El texto simbólico de Lola Blasco sobre un viaje interior se realza con la escenografía acuática de Marta Pazos

Que nadie pregunte por qué todo un Premio Nacional de Literatura Dramática en 2016 debe esperar tanto para representarse como corresponde. Lola Blasco viene de presentar su peculiar visión de Mujercitas, y ahora se introduce en su propia obra como actriz. No será fácil para el espectador encontrar las claves propicias para comprender el texto; porque es un teatro simbolista que se aproxima hacia un campo onírico, a través de una utopía, de un no lugar que irremediablemente deberá ser el Mediterráneo. No alcanza el surrealismo; pero sí cierto cripticismo que requiere descodificarse. Encontramos tres fragmentos muy significativos, líricos, potentes, demarcadores de los objetivos primordiales de la dramaturga. Un cuaderno de bitácora intercalado entre las ocho escenas en el que descubrimos pistas fundamentales. Del primero escuchamos (leemos): «Esbozar una sonrisa cuando has dejado descendencia en este mundo produce terror. Tengo una hija». «Estoy escribiendo la historia de un viaje. Mi viaje. Mi siglo. Mi bestia. Es la historia de un viaje y también un alarido, un desamor, una derrota». El problema quizá sea, desde mi punto de vista, que Marta Pazos ha decidido que Blasco se presente en modo Beyoncé rubia a cantarnos y a pasear con baile sugerente, rompiendo el dramatismo brumoso que se ambienta desde el inicio, y, así, el contenido de su bitácora se desvanece. Ocurre igual con su segundo trozo: «A veces, desde mi ventana, tengo la impresión de ver, a lo lejos una enorme y plateada ballena. “¿Por qué me persigue el monstruo?”». «He perdido a mi amante. Adiós, amor, adiós, adiós». Sin embargo, de otra manera, más pausada, se expresa el tercer pecio, donde hallamos: «Quiero que la sal del mar deje en ti una sed insaciable de amarlo todo». El asunto está, entonces, en el enfoque que podemos adoptar con este montaje. Si lo tomamos como un discurso vitalista, introspectivo, purificador, sicoanalítico, en el que la protagonista (Yo) emprende un éxodo, un sueño, en el que va a madurar, va a enfrentarse a sus miedos, va a desvelar el doloroso mundo real y va a asumir con esperanza que una hija merece superar cualquier amargura del pasado; nos podemos confiar a una experiencia fructífera que, a la postre, entendemos y hasta compartimos. Por otra parte, si la pretensión es más amplia, si desea el reclamo político, la guerra en Siria, el terrorismo, la xenofobia o los migrantes; pienso que ahí no se consigue vehicular un discurso concreto, sino deslavazado. Puesto que sí, claro, tenemos imágenes clarividentes y dañinas a los ojos (cabezas de niños, muñequizados, objetualizados, sucumbiendo a las aguas); pero no se logra lo sustancialmente político, ya que no se da un verdadero relato, un auténtico posicionamiento dialéctico. Bruna Cusí es la protagonista que amanece en un barco como una náufraga en una noche de fiesta con su vestido negro. La actriz procede con inocencia, con sencillez y con la seguridad haber emprendido un camino sin vuelta. Fundamental resulta el Piloto, un Miquel Insua que discurre con un parlamento que va ahondando en aspectos muy profundos. Lo hace con cercanía, con sensatez, hablando mucho de nudos (un símbolo evidente que recorre la obra). Dice al final: «Porque la sangre es también un nudo y tú ya sabes deshacer nudos». Un maestro de la navegación vital. Otro eslabón esencial es el Buzo, que interpreta Hugo Torres con la solemnidad de quien se aferra a ciertas bases inquebrantables; a pesar de su debilidad manifiesta, del hombre que se escuda en su traje impermeable de neopreno. Él ha estado dentro de la ballena (para ella es la bestia), como Jonás. Es el momento en que la referencia bíblica, la cuestión sobre Moby Dick, el mal y los miedos cervales que nos persiguen, van a intentar resolverse a través del amor; del amor renacido en la esperanza de seguir viviendo a pesar de todo. Una atmósfera narrativa que nos puede hacer pensar en el cine de Tarkovsky y en el de su discípulo, Andrey Zvyagintsev y su película Leviatán. Los diálogos entre los tres van configurando una descripción crítica del panorama geoestratégico, de las fuerzas que están chocando en el planeta y que atisban un futuro próximo, quizá, catastrófico. Después, en la representación de los niños, José Díaz y César Louzán van cumpliendo diversas tareas escénicas (además, son los responsables de esa música electrónica tan inquietante). Eso sí, este último nos deleita con su evocadora danza en el desenlace, frente a la cola del gigantesco cetáceo. Uno de los puntos más señeros de este espectáculo está, evidentemente, en la escenografía que ha ideado Marta Pazos. Llenar de agua la Sala Francisco Nieva, unas láminas ubicadas en un espacio ignoto bajo el azul piscina, tan higiénico como deletéreo. Una pasarela húmeda como si nos encontráramos en una sala de despiece de una empresa pesquera. Un atractivo visual que en verdad nos sumerge. La iluminación de José Álvaro Correia va repartiéndonos la noche hasta que conseguimos observar las estrellas, a Sirio, sin ir más lejos. Siglo mío, bestia mía adopta un lenguaje épico, un canto donde el agón interior anhela encontrarse con los otros. En definitiva, una propuesta donde la lírica y la plasticidad visual se conjugan para llevarnos a territorios por descubrir.
Texto: Lola Blasco
Dirección y escenografía: Marta Pazos
Reparto: Lola Blasco, Bruna Cusí, Jose Díaz, Miquel Insua, César Louzán y Hugo Torres
Iluminación: José Álvaro Correia
Vestuario: Carmen Triñanes
Coreografía: Amaya Galeote
Música: Jose Díaz y Hugo Torres
Trabajo de palabra: Miguel Cubero
Ayudante de dirección: Vanessa Espín
Ayudante de escenografía: Carmen Triñanes
Esculturas: Jose Perozo
Diseño de cartel: Javier Jaén
Fotografía: Luz Soria
Con el apoyo de: AGADIC – Consellería de Cultura e Deportes da Xunta de Galicia
Colabora: Fundación SGAE
Coproducción: Centro Dramático Nacional y Voadora
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 20 de diciembre de 2020
Calificación: ♦♦♦♦
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Muy interesantes los comentarios de cada obra. Gracias por tan buen trabajo se nota que está hecho con pasión por el teatro.
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Muchas gracias por tus palabras, Montse.
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lol
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