Sartre firma esta farsa apenas representada hasta ahora sobre los tejemanejes del gobierno y una prensa venal
Hace unos meses se ha publicado la versión española de Posverdad, el ensayo de Lee McIntyre, profesor de Harvard, donde se abordan las peculiaridades de este nuevo concepto nacido del contexto presente en el que las redes sociales permiten crear estados emocionales que lleven impresos la sensación de la certeza. En la indagación filosófica y en la revisión histórica de sus fuentes hallamos una serie de estrategias elaboradas por los poderosos de turno para, entre otras fórmulas, imponer la duda por encima de cualquiera que ose manifestar una certeza. Lo que se plasma en la sátira de Sartre es una etapa intermedia en la consabida connivencia de los medios de comunicación con los gobiernos o los empresarios como parte de la trinchera ideológica. Por ejemplo, no falta una parodia de William Randolph Hearst (sobre frases consabidas de Ciudadano Kane), recordemos su afirmación antes de que España perdiera Cuba en 1898: «Dadme las fotos, yo os daré la guerra». Desde luego, la guerra fría fue un caldo de cultivo idóneo para el control y la difusión de la información, para «jugar» a la noticia falaz, a las medias verdades, a la ocultación permanente. El filósofo francés desarrolla un planteamiento que sobrepasa con creces lo aceptable, y eso que Brenda Escobedo ha realizado un meritorio trabajo de adaptación sobre aquella traducción de Miguel Ángel Asturias (prueben a encontrar en su librería favorita un ejemplar); aunque podría haber recortado alguna que otra escena. Pongamos, por ejemplo, que alguno de los encuentros en casa de Sibilot entre Nekrassov-De Valera con Véronique podría haberse obviado. Dos horas y cuarto es un exceso para un argumento que no da para tanto (el mismo prólogo se demora demasiado) y que se revuelve sobre sí mismo en largas escenas que pretenden insistir en la idea de que los titulares deben ser atractivos en grado sumo y torticeros hasta decir basta. Lo que permite entretenernos con el montaje ―no faltan momentos chispeantes―, es que Dan Jemmet, quien presentó en ese mismo escenario la temporada anterior su Shake, dispone a todo el elenco con una tensión pertinente que los hace brillar. Ciertamente es un grupo de actores fenomenal que permanece casi todo el tiempo sobre las tablas preparado para meter la cabeza. Con Ernesto Arias, el cual vertebra toda la trama como ese escurridizo estafador llamado Georges de Valera, tan nihilista como cínico, quien no duda en aprovechar la ocasión para camuflarse en la persona de Nekrassov, ministro soviético que ha desaparecido. Vitalista, suicida, romántico, fanfarrón, soberbio y lo que ustedes quieran, el actor desmenuza sus papeles con brillantez sostenida. No se quedan atrás el resto de intérpretes. Así, David Luque demuestra una capacidad enorme para la grandilocuencia hipócrita en esa caricatura de Jules Palotin, el director del diario Soir à Paris, un reyezuelo que termina siendo un componedor de portadas cual publicista amoral manejado como un monigote. Decía Orwell: «Periodismo es publicar lo que alguien no quiere que se publique: todo lo demás son relaciones públicas». El anticomunismo que debe ostentar la publicación es un ejercicio de manipulación tan burda como esos diarios que hoy nos machacan con sus fotos gigantescas y sus signos de admiración. Nuevamente, José Luis Alcobendas, como Sibilot, un periodista lacayo del sistema, se maneja con un patetismo que refuerza en cada intervención. O esa sorpresiva Palmira Ferrer, quien se mete en el papel de director del periódico, un vejete insultante, un dictadorzuelo agarrado a su pequeña parcela de poder. Por su parte, Miguel Cubero y Clemente García parecen los inspectores Clouseau y Gadget dispuestos al enredo de los equívocos como una estrafalaria partida de Cluedo. Por ahí se pasea el espíritu burlón y torpe de Peter Sellers para abundar en la farsa. Toques de los hermanos Marx y de la inteligencia de Billy Wilder. Es cierto, que los gags, en la mayoría de los casos, no resultan suficientemente eficaces en cuanto a que no nos llevan a la risa instantánea ―eso sí están construidos para el doble sentido―. Es un texto apuntalado con sutileza y con múltiples remisiones al estado de la cuestión que inciden más irónicamente. El gran problema es que es una sátira un tanto inofensiva, que no parece destinada a la acusación clara y total, aquella que evidenciaría la gravedad del asunto. Porque la mezcolanza de subgéneros, ya sea el propio periodístico o el de espionaje, la crítica social e, incluso, el jugueteo amoroso, no propenden en un tono general más incisivo que nos deparara algo más allá del entretenimiento. Es cierto, que se palpa el grado de desfachatez de la prensa, de la política y de las relaciones humanas en esas luchas ideológicas que hoy en día se mantienen por todo lo alto; pero se echa en falta una solidez que se imponga a la comedia y que revele las tensiones profundas entre los dos bloques en liza. Aun así, creo que es un espectáculo que se puede disfrutar ―algunos momentos brillantes y alocados son destacables―. Por otro lardo, visualmente posee detalles como ese ventanal por el que asoma París y por el que pasa el tiempo del día, valiosos; además, de una selección musical más que excelente. Nekrassov se escucha y se observa de otra manera hoy.
Autor: Jean-Paul Sartre
Dirección: Dan Jemmett
Traducción: Miguel Ángel Asturias
Adaptación: Brenda Escobedo
Reparto: José Luis Alcobendas, Ernesto Arias, Carmen Bécares, Miguel Cubero, Palmira Ferrer, Clemente García y David Luque
Espacio escénico: Dan Jemmett y Vanessa Actif
Diseño de vestuario: Vanessa Actif
Iluminación: Valentín Álvarez
Ayudante de dirección: Andrea Delicado
Ayudante iluminación: Sergio Balsera
Realización de escenografía: NEO escenografía S.L
Sastrería: Elda Noriega
Ambientación: María Calderón
Maquillaje: Sara Álvarez
Fotos cartel: Sergio Parra
Fotos escena: Álvaro Serrano Sierra
Vídeo promocional: Paz Producciones
Teatro de La Abadía (Madrid)
Hasta el 24 de febrero de 2019
Calificación: ♦♦♦
Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:
Un comentario en “Nekrassov”