Eduardo Galán ha traído al presente el clásico de Ibsen para configurar un drama desfasado con María León en el papel de Nora

Seguimos con la misma dinámica: adaptar clásicos para que el público no se aburra (véase La Regenta o Los pazos de Ulloa) y se pueda quedar con la esencia ─si es que esta tiene verdadero valor, cuando se le usurpan las necesarias circunstancias-. Si, además, se quiere modernizar y trasladar el contexto de la Noruega de finales del XIX al primer cuarto del siglo XXI, la verosimilitud va a resultar trastabillada. Durante todo este tiempo se han dado unas transformaciones sociales bárbaras.
Pongamos que la obra de Ibsen dure en una puesta en escena común casi dos horas. La adaptación de Eduardo Galán, que es el máximo responsable de lo que escuchamos, se acorta hasta los ochenta minutos. Esto implica un agolpamiento de las anagnórisis, de los giros abruptos y de las resoluciones intempestivas. Digamos, entonces, que nada encaja, ni el ambiente sociocultural, ni la caracterización de los personajes, ni, sobre todo, el sentido moral y político que la interpretación histórica ha realizado acerca de este drama. Por ejemplo, la perspectiva feminista del asunto. Esto ya se ha pretendido varias veces en los escenarios españoles. Auténticos descalabros, como fueron la visión tarantiniana de Ximo Flores o aquella Mecánica, del cubano Abel González Melo. Mejor le fue a Gómez-Friha, pues tenía más comedimiento. La cuestión es que vender la burra del patriarcado, aunque las mujeres con educación y con capacidades desarrolladas estén en otra dimensión, tiene consecuencias ridículas. Que sigue habiendo féminas con carrera universitaria, que han renunciado a su profesión por cuidar a sus hijos, es cierto. No me referiré a esas burguesas que iban (y van) a la universidad a buscar un buen marido, según nos recordaba Carmen Martín Gaite en sus Usos amorosos de la posguerra española. Convendría, de todas formas, atender a esa segunda parte que ideó Lucas Hnath con La vuelta de Nora. Las cosas no son tan fáciles.
Pero lo que aquí se plantea, si es que conservamos algo de aliento para hacernos cargo, es muy distinto. Y es que María León, que se desenvuelve con algunas dudas, como si no le encajara del todo el papel, se encarna en la protagonista (que dé explicaciones de su sentir en diferentes apartes es un procedimiento antiguo que niega la capacidad intelectual del respetable). Por las mañanas, trabaja unas horas en una tienda, ni media jornada, y le pagan seiscientos euros. El tema de la económica es tan esencial, con esos datos que conocemos, como si fuera una novela de Balzac. Está estudiando a distancia para terminar el grado de Farmacia. Pretende ir a clase por las tardes a partir del siguiente año. Tiene tres hijos que le cuida una sirvienta. ¿Cuál será su salario? Ahora no es como antaño, con esas criadas que venían del pueblo y se quedaban internas por una propinilla. Además, y este es el meollo, debe seguir pagando una deuda de cuarenta mil euros. Es dinero que tuvo que emplear para que su esposo se curara de una grave enfermedad en una clínica muy cara de Estados Unidos. Resulta que ese crédito procede de una estafa inmobiliaria que nuestra grácil protagonista ha propiciado. Respiren, que apenas estamos en el primer acto. En algunas telenovelas turcas ocurren menos vericuetos. A mí las cuentas no me salen ni por asomo. No importa que el cónyuge, Osvaldo, que nos deja a un Santi Marín, que todavía sostiene su pulso dramático (el único, diría), se haya convertido en director de una sucursal bancaria y haya mejorado sus emolumentos. El nivel de vida de esta gente es una insensatez.
