Constante

Guillermo Calderón y Gabriel Calderón destripan a Calderón con una pieza inspirada en El príncipe constante

Foto de Santiago Mazzarovich

Fue hace ya un par de años, cuando el mismo Teatro de la Comedia acogió su versión de El príncipe constante. Ahora se toma aquella como excusa, para inventarse un artefacto a medio camino del thriller policiaco y la crítica de arte (o del arte). No sé si los vasos comunicantes que se intentan implantar van más allá de los gestos metateatrales que remiten a aquella; porque no parece muy necesario conocer el drama original. Aquí los vericuetos suponen un juego para el espectador; ya que se busca dilucidar, entre otros asuntos, un asesinato. Una especie de cómic con sus altas dosis de humor. Y también una reducción absoluta sobre cualquier veta hagiográfica; si, acaso, lo religioso se introduce, en alguna mínima medida, como superchería. El fetiche de la mercancía termina por ser un gracioso motivo para la distracción de los espectadores. El espectáculo es raro, en cuanto que uno espera seriedad, y lo que halla son diálogos rocambolescos.

A lo máximo que se aproximan Guillermo Calderón (recientemente hemos asistido a Villa, donde asimismo se trata el tema de la tortura) y Gabriel Calderón (ya hemos visto Historia de un jabalí, Ana contra la muerte y Uz: el pueblo) al texto de Calderón de la Barca es en el preludio. Stefanie Neukirch, recita, mientras prepara su papel. Ella hace de Pernilla, luego sabremos que participó en la adaptación de la susodicha tragedia en una megalómana propuesta rusa, donde se realizaron unos decorados impresionantes. Un fracaso tremendo. Ella, por cierto, para rizar el rizo, se enamoró de un tal Constantin. Su verborrea después será tan impresionante como la del resto. La velocidad con la que hablan es inconcebible. Una concentración máxima para no fallar entre tanta invectiva.

Nos situamos en un apartamento muy sencillo en Montevideo. Alquilado por una tal Rita, que encarna Jimena Pérez con una parsimonia engañosa, con una humilde prudencia que, posteriormente, se desvanece para atraparnos con su orgullo de carpintera. Ella construyó esa cama verdosa que ocupa el centro de la escena, y que lleva escrita la palabra ‘tortura’. Su obcecación por mantener y, más adelante, por recuperar ese camastro es el gran ejemplo de la constancia en esta función. Y el duelo final, la explosión del empeño exacerbado. Ella va redondeando su rol con un dominio del discurso extraordinario; donde observamos una solidez que se apoya en la defensa del trabajo bien hecho.

Antes de llegar al desenlace asistimos a varias escenas que nos dan cuenta de unos personajes confusos, propios de la novelística de espías, seres que parecen moverse por los países sin demasiadas ataduras. El primero con Pablo Varrailhón, el huésped, el escritor que sueña y mal duerme en ese lecho; puesto que debe estar maldito. No puede entender de otra manera que su insomnio y su pesadilla deben estar indefectiblemente relacionados con esa señal que ha descubierto en el lateral. El catre lo atormenta desde su mundo onírico. El actor adopta un aire de macarra que luego también funciona, cuando definitivamente lo conocemos como poli. Su compañero, el otro detective, Luis Martínez, se conducirá con gran versatilidad y con una ironía que le llega a autoinfligir alguna pulla. Porque Juancho Saraví, que resulta magnífico en su amaneramiento de marchante, tiene respuesta para todo. Un embaucador, capaz de adorar esa cama hasta límites insospechados con tal de adquirirla a buen precio. La forma que tienen él, Joe, y Rita de trascender al objeto, cuando este ya habita en un museo, después de que haya provocado la muerte de un asesino, es devolvernos a la diatriba sobre piezas malditas, tan del gusto de mentes macabras. El fetichismo que hoy cotiza tan alto en las casas de subasta y el eterno debate moral.

Dudo de la auténtica intención de estos dos dramaturgos. Da la impresión de ser un juego de equívocos y de máscaras con el que aprovechan no solo para aludir al propio Calderón y su obra El príncipe constante; sino, además, para emitir sátira sobre los estados del cono sur, lo cuales, históricamente, «han acomodado» a delincuentes internacionales. Además, claro, de establecer las posmodernas equivalencias metateatrales, donde lo conceptual tiene más fuerza casi, que la propia manifestación de los hechos. Es decir, como ocurría en la novela Mundo hormiga, de Charlie Kaufman, la supuesta obra genial acaba en ruina y se fantasea con sus ecos, con sus posibilidades, con sus grandilocuencias. Aquí se nos habla de envenenamientos, de un incendio y, en definitiva, de una cama que vino de Rusia al otro lado del planeta. En algún modo, la comicidad en los enmascaramientos y el trasfondo político me recordó al Nekrassov, de Sartre. En eso nos quedamos, con una pieza repleta de extrañezas y con unos actores apabullantes.

Constante

Basada en El príncipe constante, de Pedro Calderón de la Barca

Escrita por Guillermo Calderón y Gabriel Calderón

Dirigida por Gabriel Calderón

Reparto: Luis Martínez, Stefanie Neukirch, Jimena Pérez, Juancho Saraví y Pablo Varrailhón

Escenografía: Lucía Tayler

Iluminación: Sofía Ponce de León y Eduardo Guerrero

Vestuario: Virginia Sosa

Composición musical: Luciano Supervielle

Traspunte: Cristina Elizarzú

Producción: Comedia Nacional de Montevideo

Colaboración: 41º Festival de Otoño de la Comunidad de Madrid y

Compañía Nacional de Teatro Clásico

Teatro de la Comedia (Madrid)

Hasta el 24 de noviembre de 2023

Calificación: ♦♦♦

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