Profundo recuerdo de un hombre sobre su madre enferma tras la guerra del Líbano

Mucho Wajdi Mouawad últimamente con su visita para presentarnos Inflammation du verbe vivre y Les larmes d’Oedipe con las que cerraba su ciclo sofocleo; aunque antes disfrutamos con los Incendios dirigidos por Mario Gas. Suficientes pistas como para acercarnos con solvencia a Un obús en el corazón. Entronca esta obra ampliamente con el gran espectáculo que dirigió e interpretó el libanés en 2013, Seuls; donde además de su propia introspección biográfica, aparece el elemento pictórico, como un arte que también lo cautiva. Aquí, en el cuerpo, la voz y la expresión de Hovik Keuchkerian, interpretando el papel de Wahab, nos encontramos con esa búsqueda de la identidad, del recuerdo endeble, de los cabos que se deben atar, influidos, otra vez, por Sófocles y la crisis del espíritu, por un doloroso encuentro con la verdad. Aunque dos líneas confluyen en este individuo malhadado: la guerra y la muerte de su madre, es esta última la que se lleva el mayor desgarro de un tipo que juega a contarnos una historia; cuando en realidad lo que persigue es poner en disposición su memoria quebrada. Una infancia callejera perturbada por las bombas, por un atentado a un autobús atestado de refugiados; también contribuye a los olvidos selectivos. Emigrar a Canadá y a su frío, ver cómo el rostro de su madre patentiza el cáncer que le come por dentro. Todo ello expresado con los recursos narrativos de Mouawad, los flashbacks, la confusión de los tiempos, el estilo directo e indirecto, las voces que Keuchkerian debe impostar: aquel Papá Noel, el autobusero, personajes anodinos que apuntalan la cotidianidad que encauza el final de la historia; las frases cortas, en un puntillismo que favorece la descripción impresionista y que obliga a nuestro actor de origen libanés, campeón de boxeo, a sincopar la sintaxis, casi a veces en un rapeo con el que nos ametralla con detalles incontables que nos envuelven en la furia, en la parálisis, en el miedo, en la esperanza, en el propio devenir de un tío duro rodeado de familiares en la sala de espera de la muerte inevitable. Digamos claro que su interpretación nos conmueve y que ver derrumbarse a un gigante con sus propios golpes mnemotécnicos es una experiencia iluminadora en nuestro mundo aséptico. Es capaz de construir una amalgama sensacional que confirma su estatus, sus raíces y su personalidad. Y a nosotros nos entrega esa maraña como una nebulosa en la que se ocultan los tactos de la insensatez. Quizás el único pero que se le puede poner a este espectáculo de apariencia sencilla, es que se regodea en exceso sobre la situación terminal de su madre y se aparta demasiado de las circunstancias de la guerra. Cierto es que el ritmo es algo moroso, que va y viene sin extenderse en el número de hechos, pero el final podría llegar un poco antes. Desde luego, es ponerle pegas a una función dirigida con cuidado por Santiago Sánchez, aprovechándose de una escenografía efectiva de Dino Ibánez, quien ha montado un fondo sobre el que se proyectan las pinturas de Wahab; además, la iluminación de Rafael Rojas, permite abrir el espacio y concentrar la atención en los momentos cumbre. En verdad, Un obús en el corazón contiene un texto repleto de valores literarios, de metáforas sobre la vida y las sinrazones de brutalidad humana, interpretado por un actor engrandecido ante tamaño reto, que demuestra en escena cómo la transformación vital que se lleva a cabo purifica el ánimo.
Autor: Wajdi Mouawad
Dirección y adaptación: Santiago Sánchez
Reparto: Hovik Keuchkerian
Diseño de escenografía: Dino Ibáñez
Diseño de vestuario: Elena Sánchez
Diseño de iluminación: Rafael Rojas
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 5 de febrero de 2017
Calificación: ♦♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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