Wajdi Mouawad retoma esta primeriza obra con el trasfondo de la guerra libanesa para realizar una dramedia fantasiosa

Efectivamente, no es lo mismo contemplar esta obra temprana ─la escribió en 1991, cuando contaba con 23 años─, y atisbar una serie de características que nos pueden hacer pensar en un buen dramaturgo, que acercarnos a ella después de haber observado gran parte de su trayectoria. Wajdi Mouawad, el autor libanés, exiliado a Canadá, nos lleva visitando muchas temporadas. Además, su teatro se ha puesto sobre las tablas a partir de proyectos íntegramente españoles. La lástima sea que la realidad impone su tozuda evidencia, pues vuelven a sonar las bombas en el Líbano, tal y como ocurre en Journée de noces chez les Cromagnons. Pero lo cierto es que se da tal insistencia en su biografía sobre ese fondo, sobre esa circunstancia terrible, que no podemos obviar que, de algún modo, esa historia ya nos la ha contado. No solo porque su más celebre texto, Incendios, se haya mantenido en la memoria colectiva, sino porque, sin ir más lejos, apenas hace unos meses, en este mismo escenario de los Teatros del Canal, se representaba Madre. Cómo no establecer una absoluta identificación entre aquella y esta, cuando la progenitora posee ese ímpetu tan llamativo y, lógicamente, basado en la verdad. Convengamos, por tanto, en que nuestro autor nos ha trasladado su desgarro biográfico demasiadas veces, como para que dramatúrgicamente nos toque de la misma forma (súmenle Un obús en el corazón). Esto no quita para que el trasfondo sea de soberana importancia.
Volvemos nuevamente a esa envoltura de la cotidianidad caótica desde la primera escena. Aïda Sabra se encarna en Nazha, y llevará el peso de la obra; aunque la voz del escritor, manifestado en una incursión metateatral desde su Quebec de adopción, se cuele para enmarcar la fábula. Su hijo de diecisiete años, interpretado por Aly Harkous con gran dominio de las emociones desbaratadas, recibirá el rapapolvo de aquella en unas disputas imparables y ágiles. No deja de ser costumbrismo, por mucho que los estruendos de los misiles hagan temblar las paredes y se permitan algunos chistes sobre «francotiradores de confianza» o la insistente pregunta de la hermana («¿Cuándo iremos a Berdawnay?». El lugar, una ciudad turística, es un juego de palabras que suena ‘bear down, May’). También el humor, como el propio sistema de evasión que se propone internamente, sirven para disociarse del belicismo imperante. Luego, a esta situación confusa de nerviosismo, se suma la vecina Souhaila, que Bernadette Houdeib acoge con auténtico encanto, para subsumirse de manera bonancible al trajín gastronómico que se plantea. Allí llega con un montón de ollas repletas de comidas tradicionales. Añadámosle la aviesa seriedad del padre, un tipo que se mueve más en la sombra y al ritmo que marca su esposa. Fadi Abi Samra viene cargado con un cordero para despellejarlo delante de nosotros y pringarse de sangre. Siguen sonando los proyectiles y el tema de la boda comienza a tratarse como una operación de surrealismo y de fantasía a partes iguales. Todo un fingimiento que se pretende llevar muy lejos. Una apariencia para esa hija de treinta años, una Layal Ghossain, que se postula con su ensoñación a cuestas vestida de blanco. Su narcolepsia la destina a una existencia de paranoia que, si las circunstancias familiares acompañan, la disuade de esa sempiterna batalla mortal que atenaza a su país. Sin embargo, no hay novio, o quizás sí. Ya lo descubrirá el público. El onirismo creado en el desenlace busca tanto la conmoción en la tragedia como la especulación con una realidad que ha permanecido controlada, a duras penas (cortes de luz incluidos) durante toda la función. Se consigue alzar el vuelo y alejarnos del costumbrismo. Asimismo, el poema final añadido como epílogo recitado en español por Oriol Broggi nos deja un buen sabor de boca.
Engrandece el espectáculo la sugerente escenografía de Emmanuel Clolus. Sugiere expresionismo, con esas inclinaciones y ciertas líneas de fuga, además de una habitación que cruza de un lado a otro. Luego, todas esas proyecciones que van apareciendo fomentan grandiosamente esa estética de la fantasmagoría y consiguen que nos adentremos en la mente del creador.
Creo que asistimos a un ensayo del que será su estilo (variado, pues también ha trabajado con propuestas más vanguardistas, recordemos: Notre innocence); pero que todavía no está cuajado, no nos lanza a algo más trascendente. Igualmente, alcanzar las dos horas de duración parece del todo excesivo. Vale, por supuesto, para tener más piezas en nuestro propio acervo como espectadores de este gran dramaturgo, y para insistir en esa idea de que, a pesar de los conflictos, los planes y los sueños deben continuar.
Journée de noces chez les Cromagnons
Texto y dirección: Wajdi Mouawad
Creación: Printemps des comédiens
Intérpretes: Fadi Abi Samra, Jean Destrem, Layal Ghossain, Aly Harkous, Bernadette Houdeib y Aïda Sabra
Asistente de dirección: Cyril Anrep
Dramaturgia y concepción de sobretítulos: Charlotte Farcet
Traducción al libanés y sobretitulado: Odette Makhlouf
Regiduría general: Arnaud Godest
Jefe de iluminación: Laurent Matignon
Regidor de iluminación: Jean-Philippe Viguié
Regidor de sonido: Aurélien Hamon
Regidor de vídeo: Stéphane Lavoix
Subtituladora: Sarah Mahfouz
Regidor de escenario: Adrien Geiler
Utilería: Claire Tavernier
Vestuario: Isabelle Flosi
Maquillaje y peluquería: Jean Ritz
Encargada de producción: Marion Le Strat
Escenografía: Emmanuel Clolus
Música original: Nadim Mishlawi
Fabricación de accesorios, vestuario y escenografía: ateliers de La Colline
Producción: La Colline – théâtre national, Paris
Coproducción: Festival Printemps des comédiens
Con el apoyo del: Instituto Francés de París y el Instituto Francés del Líbano
Con la ayuda de: Théâtre Le Monnot – Beyrouth, Líbano
Gracias a Oriol Broggi por la grabación del poema
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 30 de noviembre de 2024
Calificación: ♦♦
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