Vicente Colomar presenta en la Cuarta Pared su peculiar visión de la familia y sus aprisionadoras redes
Las cadenas familiares a veces constriñen a sus miembros de tal manera, que cualquier concepción de la libertad queda pospuesta hasta que algún acontecimiento inesperado abra la espita pandórica. Al principio contamos con tres hermanos sentados en su sofá: el pequeño es Juan Antonio Lumbreras, alguien capaz de hablar a la velocidad del rayo y dejar estupefactos a los espectadores con su discurso displicente, él solo quiere «vacaciones»; el de en medio, Antonio Gómez, más dubitativo, va tomando posiciones según avanza la función hasta alzarse con la decisión definitiva; y el hermano mayor, Rulo Pardo, lleva la voz cantante desde ese principio fulgurante, con ese tono casposo y esas ropas horteras (el chándal de Lumbreras y los mocasines de los tres, sin desperdicio), ochenteras (es una obra bastante chunga en la estética masculina), con esas reiteraciones y quejas: «Hace un sol de justicia». «De justicia, sí». «Sí, de justicia» (premonitorio entre la canícula). Luego, Rulo Pardo se lleva el protagonismo de una escena extravagante, alzándose como un franquista henchido de españolidad y espíritu carpetovetónico que rompe la dinámica de la obra y la lleva hacia un terreno psicótico que parece un tanto viejo y poco creíble, si no se acepta que estamos en décadas anteriores. Ganando su espacio se encuentran, también, las gemelas: ambas, vestidas como si fueran unas azafatas a punto de despegar; por un lado, Eva Trancón se obceca —en el inicio de un diálogo ágil y con visos de absurdez— en apoyar todas esas ideas peregrinas acerca de la interconexión espiritual entre las hermanas; por otro lado, Nerea Moreno, con ese porte y seguridad que la caracteriza, responde secamente, con distancia, dándonos a entender que su infancia ha enturbiado la relación. El tercero, el hermano que falta, reposa en la cama de un hospital a la espera de recibir visita. Este será el verdadero desencadenante de una acción que, con una trama que no procede con la cohesión adecuada, abrirá un camino nuevo. Después de una metamorfosis caprina, Joshean Mauleon se erigirá en catalizador de una liturgia destinada a la buena nueva, al evangelio que intentará romper esas cadenas de costumbre familiar que no les dejan ser libres. Ahora, la libertad cuesta y requiere un esfuerzo al que uno debe estar dispuesto, si no es así, ese mesías puede terminar siendo un ridículo chivo expiatorio. La nueva cabra, micrófono en mano (funcionando a ratos), igual que un predicador en el culto, transforma la obra en algo caótico, deslavazado y que se aparta en exceso de ese tono tan cómico y extraño que se había marcado en el inicio. Digamos que falta unidad argumental y elementos de cohesión entre el mundo acostumbrado y pérfido de los hermanos que esperan en la sala, y esa esfera epifánica en la que se encuentra el enfermo. Aun así, el texto de Lola Blasco se mantiene a través de grandes actuaciones y momentos que a cualquier espectador deben dejar patidifuso.
Texto: Lola Blasco
Dirección: Vicente Colomar
Reparto: Eva Trancón, Nerea Moreno, Rulo Pardo, Antonio Gómez, Juan Antonio Lumbreras, y Joshean Mauleon
Diseño de iluminación: Luis Perdiguero
Vestuario: Guadalupe Valero
Espacio escénico: Luis Perdiguero y Vicente Colomar
Espacio sonoro: Jesús Tejido y Vicente Colomar
Técnico de sonido: Jesús Tejido
Asesor de movimiento: Ricardo Santana
Caracterización: María Fernández
Foto y vídeo: Alfonso Pazos
Diseño gráfico: Alfonso Pazos y Vicente Colomar
Producción ejecutiva: Luis Alberto Caballero y María Ollero
Sala Cuarta Pared (Madrid)
Hasta el 21 de febrero de 2015
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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