Y… Lo que el viento se llevó

Los avatares de cómo se produjo la célebre película se convierten en una comedia repleta de ritmo con Gonzalo de Castro a la cabeza

Y... Lo que el viento se llevó - FotoNada mejor que volver a devorar los entresijos del cine hollywoodiense para comprobar hasta qué punto se llevan perfilando esos productos no solo en busca de abundantes clientes, sino de votantes, de acólitos o de patriotas. Hoy, que vivimos en el paroxismo del algoritmo atomizador, aquello de cómo se pergeñó una de las películas más exitosas de la historia, nos parece pura artesanía; pero, desde luego, merece la pena auscultar las bambalinas, el atrezo y hasta los cambios azarosos.

De alguna manera, se convoca ese metacine que en las últimas décadas se ha detallado en no pocas ocasiones; ya sea con la Babylon (2022), de Damien Chazelle o, incluso, con Trumbo (2015), que nos aproxima con más precisión al tema que tratamos aquí. En cualquier caso, es un modo que ya encontramos hace mucho en filmes como Cantando bajo la lluvia o la extraordinaria Loquilandia.

Esta obra que el guionista y dramaturgo Ron Hutchinson presentó en 2004 con el título original de Moonlight and Magnolias recrea los cinco días en que Ben Hecht ─el único estadounidense que no había leído el bestseller de Margaret Mitchell─  tuvo que rehacer el guion Sidney Howard.

Si fuera por el aire de comedia emprendida por José Troncoso, uno diría que simplemente se nos remite a esas comedias tan desenfadadas del Hollywood de los años treinta, como alguna de Howard Hawks. Con diálogos chispeantes, ingeniosos y repletos de indirectas que el espectador no puede despreciar. Con algunas coreografías propias de los vodeviles que recorrían los teatros de costa a costa, y que en este montaje ha creado Luis Santamaría con algún toque irónico, a partir, también, de la música tan acorde y cargada de percusión que ha compuesto Mariano Marín. Claro que este es el envoltorio, y su director se ha lucido, pues el ritmo es inmejorable. No afirmaré que el contenido es de una profundidad insondable; no obstante, sí que ofrece más de lo que parece. Principalmente por aquello de cómo la moral y la política arremeten en cualquier producto destinado a las masas. La cuestión racial, por ejemplo, es imperante. El riesgo a ser considerado un defensor del esclavismo era altísimo. De hecho, no faltaron críticas de este cariz cuando se estrenó el film en 1939. Hoy, directamente, hubieran sido imposibles ciertas escenas; por mucho que se quisieran justificar históricamente.

Qué decir del famoso productor de la cinta, David O. Selznick, de origen judío, respecto de las noticias que llegaban del otro lado del charco con nazis. Su catadura ética y ese afán tan imperioso por vencer a su poderoso suegro Louis B. Mayer quedan patentes. Ese engreimiento, combinado con su habitual sarcasmo, lo implementa con poderosa agilidad Gonzalo de Castro. El papel le viene de perlas. Sabe desenvolverse con excelencia, cuando desarrolla ideas, en apariencia, alocadas e inverosímiles. De hecho, la pieza funciona porque este protagonista pone todo su ímpetu y su tremenda insensatez en llevar a cabo un proyecto que tiene todos los visos de fracasar. Sin embargo, ya saben, estamos en la Meca de la Meca del sueño americano. La réplica es muy eficiente en Pedro Mari Sánchez, quien acoge con mucha sensatez y sabiduría el rol de guionista experimentado. Un tipo mayor; pero que no ha perdido un ápice de efectividad. Además, tiene a un odioso rival, el soberbio Victor Fleming, célebre no solo por haber dirigido El mago de Oz (entre otras muchas), sino por haber abofeteado a la mismísima Judy Garland. Este es encarnado por José Bustos con una excelente gestualidad de patán, uno de esos broncos californianos buscavidas que llegaron al mundo del cine por azar. Es, por supuesto, el que resulta más divertido, cuando entre todos se ponen a interpretar con tono de astracán la que será definitivamente la película con más premios Óscar hasta ese momento. Ya que esta es la trama que armoniza la propuesta, para que la idea se revitalice al máximo. Verlos disfrazarse, impostar voces, ponerse en la piel de Clark Gable o hacer de Escarlata O`Hara consigue ciertamente que los asistentes rememoremos las escenas más icónicas. Así que el asunto se convierte en algo entretenido y disfrutable. A estos tres comediantes se les une la secretaria miss Poppenguhl, que nos deja a un Carmen Barrantes veloz, dancística e ingeniosa. No hay más que verla repartir plátanos y cacahuetes, como única fuente de energía para que ese mono mecánico sentado ante las teclas y encerrado allí durante cinco días no decaiga. Luce un vestido en rojo diseñado por Guadalupe Valero, que le da elegancia; igual que a los caballeros, quienes portan trajes con aquellas hechuras propias de la década.

Aparte de todo esto, la escenografía de Silvia de Marta conjuga el aparente caos de un set de rodaje (elementos móviles, algún guiño humorístico con la cartelería) con un despacho amplio y hasta lujoso. Lo suficientemente atractivo para que la función mantenga su brío. Porque reconozcamos que es loable cómo se consigue realizar una obra teatral con un argumento aparentemente aburrido, pues nos van a destripar sin épica una película que todos conocemos.

Es probable que este espectáculo supere las expectativas de muchos asistentes, pues, debajo de las características de un teatro comercial y naíf, se ocultan mensajes más sofisticados (sin pasarse) y una disposición artística de gran factura.

Y… Lo que el viento se llevó

Autor: Ron Hutchinson

Adaptación al castellano: Daniel Anglès

Versión y dirección: José Troncoso

Intérpretes: Gonzalo de Castro, Pedro Mari Sánchez, José Bustos y Carmen Barrantes

Escenografía: Silvia de Marta

Vestuario: Guadalupe Valero

Iluminación: Javier Alegría

Música original y espacio sonoro: Mariano Marín

Movimiento: Luis Santamaría

Caracterización: Chema Noci

Dirección de producción y producción ejecutiva: Maite Pijuan

Dirección técnica: Moi Cuenca

Coordinación técnica: David Ruiz

Técnico de compañía: Andy Duffill

Ayudantía de dirección: Mariana Kmaid Levy

Ayudantía de escenografía: Irene Enguita

Ayudantía de producción y regiduría: Aitor Aguado

Sastrería: Elena Ballester

Construcción de la escenografía: Pascualín Estructures

Confección del vestuario: Taller Gabriel Besa

Fotografía: David Ruano

Colaboradores: Jorge de la Garza, Montibello, Rowenta

Producción y distribución: Focus

Patrocinador: Seesound

Con el apoyo de: ICEC

Teatro Pavón (Madrid)

Hasta el 7 de enero de 2024

Calificación: ♦♦♦

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