentencia con su socarronería, primero como embajador y, después, como padre de don Juan. Sí que se percibe en el rey que hace Antonio Comas una sentenciosidad algo anticuada, aunque su voz de tenor vibra en el piano cuando recita el soneto que reúne algunos de los versos más profundos de la obra: «Envidian las coronas de los reyes / los que no saben la pensión que tienen,…». Ciertamente, el elenco está muy afinado y da buenas réplicas al burlador para que, de alguna manera, comprendamos que se dan toda una serie de resistencias ante tamaña desvergüenza.

Otro asunto es si se debiera haber apostado por Andrés de Claramonte como autor y haber dejado a Tirso de Molina en la recámara; porque Alfredo Rodríguez López-Vázquez da buena cuenta, en su edición de Cátedra, de unos buenos argumentos en favor del actor y dramaturgo murciano.

En definitiva, creo que es una vuelta de tuerca que, en lugar de buscar polémicas, está destinada a la escucha, al deleite que suponen unos versos cargados de potencia literaria y de la manifestación de que no solo el mal está donde más fácil creemos identificarlo.

El burlador de Sevilla

Atribuida a Tirso de Molina o a Andrés de Claramonte

Dirección y versión: Xavier Albertí

Dramaturgista: Albert Arribas

Reparto: Jonás Alonso, Miguel Ángel Amor, Cristina Arias, Mikel Arostegui Tolivar, Rafa Castejón, Antonio Comas, Alba Enríquez, Lara Grube, Álvaro de Juan, Arturo Querejeta, Isabel Rodes, David Soto Giganto y Jorge Varandela

Escenografía: Max Glaenzel

Iluminación: Juan Gómez Cornejo

Vestuario: Marian García Milla

Asesor de verso: Vicente Fuentes

Sonido: Mariano García

Ayudante de dirección: Jorge Gonzalo

Ayudante de escenografía: Paula Castellano

Ayudantes de iluminación: David Hortelano y Víctor Longás

Ayudante de vestuario: Emi Ecay

Coproducción: Compañía Nacional de Teatro Clásico y Grec 2022 Festival de Barcelona

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 13 de noviembre de 2022

Calificación: ♦♦♦

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Richard III Redux

La encantadora actriz Sara Beer cumplimenta otro montaje más de autoficción y metateatro sobre el célebre personaje shakesperiano

Richard III Redux - FotoEl problema es la dinámica de las dramaturgias contemporáneas. Tanta metaficción, tanta autoficción, tanta ironía posmoderna, tanto Shakespeare y tanto Lorca, que si usted va mucho a los teatros me entenderá. No es que no haya nada nuevo bajo el sol de York, es que se insiste mucho en lo mismo y se repite hasta la saciedad lo que debe pasar constantemente por moderno. Por lo tanto, el contexto no le viene nada bien a Sara Beer, que es una actriz magnífica, con una dicción fenomenal y con una expresividad genuina que logra atraparnos encantadoramente. Si no hubiéramos acudido hace un año (esta misma obra se suspendió durante la pandemia) a Historia de un jabalí o algo de Ricardo que es, mutatis mutandis, un dispositivo que bebe de aspectos muy similares a los que se estipulan en Richard III Redux, nuestra mirada no estaría tan contaminada. Sigue leyendo

El disfraz / Las cartas / La suerte

El Teatro de la Comedia da cabida a un montaje ambicioso con las piezas de Joaquina Vera, Víctor Català y Emilia Pardo Bazán

Verdaderamente la Compañía Nacional de Teatro Clásico debe contribuir a esto. Por un lado, a exprimir el talento actoral que ella misma ha propiciado y que debería, según mi opinión, permanecer en una especie de Compañía bis (revolutions) que fuese de gira por las Españas y allende los mares, que es lo que hace falta. Por otra parte, incursionar en la historiografía teatral española, a través de tres piezas que, si bien no son una genialidad, nos descubren unas maneras, unas aproximaciones a la realidad (la del XIX), con mirada femenina y con preferencia a las clases bajas, que merece observarse para poner en cuestión o en relación a todas esas otras obras —esas sí, geniales— que se repiten hasta la saciedad. Sigue leyendo