Obra de Carmen Laforet es adaptada con mucha consistencia dramática, a pesar de sus excesos narrativos, en el Teatro María Guerrero

Lleva Joan Yago unos cuantos años dejando su impronta en el teatro nacional con una insistencia preponderante de la narración; como ya comprobamos con Breve historia del ferrocarril español o, esta temporada, con su peculiar visión del Congreso de Viena en Le congrès ne marche pas. Ahora, con la adaptación de la novela que Carmen Laforet ambientó entre octubre de 1939 y febrero de 1940 se insiste en los procedimientos narrativos. Este hecho, que resulta, desde luego, coherente, supone un lastre para un espectáculo que se alarga más allá de las tres horas de manera innecesaria. Otro asunto muy distinto es cómo Yago ha trazado una disposición magnífica. Por un lado, se ha atrevido a recoger la práctica totalidad de los vericuetos que se incluyen en la novela y, además, lo ha pergeñado con un movimiento de arrastre, marítimo, como de vaivén, a través de una serie de prolepsis, que nos van anticipando situaciones subsiguientes. Esto lo observamos desde el inicio, cuando el tumulto que se espera nuestra protagonista ya está en marcha en aquel piso de la calle Aribau, en Barcelona. En este sentido, la fenomenal labor de Beatriz Jaén es incuestionable, ya que domina todas las simultaneidades con gran destreza. Es, desde el punto de vista dramatúrgico, un montaje espléndido que concentra de forma excelente toda una colección de elementos técnicos y artísticos. Hablamos de una función que dialoga evidentemente con otros como Celia en la revolución, sobre la obra de Elena Fortún; y Cartas vivas, donde ambas novelistas aparecen reflejadas en su relación epistolar.
Capítulo aparte merece Júlia Roch, quien sostiene todo el andamiaje de la propuesta con una solidez total. Un ejercicio verdaderamente difícil, que implica una cadencia en la enunciación (y en la respiración) muy clarificadora y persuasiva. Además de que encarna a Andrea, ese trasunto de la escritora, con esa intuición ingenua de quien quiere aprehender esos «nuevos» mundos (el suyo, familiar y estudiantil, y el de la Barcelona de posguerra) con precaución provinciana. Todo, por lo tanto, gira en torno a ella, que es quien ilumina las causas ocultas de toda esa vesania y violencia que se encuentra en un hogar quebrado. Porque la guerra no está; pero sí sus destrozos. Ante todo, se observa en los hermanos, sus tíos. Por un lado, Manuel Minaya nos entrega a un Juan realmente desquiciado, capaz de introducir una agresividad en la atmósfera subyugante. Su fracaso como pintor, su pobreza y esa dependencia de su mujer lo sitúan en el disparadero. Aquella, Gloria, es interpretada por Laura Ferrer. Todo atractivo físico y mente contradictoria. Una madre un tanto casquivana, con un pasado de tipa antojadiza que recibe la ayuda de su hermana, quien organiza partidas clandestinas. Sordidez que, en ciertos momentos, se suaviza hasta dar pena. Después, es Roman otro de esos núcleos de atracción. Una especie de Pepe el Romano barcelonés (en ese 1945, cuando se publicó La casa de Bernarda Alba y la obra que nos compete). Un músico, un artista, un bohemio seductor que se resguarda con su pistola en el pisito de arriba. Ciertamente, Peter Vives se maneja más con su apostura y con la recreación misteriosa que amantes y admiradoras fomentan.
En la lista de personajes, al comienzo, el papel de Angustias, que acoge con cierta vis cómica Carmen Barrantes, cumplimenta a la perfección ese beaterío hipócrita de algunas solteronas de antaño con la religión y sus tradiciones a cuestas. También pulula por ahí la bonhomía de la abuela, que nos deja a una Amparo Pamplona candorosa.
Uno de los fundamentos existenciales de esta novela tan oscura está en la presencia de Ena, esa joven liberal, de buena familia. Julia Rubio (no es rubia, como en el original) ofrece una frescura y una agilidad en la expresión formidable. Entre ella y nuestra Cenicienta se configura eso que se ha dado en llamar «amistad amorosa», esa relación de intimidad carente de encuentros sexuales. Esta le descubrirá una esfera más moderna a través de viajes a la playa, y esas vivencias en la universidad donde se encuentran todos esos muchachos que se forjan en la escritura, la pintura y los libros con los que Andrea se siente tan plena. Resultan un tanto pintorescos de más; aunque a esa burguesía catalana ahíta de modernidad europeizante lo carnavalesco les va de suyo. Así, por ejemplo, el Iturdiaga de Jordan Blasco, tiene ese aire de estrafalario daliniano, muy juguetón; mientras que Pons, nos concede a un Pau Escobar algo impotente en sus pretensiones con la muchacha. Las diferencias de clase darán la estocada a ese imposible emparejamiento. Sirven estas reuniones intelectuales para dar un gran contraste con lo que ocurre en la tenebrosa vivienda. Esta la ha diseñado Pablo Menor Palomo con todo tipo de detalles congruentes ─incluyendo un automóvil de aquella época que irrumpe por una esquina─, que delimitan los dos espacios, las dos estancias, entre la suciedad y los cachivaches que terminarán con el chamarilero. La iluminación de Enrique Chueca perfila cada recoveco de esa taciturnidad tan lograda. A ello se suma la composición musical de Luis Miguel Cobo, quien no solo apuntala con los violines el ritmo de los párrafos, sino que introduce vetas contemporáneas que nos acercan aquel swing de los años treinta.
Otra de las pegas que se puede poner, ante todo a la novela, es ese afán por concentrar en el desenlace una serie de catástrofes vitales aunadas con un futuro en Madrid, mostrado como una especie de infantil cuento de la lechera, que le ofrece su amiga. Desde luego, le quita mucho tremendismo; pero todo se vuelve de repente en una abigarrada novelería. En cualquier caso, un montaje tan enorme, tan extenso e intenso es capaz de superar cada una de sus rémoras para alcanzar el éxito.
Autora: Carmen Laforet
Adaptación: Joan Yago
Dirección: Beatriz Jaén
Reparto: Carmen Barrantes, Jordan Blasco, Pau Escobar, Laura Ferrer, Manuel Minaya, Amparo Pamplona, Júlia Roch, Julia Rubio, Andrea Soto y Peter Vives.
Escenografía: Pablo Menor Palomo
Iluminación: Enrique Chueca
Vestuario: Laura Cosar
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Vídeo: Margo García
Coreografía: Natalia Fernandes
Ayudante de dirección: Romeo Urbano
Ayudante de escenografía: Alberto González Araujo
Ayudante de iluminación: Andrea Burgos
Ayudante de vestuario: Sara Lamadrid
Diseño de cartel: Emilio Lorente
Fotografía y tráiler: Bárbara Sánchez Palomero
Realización de escenografía: READEST
Sombrerera plumista: Henar Iglesias
Moda técnica: Marucha G. Mateos
Confección: Raquel Bermúdez
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 22 de diciembre de 2024
Calificación: ♦♦♦♦
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