Atra bilis

Alberto Velasco pone en marcha esta comedia tenebrosa de Laila Ripoll para configurar un cuadro grotesco que roza la astracanada

Atra bilis - FotoEsta obra de Laila Ripoll data del año 2000 y ella misma, con su compañía Micomicón, la puso en marcha empleando a cuatro actores travestidos en la Sala Cuarta Pared. Luego, creo, tuvo una producción gallega allá por el 2009, y ahora Alberto Velasco ha decidido montarla de nuevo, porque debe considerar que es el momento de la disuasión. Puesto que Atra bilis, ya saben, la melancolía, el humor negro, tal y como lo denominaban en la antigüedad (también así se llama la compañía de Angélica Liddell) podría enmarcarse en la astracanada, más que en el esperpento. Sería tomar la literatura gótica y su ambientación como un cajón de sastre donde se juguetea con autores y con obras que fácilmente podremos intuir. Desde Valle-Inclán con Divinas palabras y las Comedias bárbaras, hasta Miguel Delibes con Los santos inocentes y Cinco horas con Mario, pasando por La casa de Bernarda Alba y el tremendismo de Cela. Pero todo ello aderezado con mucho humor negro (ya no el sanguíneo), por supuesto; aunque también escatológico en demasía. La cuestión es que una vez mostradas las cartas en los primeros embates, parece que el asunto no da, ni mucho menos, para la hora y media que dura el montaje. Básicamente porque el argumento es demasiado sencillo y el terrorífico misterio se demora una barbaridad (hay que hablar de «caramelitos» y despistarnos) para redundar en los tópicos consabidos del género.

A mí me recordó a Mis terrores favoritos de Chicho Ibáñez Serrador, que es quien ha trabajado con donosura en este país el terror y el humor; y por qué no a don Cicuta y a las Tacañonas con su retranca y sus juegos de palabras. Luego, claro, el heredero, Álex de la Iglesia, lo debemos de tener en mente y, en los últimos tiempos, al actor Carlos Areces, que es un cómico que se dedica a coleccionar fotos de muertos. Ahí es nada.

Bien, pues todo este mejunje está en esto de Ripoll. Y tiene su gracia cómo ha dispuesto los elementos y cómo ha configurado a los personajes. No obstante, el cuadro que marca, tan estático (evidentemente), con un tiempo del velorio tan definido y una trama que apenas crece en el epílogo, deja a esos personajes tan irrisorios en menos de lo que debieran. Nazaria ha perdido a su marido; pero su muerte es todo un acontecimiento, aunque se haya marchado un «jueves», que es un día de lo más vulgar. Maite Sandoval lleva su personaje hasta el punto de la insorportabilidad. Cada frase reverbera sobre sí misma, y la repetición es su signo de distinción: «Sabrás tú, que sabrás tú, tú qué sabrás que sabrás tú…». Desarrolla su papel manteniendo el pulso cómico en el exabrupto permanente, en la grosería desenfada y en la ejecución de su poder de primogénita que lleva la voz cantante. Es quien más afila la lengua y posee los guiños más originales. Es, en definitiva, quien les marca la pauta a sus hermanas. Quien más réplica le da —de hecho, es un ten con ten deshonroso y chabacano— es Daría, la solterona, una Nuria González algo amedrentada al final por las ínfulas de esa «parapléjica» de ordeno y mando que la tiene esclavizada. La disputa entre las dos es deliciosamente grosera en las frases iniciales; aunque luego pierde algo de fuelle una vez se toma la costumbre. Luego, por allí, está la pobrecica Aurori, que lleva su «retraso» al libertinaje de sus esfínteres: «Caca, caca», repite sin parar, con todo su pijama apestando a orines. Paloma García-Consuegra resulta fenomenal cargando de esa muchacha tan inocentona y cantando barbaridades: «Lindaaa… /Zorraaa…». Cuando aparece Celia Morán, haciendo de Ulpiana, parece que el meollo se aviva. Con ella se refuerza ese estereotipo de la servidumbre tan dado desde antiguo, la baja estatura de la actriz se encaja perfectamente en la composición de esta pintura goyesca y, además, demuestra su encanto y esa chispa que hace aumentar el misterio. Los venenos se reparten entre engaños y verdades en la bronca sarcástica de estas mujeres que parecen atrapadas en un agujero infecto. Que la pieza no se desmangue entre tanto insulto y las frecuentes comprobaciones a ver cómo se encuentra el finado, se deban a una dirección de Alberto Velasco muy fina. Por otra parte, la escenografía de Alessio Meloni, bastante sencilla; pero con el atrezo justo para ambientar las tinieblas y darle profundidad al dejarnos ver la intemperie al fondo; también, por supuesto, gracias a la iluminación de David Picazo forzando el color dorado para evidenciar los rostros macilentos de nuestras protagonistas. De lo mejor es el vestuario de Sara S. de la Morena, quien ha dotado a cada personaje de los ropajes idóneos para remarcar su estatus dentro del grupo y para trasladarlos a la negrura del siglo XIX. Es, en este sentido, una producción apreciable.

En definitiva, Atra bilis está ahí para que el respetable disfrute del cuentecillo macabro durante noventa minutos, y se carcajee con la inquina de estos especímenes tan peculiares surgidos de algún bosque umbroso.

Atra bilis

Texto: Laila Ripoll

Dirección: Alberto Velasco

Elenco: Celia Morán, Maite Sandoval, Nuria González y Paloma García-Consuegra

Ayudante de dirección y regidor en gira: Juan Pedro Campoy

Diseño de escenografía: Alessio Meloni

Utilería: Las Bernardas Teatro

Diseño de iluminación: David Picazo

Diseño de vestuario: Sara S. de la Morena

Diseño de espacio sonoro: Héctor Herrero Hernández

Dirección musical y autor canción grupal: Pepe Alacid

Autora de canciones Aurori: Silvia Herraiz

Peluquería: Javier Sevillano

Maquillaje: Paula Marcos Sánchez

Diseño gráfico: Sbethancourt Studio

Fotografía: Guille Sola

Fotografía escena: Dominik Valvo

Dirección técnica: Juanan Morales

Técnico: Jorge Fernández

Producción: Guillermo Delgado

Producción ejecutiva: Sergio Bethancourt

Distribución: Dos Hermanas Catorce

Produce: Dos Hermanas Catorce, Alberto Velasco y Teatro Principal de Zamora

Teatro Infanta Isabel (Madrid)

Hasta el 11 de junio de 2022

Calificación: ♦♦

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