Las hermanas Rivas

Triángulo sexual con boxeador incluido en la obra de Adriana Roffi y Mariano Rochman, en el Lara

Las-Hermanas-Rivas.Foto_.5Las hermanas Rivas son como un todo, la unidad con dos caras y un mismo cuerpo que se apoya internamente en un balance muy bien engrasado. Dolores lleva la voz cantante, su estilo macarra y barriobajero lidera el hogar directivamente; frente a ella, Angustias, una muchacha de extrema timidez que ejecuta con prontitud las órdenes de su hermana. Sus vidas cambian cuando aparece El Potro Estrella, un boxeador local con mucho futuro y que se ha enrollado con Dolores. Una vez se planta en el piso de las hermanas y se pone a entrenar en el centro del salón, sus acérrimas costumbres se quiebran hasta que de improviso se organiza un racional e imposible triángulo sexual. Lo que han escrito Adriana Roffi y Mariano Rochman, tomando prestada la idea de un cuento de Borges, posee mimbres de telenovela (ellas mismas son muy aficionadas a una) y de esperpento almodovariano. El problema inconvenientemente resuelto en la obra es el proceso de transformación que emerge en Angustias (quizás se debería haber mantenido en el plano de la estricta timidez y jugar sus armas amatorias desde ahí). Resulta demasiado abrupto, igual que la reacción de la hermana cuando plantea de improviso que las dos pueden repartirse al púgil. Este ritmo sorpresivo de novela televisiva que se introduce a mitad de la obra y, fundamentalmente, hacia el final, lanza la función hacia un limbo estilístico, entre la farsa, la tragedia y la comedieta. En definitiva, demasiadas elipsis forzadas que necesitarían desaparecer para que la función se acomodara al ritmo impuesto en el inicio. Sigue leyendo

En el estanque dorado

Lola Herrera y Héctor Alterio protagonizan en el Teatro Bellas Artes el clásico de Ernest Thompson

enelestanquedorado-5La obra que estrenó Ernest Thompson en 1979 huele a clásico por los cuatro costados. Es un texto muy deudor  de los grandes autores estadounidenses como Eugene O´Neill o Thornton Wilder, donde lo que prima es el  núcleo familiar con esas lógicas grietas que se van abriendo según avanza la función. También es evidente la  influencia de Chejov, con ese paso del tiempo tan lento y esa sensación de que no ocurre nada. Aquí, dos  ancianos, Etel y Norman, vuelven un año más a su retiro en el Estanque Dorado, una laguna repleta de patos,  peces y millones de insectos. Ella es Lola Herrera, una de esas madres y esposas alegres, activas y con una  paciencia henchida de generosidad. La actriz nos regala de nuevo una de esas actuaciones cargadas de  magisterio. Sigue leyendo

La voz humana

La versión de Antonio Campos sobre el texto de Cocteau nos ofrece la perspectiva de un hombre despechado

Antono-Dechent-e1438072592994No hace muchas semanas me sorprendí con la última película en la que actuaba Antonio Dechent, Obra 67, una de esas cintas destinadas al culto underground de  nuestro país (si no cae directamente en el olvido). En ella se demuestra otra vez que este actor es verdaderamente  sobresaliente, que es un secundario con un empaque  monumental. En la versión de La voz humana que Antonio Campos dirige  sobre el texto de Jean Cocteau, donde, en lugar de  ser una mujer la despechada,  es un hombre; la construcción del personaje que construye Dechent  ofrece una  perspectiva que se escapa de los tópicos. Jean Cocteau exprime sus conocimientos experienciales sobre lo femenino, con esa sensibilidad que  poseía para el manejo de las emociones. La situación es muy sencilla,  aunque el sentimiento de desgarro sea muy profundo. En este caso, un hombre dentro  de un dormitorio, tumbado sobre la  cama, va a recibir la llamada, varias llamadas (no  funcionaba suficientemente bien el teléfono en aquella época en París) que se cortan como si fueran infartos de miocardio. Aquella será la última vez que vuelvan a dirigirse la palabra. Lo suyo ha terminado, pero la pérdida no significa, desde luego, lo mismo para los dos. Sigue leyendo

La fiebre

Israel Elejalde nos regala el despertar moral de un hombre que se horroriza ante la pobreza

