Otra forma de representar el teatro en La casa de la portera: dos actrices a pocos centímetros de veinticinco espectadores
Cuando se unen ante la red de una pista de tenis una entrenadora que perdió su sueño de ser Mónica Seles debido a una lesión y una pija advenediza, abúlica y más pendiente de comer polvorones, se establece una especie de relación fáustica. La primera, de nombre Mónica, desea la independencia, vivir sola, pero no puede conseguirlo por falta de recursos; a la otra, Candela, muy al contrario, le sobra el dinero y solo ansía más capital y alguien que le haga compañía, máxime si su marido, un director de sucursal bancaria, pasa de ella. ¿Es este el argumento? En absoluto. Ascensión y caída de Mónica Seles es un viaje en el tiempo, un partido de tenis, una convocatoria fantasmal, un corte de pelo maléfico, una puesta en marcha del azar, un crédito envenenado, una venganza y una experiencia dramatúrgica en un espacio (La casa de la portera) que, indefectiblemente, nos obliga a sensibilizarnos con dos actrices expuestas a la intemperie de veinticinco espectadores y dos pequeños salones. A Rocío Marín le toca la parte del tenis y la peluquería. Dos hermanas y un espectro. Mónica y Estefanía (en recuerdo de la Graft). La ingenuidad de la peluquera y esa gesticulación de pobrecica realmente le hacen brillar. Mientras, Nerea Moreno, de la que disfrutamos en Dionisio Ridruejo, se lleva la mejor parte del texto, cuando, con soltura y soberbia de trampantojo, esputa las características de su cínica personalidad vacía. Ambas se sostienen como verdaderas profesionales de la actuación en un espacio tan singular, en el manejo de los cachivaches que emplean y en la mirada de unos espectadores que te escrutan a menos de diez centímetros, que ríen y suspiran mientras la obra transcurre. Desde mi punto de vista, las dos intérpretes mejoran un texto que viene lastrado por los vicios del cine almodovariano (las influencias estéticas de Volver parecen obvias) y lo grotesco y terrorífico en la cinematografía de Álex de la Iglesia. Esos vicios tienen que ver con el número de líneas argumentales que se ponen en juego, con los excesos verbales y con ciertos detalles estrafalarios de carácter espiritista. Los tres elementos pueden funcionar por separado, pero, unidos, exigen un fulgurante desenlace (como suele ocurrir en muchas de las películas del director manchego) donde las explicaciones se hacen pertinentes, llevando inequívocamente a transgredir la norma fundamental del teatro: muestra, no cuentes. Estas disonancias, por otra parte, no son tan excesivas como pudiera pensarse, únicamente requerirían alguna simplificación tanto en la puesta en escena (tres cambios, a pie, entre los salones), como en el uso de ciertos objetos que entorpecen o afean la representación (una pelota botando, unos polvorones, una palangana con agua donde Candela tiene que meter la cabeza, un equipo de música un tanto anticuado). En fin, demasiados riesgos que, a la postre, provocan una tensión sugerente en el espectador que lo introducen hasta dentro de la dramaturgia. No puede obviarse que es otra forma de representar el teatro. Y es una forma inmejorable de contemplar una visión pérfida de la crisis económica subyaciendo bajo las vidas de dos jóvenes que quieren realizar su vida a través de la peluquería y el tenis respectivamente, y una pobre desgraciada cayendo en el devenir de la codicia, mientras un fantasma (que quizás recorre Europa) viene en su busca.
Ascensión y caída de Mónica Seles
Autor: Antonio Rojano
Dirección: Víctor Velasco
Intérpretes: Rocío Marín, Nerea Moreno
Espacio sonoro: David García
Diseño gráfico: Payo Pascual
La casa de la portera (Madrid)
Lunes 20 h. y 22 h. de julio de 2014
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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