Juan Carlos Fisher dirige el éxito de la dramaturga británica Lucy Prebble, un drama sicologista sobre el poder de la química en nuestro cerebro

El efecto es efectista. Se la recomendaría, para que se entretuviesen, a los adolescentes. Cuesta pensar que el público adulto que suele ocupar las butacas de los Teatros del Canal no vaya a detectar las simplificaciones con las que se acomete el planteamiento. Por un lado, habría que señalar que la obra, tan acuciante para el momento que vivimos a partir de este constructo tan avieso de la «salud mental», se ha quedado anticuada. De hecho, ya lo estaría en aquel 2012 en el que se publicó. Los fármacos inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina han sido puestos tan en cuestión que la siquiatría más seria declara abiertamente que esa vía antidepresiva apenas «funciona» en el 10% de los casos. Uno tiene la sensación de estar dentro de alguno de esos experimentos sociales que atenazan el contexto, como ocurría en La ola, o que, directamente, nos sitúan en unas circunstancias tan extraordinarias que las reglas, por lo tanto, han de variar, como pasaba en El señor de las moscas o, en el programa de televisión Gran Hermano. Por lo tanto, debamos tomar esta propuesta como un juego, como un drama de tesis, sin darle más vueltas. Los intereses espurios de la siquiatría, del DSM 5, de la industria farmacológica y de la colección ingente de escuelas psicoterapéuticas, donde se incluirían unas cuantas seudoterapias, luchan denodadamente por ser eficientes o ser más científicas o demostrarnos que su método sirve. ¿Cómo conjugar todo esto desde una posición filosófica que lanzara sobre el tapete los conceptos de libre albedrío, de voluntad, de lenguaje, de realidad o de mente? Normal que la frase «salir de la matrix» se haya convertido en un lema para cualquier conspiranoico. Me regodeo con tres ejemplos que tengo a la mano. ¿Qué pensaría de este montaje una conductista radical como María Xesús Froxán, el veterano psicoterapeuta José Luis Marín o la biologicista Marian Rojas?
Dicho todo lo anterior. Consideremos que Juan Carlos Fisher, quien nos presentó en esta misma Sala Verde, Prima Facie, se encarga inicialmente, en el previo a la función, de infundirnos la excitación propicia para adentrarnos en la trama, y para ello nos somete a una sesión de musicote dance a todo trapo. Una buena metáfora de lo que después va a suceder. Porque se puede lograr un estado alterado de conciencia con drogas, con música idónea, con una experiencia artística (¿teatral, quizás?) o con algún éxtasis místico. Pronto llegará el chip en la cabeza y el chimpún humano. Esto se acaba, amigos. Mientras tanto, Norma, la sicóloga clínica que interpreta Alicia Borrachero con ese rostro adusto que borda para enarbolar su sarcasmo y así encubrir sus pesares, realiza un breve test a dos de los voluntarios que se han presentado a un ensayo farmacológico que aumentará su dopamina, a la vez que se prueba un antidepresivo. Será ella la que atine a elaborar un discurso más humanista cuando habla de la depresión: «Se trata de una interacción con el mundo. No surge por sí sola».
El estilo con el que se propende es el propio de las películas de ciencia-ficción. Juan Sebastián Domínguez ha ideado una sencilla escenografía que potencia el aislamiento, que se conjuga en esta misma línea con la iluminación de Ion Aníbal López, que es más importante todavía. Por su parte, Luis Miguel Cobo infunde unos ritmos desasosegantes que amplifican la sensación de taquicardia que va impregnando el espectáculo. Estas cobayas parecen recluidas en un recinto de máxima seguridad y da la impresión de que las pruebas están destinadas a probar un producto altamente sofisticado; cuando, en realidad, es una práctica habitual en muchos hospitales. Ciertamente, los papeles que representan Elena Rivera e Itzan Escamilla resultan bastante flojos. La primera, Connie, es una estudiante de psicología; pero no encontramos a alguien con más requiebros epistemológicos. Su aparente sentido del deber enseguida se quiebra. No tarda demasiado en caer enamorada de Tristán. Este es un joven muy lanzado, atrevido y con una concepción de la vida mucho más liberal que el de su compañera. No se deja oprimir por las ataduras, así que unas pocas dosis ─más allá de que haya o no recibido un placebo─ y ya está dispuesto para una aventura erótica. Verdaderamente parece que estamos inmersos en una de esas noveluchas romantasy con portada repleta de lettering en relieve. De todas formas, ambos actores se muestran con sugerente agilidad.
Por otra parte, se pretende ampliar el asunto con una subtrama adyacente, que intenta ofrece un contraste a lo tratado principalmente; pero en la que no se profundiza demasiado. Tendríamos una pasada historia íntima entre la susodicha doctora y el responsable del experimento, uno de esos investigadores ambiciosos que ascienden con fulgor dejando víctimas de todo tipo. Fran Perea se muestra con cariz sentencioso y satisfecho, aunque muy estático en el escenario. Hay que reconocer que entre ellos se dan los dilemas éticos más sugestivos acerca de su ciencia. Si es cierto que han logrado desarrollar una sustancia que fomenta de manera tan imperiosa el enamoramiento, entonces tendrán claro que el amor es pura química. Ganaría, nuevamente, esa idea tan cerebrocentrista, tan neopositivista de los adalides de las «personas vitamina» que únicamente contemplan el jugueteo de las hormonas. El mundo simbólico se desvanece ante ellos.
Como tantas y tantas obras de tesis, como contrafácticos que constriñen su dimensión a lo más escueto, aquí todos los otros se esfuman. El tema en cuestión es muy interesante; pero su estética me parece excesivamente juvenil.
Texto: Lucy Prebble
Dirección: Juan Carlos Fisher
Adaptación: Rómulo Assereto y Juan Carlos Fisher
Reparto: Alicia Borrachero, Elena Rivera, Itzan Escamilla y Fran Perea
Vestuario y escenografía: Juan Sebastián Domínguez
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Iluminación: Ion Aníbal López (A.A.I.)
Ayudante de dirección: Rómulo Assereto
Movimiento escénico: Iker Karrera
Vídeoescena: Javier Mari-Pino y Óscar Testón
Comunicación: Ángel Galán
Fotografías de escena: Elena C. Graíño
Fotografías promoción y diseño gráfico: Javier Naval
Ayudante de producción: Desirée Díaz Henares
Asesoría de producción: Ana Jelin
Jefe de producción: Carlos Montalvo
Producción ejecutiva: Olvido Orovio
Gerente regidor: Carlos Montalvo
Maquinista y técnico de audiovisuales: David Vizcaíno
Técnico de iluminación: Ion Aníbal López
Transporte: Taicher
Construcción de escenografía: Mambo Decorados
Distribución y producción: Producciones Teatrales Contemporáneas S.L.
Agradecimientos: Lucía López, Raymond Naval, Teatro Palacio Valdés de Avilés y Estudio de Actores
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 20 de abril de 2025
Calificación: ♦♦
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