LaFiebreLeer El Capital puede, si eres capaz de abstraer las nociones básicas, incitarte a cambiar la mirada sobre un mecanismo que lleva varios siglos aprendiendo de sí mismo. Viajar a los lugares donde la pobreza huele, molesta y hiere puede lograr que te caigas del guindo de una vez por todas. La fiebre, el monólogo que escribió Wallace Shawn en 1991 tras su experiencia personal visitando ciertos países depauperados de Centroamérica, es tramposo para el espectador y requiere una interpretación pertinente. Si lo escuchamos como una especie de discurso político vehemente y confesional, entonces su maniqueísmo nos puede pillar desprevenidos y, entonces, nos podemos quedar con esos mensajes tan simplones sobre pobres y ricos, sobre lo malos que son los bancos, sobre lo injusto de la historia y, sobre todo, con soluciones infantiles como la conversión del protagonista en menesteroso profesional (aunque esto casi lo afirme en estado de shock ético). Si, por otra parte, lo tomamos como un ejemplo de estadounidense que se desploma del caballo camino a Damasco, entonces estaremos ante el inicio de una pequeña esperanza. Aunque en el texto no se observa una crítica directa a su país o a los procedimientos de su política, sí encontramos referencias a Marx, a su obra magna y, dentro de ésta, al capítulo referido al fetiche —uno de los conceptos más sugerentes y modernos del viejo Moro—. El protagonista descubre, de repente, con sus casi cincuenta tacos, que cada producto manufacturado ha sido pergeñado por decenas de manos pertenecientes a individuos sin identidad y con mucha hambre, y que ellos están ahí, insertos como valor social. Sorpresa.  Sigue leyendo

Pingüinas

Fernando Arrabal presenta un texto surrealista donde unas moteras se transmutan en mujeres cervantinas

pinguinas_escena_13Lo que han presentado Fernando Arrabal y Juan Carlos Pérez de la Fuente en el Matadero es un salto mortal del espacio-tiempo, donde mujeres de hoy, liberadas, moteras, «easy riders» embebidas por el dios Pan y por el espíritu de Cervantes, se lanzan a la carretera en busca de un fin. Lo que se celebra en la sala recientemente bautizada con el nombre del dramaturgo melillense es una eucaristía pánica. Diez mujeres montadas en sus motos como faunos furibundos se encuentran en la ensoñación, unidas espiritualmente las diez cervantas solteras (menos la esposa), persiguiendo la vía mística. Al comienzo, cuando empiezan a provocar las palmas en el público, mientras ellas bailan al ritmo del Happy de Pharrell Williams, uno piensa en marcharse ante tamaña horterada. Esta molesta captatio benevolentiae definitivamente sobra y le hace un flaco favor al resto de la obra. Luego, todo cambia. Sigue leyendo

La ciudad oscura

Antonio Rojano ha escrito un metarrelato acerca de la reciente historia de España a ritmo de carrera hípica

Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

La literatura del siglo XX más los recursos tecnológicos de nuestro mundo actual prestan al dramaturgo Antonio Rojano cada una de las herramientas necesarias para escribir un texto dramático dentro de un texto dramático. Otra vez la metaliteratura, sí; pero esta vez en un engranaje complejísimo, lleno de múltiples capas narrativas, de modos interpretativos y de tropecientas escenas que se imbrican en un mecanismo destinado a la entropía. A Rojano (Córdoba, 1982) lo descubrimos el pasado verano con su obra Ascensión y caída de Mónica Seles, ahora se ha superado con otra historia enrevesada en la que Fernando Soto, en una actuación rotunda y viril, se erige como trasunto del autor para escribir al alimón con su hija una obra de teatro. Podría ser el marco del relato, pero este tal escritor se cuela en los intersticios de su propia fantasía para ser un tal Álvaro Rojas, jockey compañero de profesión del suicida. A la vez, Irene Ruiz es doblemente hija, Dakota, la mayor parte del tiempo, en una interpretación que crece en cada acto con su bilingüismo esnob y su rencor desasosegante. Sigue leyendo

La pechuga de la sardina

Recuperan un texto coral de Lauro Olmo sobre las vivencias de unas mujeres en una casa de huéspedes

Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

Nos adentramos en una pensión regentada por la señora Juana, una de aquellas casas de huéspedes con paredes de papel y oídos atentos en aquellos años sesenta españoles. El autor, Lauro Olmo, se centra pertinazmente en recrear un espacio que él mismo define como «asfixiante»; de hecho, no permite la entrada de elementos disuasorios o esperanzadores que permitan vislumbrar otras perspectivas más optimistas de esa España. La pechuga de la sardina ofrece todo un catálogo de personajes, la mayoría de ellos estereotipados y faltos de recorrido. Una obra de apenas hora y media con tal cantidad de vidas en juego, no da para más que presentarlos; y estamos hablando del acontecer de las experiencias lentas de unas mujeres en un país retrasado. No se puede afirmar que haya una protagonista única, Juana, podría ser como aquella doña Rosa de La colmena, alguien que reparte juego y que regenta su pensión como una buena madre. María Garralón destaca en su interpretación, tan natural, tan vivaz y, a la sazón, tan profundamente sentida imponiendo un tono y un ritmo que no es continuado por el resto. Junto a ella, su sirvienta, la Cándida, que también coge el paso de María Garralón y que se expresa con el gracejo pertinente demostrando que es una actriz con arrestos. Su compañero de flirteo es un pillo vendedor de periódicos con el que Víctor Elías se luce. Sigue leyendo

Desde brotes secos

Álex Rojo presenta su visión de la crisis con un drama social en la nueva Sala Nueve Norte

brotes2Durante los últimos años hemos conocido todo tipo de dramas y conflictos propiciados por la crisis. Nuestro país, todo un líder en especulación inmobiliaria, ha generado problemas interminables entre caseros e inquilinos. Si a priori podemos tender a posicionarnos al lado de los segundos; los arrendadores, en algunos casos, también viven una vida apurada que se ha visto condicionada por cuestiones también dolorosas. Tomando estas situaciones como pie, Álex Rojo ha escrito su texto Desde brotes secos, un drama social en el que el maniqueísmo no tiene cabida y donde cuatro personajes se ven sometidos por un enfrentamiento repleto de tensión y angustia. Para ello ha contado con unos actores que saben acrecentar la tensión según avanza la obra gracias a una composición dramática que mejora en la segunda parte. Rompe el hielo Pedro Bachura cantando copla por lo bajini (pero con sentido). Un gaditano sin estudios que pierde su trabajo y que no es capaz de encontrar otro. Bachura se lleva el papel más redondo e hiriente y al que es capaz de sacar gran partido con una energía descomunal y desgarradora. Las dos mujeres, tanto Mariana Kmaid, como esposa y madre de un bebé enfermo que vive con enorme sufrimiento la situación en la que se encuentra junto a su marido, como Ángeles Prieto, en su papel de arrendadora, cumplen una función similar en cuanto a su sensibilidad frente al conflicto y frente al nerviosismo que viven sus maridos. Por eso sus interpretaciones juegan una tarea equilibradora en el proceder de la trama. Finalmente, Karmelo Peña se encarna en Joaquín, el personaje, quizás, más complicado de entender, y que si lanza algunas de las frases más rastreras (y lo hace sin pudor), también es cierto que su situación económica y de salud tampoco es fácil. Sigue leyendo

Perdona si te mato, amor

Carlota Pérez-Reverte ofrece con su ópera prima altas dosis de humor negro

perdona-si-te-mato-amor-en-las-naves-del-español-mataderoCuando partes de una tradición como la de Jardiel Poncela, autor de algunas obras consideradas comedias de intriga policiaca, entre las que destaca Los ladrones somos gente honrada; o cuando uno se deja influir por Miguel Mihura —la temporada anterior pudimos ver en escena Carlota—, es complicado abrir nuevas perspectivas. Son dramaturgos que han destacado por su capacidad para desarrollar el diálogo, trenzado a partir del absurdo y del juego de palabras sin fin. Con estos mimbres, Carlota Pérez-Reverte ha escrito una obra que recauda cada uno de los estereotipos y de los tópicos propios del subgénero y con los que ha sido capaz de configurar un texto dinámico, audaz y divertido. Gracias a la escenografía de Manuel Pellicer, donde cada futura escena ya dispone de su espacio igual que si fuera el Cluedo tridimensional. Allí reúne, en diferentes planos y profundidades: el despacho de Homero & Asociados (toda una asesoría para crímenes hipotéticos), una comisaría (con impresos de cualquier color imaginable), un salón, un apartamento y una pasarela superior por la que desfilan los seis personajes mientras los títulos de crédito presentan cinematográficamente la obra en una pantalla enorme (esto también nos recuerda a la Carlota de Mihura que dirigió Mariano de Paco). En esa misma pantalla se sobreimpresionan las animaciones y los grafismos diseñados por Manuel Vicente, muy acordes con la estética que se pretende crear. Sigue leyendo