Lola Blasco lleva al Teatro María Guerrero aquella experiencia performativa que empleó el neurólogo Jean-Martin Charcot en La Salpêtriere

Las últimas temporadas hemos tenido varias aproximaciones a las vivencias de afectados por algún tipo de trastorno síquico. Así, por ejemplo, en dos piezas que funcionan en paralelo estéticamente como Hacer noche, de Bárbara Bañuelos y en Contención mecánica, de Zaida Alonso, hallamos una mirada más posmoderna de la cuestión; mientras que en La madre de Frankenstein, basada en la novela de Almudena Grandes, se da cuenta, precisamente, del sanatorio mental femenino de Ciempozuelos y, además, de las tropelías del siquiatra Vallejo-Nágera. Aunque, evidentemente, la gran correspondencia para lo que nos compete es el Marat-Sade, de Peter Weiss (recordemos las versiones más recientes, la de Luque y la de Atalaya). Sigue leyendo

¿Merece la pena adaptar la obra de Lorca para, en lugar de aportarle un aire nuevo, otra temperatura, quizás, con mayor consonancia presente, desvirtuarla hasta hacer de ella un acontecimiento entre dos aguas? La necesidad de duplicar la actualización de un clásico, pues toda obra del pasado es actualizada ipso facto por la mirada de un espectador nuevo, conlleva, en muchas ocasiones, la descompensación anacrónica de los hechos, y el descoloque de unos símbolos que requieren de un contexto sociocultural muy concreto. Si nos venimos al ahora, ¿qué es la esterilidad de una mujer? O debemos tomar la verosimilitud a medias y a gusto del consumidor. Microondas, lavadoras (a pares) y un tren AVE arrollando ovejas; pero ni avances sociales inconmensurables, ni secularización sin parangón, ni pruebas médicas que zanjen las dudas y planteen las posibilidades que hoy existen. 



