Viaje hasta el límite

La obra teatral del novelista Luis Martín-Santos, influida por el realismo estadounidense, sube al escenario del Teatro Español

Foto de Javier Naval

Es habitual recalcar de las obras narrativas o dramáticas algo así como que «el menos es más». En cuántas podemos detectar que sobra aquí o allá a causa de las reticencias del autor a desprenderse de algo que le ha costado tanto escribir. Sin embargo, para el caso que nos compete, ocurre totalmente lo contrario. ¿Cuánto le faltaría a Viaje hasta el límite para que los cambios no fueran tan abruptos? Es difícil hacerse una idea, pero pongamos tres cuartos de hora para que las tretas y los tratos se maduren, y para que los amores intempestivos no parezcan éxtasis de adolescentes. Por esto, esencialmente, el texto teatral de Luis Martín-Santos no es buena, ya que, como veremos, los personajes no tienen ocasión de redondearse como se requeriría. Sigue leyendo

Lucha y metamorfosis de una mujer

Fernando Bernués dirige esta obra de Édouard Louis, donde se reitera su historia vital en el Teatro Español

Lucha y metamorfosis de una mujer - Foto¿No es esto exprimir a un valor seguro que incide en lo mismo? En los últimos tiempos, la editorial Salamandra ha conseguido que las «novelas» (o crónicas noveladas) de Édouard Louis también sean un éxito aquí en España, como lo han sido en Francia. El propio escritor ha estado en varias veces en nuestro país, ya sea para avalar la adaptación que realizó La Joven sobre Para acabar con Eddy Bellegueule, como para protagonizar directamente su Quién mató a mi padre, bajo la tutela de Thomas Ostermeier (este ya había llevado a las tablas Historia de la violencia, que es una narración con otra enjundia). Sigue leyendo

Fundamentalmente fantasías para la resistencia

El director del Centro Dramático Nacional, Alfredo Sanzol, escribe y dirige una larga comedia sin fuste político sobre un grupo de teatro ucraniano que realiza funciones en plena invasión

Fundamentalmente fantasías para la resistencia - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

¿Es Alfredo Sanzol un dramaturgo cobarde, dado su relevante puesto? Cuando ha tenido que enfangarse políticamente ha demostrado que lleva ya demasiado tiempo afincado en la comedia amable, de tintes costumbristas, realizada con brillantez y originalidad humorística; pero sin meter el estilete en aspectos más controvertidos. Esto se observa en éxitos como La ternura o El bar que se tragó a todos los españoles.

La idea de la que parte Sanzol es la experiencia que está realizando en Kiev la actriz Anabell Sotelo, quien monta obras mientras se refugian en el sótano del propio teatro. Aquí, Natalia Hernández comanda el asunto con gran empaque; aunque sin desarrollar en demasía su gran veta cómica; porque le toca aunar todo el engranaje de manera entrañable. A su personaje se le ha ocurrido crear Pin, pan, Putin para elucubrar sobre unos españolitos, cual Operación Valkiria, que tienen la posibilidad de cortar el nudo gordiano descabezando al exagente de la KGB. Sigue leyendo

Lo fingido verdadero

Una obra de Lope de Vega totalmente deslavazada, donde sobresale la interpretación juiciosa de Israel Elejalde

Lo fingido verdadero - Foto de Sergio ParraAfirmar que esta obra es un tríptico o que encierra tres piezas en una, puede ser una manera respetuosa de honrar a un gran autor; no obstante, también podríamos considerar que es un texto sin la debida cohesión y que es un pastiche incongruente. Ni drama histórico, ni de santos, ni comedia metateatral. De todo esto hay; aunque cada parte va por separado sin que se imbriquen como un conjunto orgánico. Si, además, lo que debiera ser verdaderamente humorístico, pegado a lo popular, queda un poco finolis; pues tendremos que fijarnos en otros elementos más destacables. No será tampoco la escenografía de Jose Novoa, fría como la propia dramaturgia y que, en su insignificancia, pues no quiere disuadirnos con objetos accesorios, termina por destinar a los personajes-espectadores a un lugar tan bajo como poco visible. Sigue leyendo

La ternura

Parodia basada en las comedias de Shakespeare con un enredo sobre leñadores y princesas

Vuelve Alfredo Sanzol por los fueros donde mejor se desenvuelve. Y es que la seña primordial del dramaturgo navarro es su peculiar veta humorística, que vendría caracterizada por el desparrame, por la exageración y por el choque abrupto dentro de una situación habitual. Así comenzó su auténtico éxito en el 2008 con Sí, pero no lo soy, una obra descacharrante en la que se inmiscuía en las cotidianas rarezas de nuestro mundo contemporáneo; iba del particularismo local al azote general con auténtica destreza. En esta misma línea —bajo la estructura de sketchs engarzados—, presentó Días estupendos, concentrada en las aventuras veraniegas de unos jóvenes en un ambiente que termina por ser entrañable. A estas debemos sumar Delicadas y En la luna, con las que cerraríamos esta etapa marcada por su afán a la hora de interrelacionar historias con ese humor tan característico, que ha mantenido en trabajos posteriores cuando ha emprendido tramas con desarrollos más lineales, apartados de lo poliédrico (Aventura! o La calma mágica). Sigue leyendo

Edipo Rey

Correcta versión del clásico de Sófocles; aunque Sanzol se queda corto en la experimentación

Foto de Luis Castilla
Foto de Luis Castilla

¿Qué hacer con el mito más veces narrado? ¿Qué hacer con uno de los personajes más auscultados de la historia? ¿Cómo tratar el hecho religioso que comanda la tragedia, después de tantas interpretaciones paganas y psicoanalíticas? Con Edipo, el spóiler no es posible, la sorpresa no llega y uno desearía, en ocasiones, que de repente enmudecieran y que de sus rostros surgieran otras sospechas. Edipo Rey podría terminar en un minuto. Al fin y al cabo, Apolo tiene la decencia de lanzar un acertijo para que el descubrimiento no les alcance de súbito y puedan reaccionar. Al fin y al cabo, qué culpa tiene el rey de Tebas. Sigue leyendo

Canícula

Vicente Colomar presenta en la Cuarta Pared su peculiar visión de la familia y sus aprisionadoras redes

Canícula - FotoLas cadenas familiares a veces constriñen a sus miembros de tal manera, que cualquier concepción de la libertad queda pospuesta hasta que algún acontecimiento inesperado abra la espita pandórica. Al principio contamos con tres hermanos sentados en su sofá: el pequeño es Juan Antonio Lumbreras, alguien capaz de hablar a la velocidad del rayo y dejar estupefactos a los espectadores con su discurso displicente, él solo quiere «vacaciones»; el de en medio, Antonio Gómez, más dubitativo, va tomando posiciones según avanza la función hasta alzarse con la decisión definitiva; y el hermano mayor, Rulo Pardo, lleva la voz cantante desde ese principio fulgurante, con ese tono casposo y esas ropas horteras (el chándal de Lumbreras y los mocasines de los tres, sin desperdicio), ochenteras (es una obra bastante chunga en la estética masculina), con esas reiteraciones y quejas: «Hace un sol de justicia». «De justicia, sí». «Sí, de justicia» (premonitorio entre la canícula). Luego, Rulo Pardo se lleva el protagonismo de una escena extravagante, alzándose como un franquista henchido de españolidad y espíritu carpetovetónico que rompe la dinámica de la obra y la lleva hacia un terreno psicótico que parece un tanto viejo y poco creíble, si no se acepta que estamos en décadas anteriores. Sigue leyendo