Que de improviso aparezca justo de visita una antigua amiga de la infancia, Cristina Linde, aumenta el desvarío argumental. Pepa Gracia se muestra con sencillez, inicialmente, sin demasiada pujanza dramática; porque ella funciona como enlace. Requiere ─viene con su propia catástrofe personal. No sé ni de cuántas muertes se habla en esta obra─ auxilio, necesita trabajo. Y quién mejor que el señor Helmer. ¡Qué coincidencia que ahora esté en disposición de darle un puestecito! ¡Qué mejor que sustituir al malvado Óscar! Este es un empleado ambicioso, mal encarado, que, también, por supuesto, tiene su propio drama íntimo. ¿Cuál es uno de sus problemas? Pues que el estafado de Nora es él, y que tiene un documento que justifica el trato al que llegaron. Patxi Freytez remarca su enfado y su nerviosismo con buen tono. Por otra parte, él y Cristina, quienes habían mantenido una relación amorosa, se vuelven a encontrar para propiciarse una ayuda mutua y un futuro juntos. Por si todo esto fuera poco, por allí pulula el gran amigo, el doctor Rank, un tipo agarrado a su humor negro, pues morirá pronto. Alejandro Bruni resulta tan gracioso como poco consistente en su declaración de amor hacia Nora. Como comprenderán, este embrollo es absolutamente insostenible hoy en día. Sumémosle todavía elementos de descuido como afirmar que nuestros protagonistas vayan a una fiesta de disfraces y que ninguno lleve ni siquiera una máscara o algún elemento distintivo.
El portazo famoso llegará fuera de contexto socioeconómico. Ya no cuela. Que la heroína, que ha puesto en peligro a su propia familia, que puede acabar incluso en la cárcel y que puede generar el despido de su marido, afirme, saliéndose por la tangente, que esos quince años de matrimonio han sido infelices, parece más una rabieta de una tía inmadura que otra cosa.
Quien se pone al frente de todo este desaguisado es Lautaro Perotti. Al menos, le da fluidez a las escenas gracias a la escenografía de Lua Quiroga, que ha organizado unos bloques móviles, similares a las casas de muñecas que se pueden abrir y cerrar, que van recreando los diferentes recodos. En cualquier caso, este dinamismo no nos salva de este desastre.
Autor: Henrik Ibsen
Adaptador: Eduardo Galán
Director: Lautaro Perotti
Reparto: María León, Santi Marín, Patxi Freytez, Pepa Gracia y Alejandro Bruni
Diseño de escenografía y vestuario: Lua Quiroga
Diseño de iluminación: Luis García
Música original y espacio sonoro: Manu Solís
Ayudante de dirección: Juan Diego Vela
Diseño gráfico: Hawork Studio (Alberto Valle, Raquel Lobo y Sara Ruiz)
Fotografía de estudio: Juan Carlos Arévalo
Peluquería y maquillaje: Roberto Palacios
Producción ejecutiva: Secuencia 3
Dirección de producción: Luis Galán
Coordinación técnica: Luis García
Producción: Inma Almagro y Borja Galán
Transporte: Miguel Ángel Ocaña
Dirección de gestión: Félix Santos y Marina C. Feliu
Comunicación: Beatriz Tovar y Borja Galán
Dto. jurídico financiero: Marta García
Distribución: Adrián Chico y Mireia Martínez
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 22 de junio de 2025
Calificación: ♦
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Totalmente de acuerdo con tu crítica. Solo añadir que a una amiga que conoces se le ofreció participar en el proyecto. De entrada me comentó que las condiciones, el tiempo y el material eran un desastre. Posteriormente cayó enferma y eso agravó que el resultado de su trabajo no fuera óptimo. Superada su crisis de salud se ofreció a mejorarlo antes de su estreno en Madrid. Los responsables sin mediar palabra la excluyeron y de paso lanzaron malos comentarios en su contra. Afortunadamente en la profesión nos conocemos todos y la calidad artística y humana reconocida de mi amiga está a años luz y nunca mejor dicho de quien cobardemente lanzó los comentarios. Todos nos podemos equivocar, tanto en la concepción de un espectáculo como en cualquier aspecto del mismo, pero ciertas actitudes son imperdonables y merecen un buen portazo.
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Muchas gracias por tu comentario.
Un saludo.
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Estoy perplejo todavía del infame espectáculo que vi el sábado en el Fernán Gómez. Un auténtico desastre de una de las obras que tenía que ser de lectura obligada. Pobre Ibsen si levantara la cabeza y viera esto. En ningún momento me creí lo que me contaban. Quién ha escogido este reparto de actores?….Por favor un poco de respeto a la profesión. No tengo ninguna duda que el próximo montaje será Un enemigo del pueblo y el doctor Stokmam que lo intérprete el Oswaldo de Casa de muñecas.
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Muy de acuerdo.
Gracias por tu comentario.
Un saludo.
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