Cris Blanco entremezcla costumbrismo, absurdo y metateatro para llevarnos hacia una dimensión oculta en el Teatro María Guerrero

¿Si una obra la monta una joven compañía, con pocos recursos, en la sala más remota del off se debe entender que hacen lo que pueden con lo poco que tienen; pero que si esto mismo se hace adrede en el Centro Dramático Nacional es algo rompedor y vanguardista? A mí me parece que después de que la temporada anterior Cristina Rojas la emprendiera en esta misma Sala de la Princesa en el Teatro María Guerrero con la enésima pieza de autoficción y de metateatro (Algunos días), con sus dosis de peloteo a los responsables del corral, que venga ahora Cris Blanco con remiendos similares; ya me parece de una pobreza dramatúrgica insostenible. Pequeño cúmulo de abismos tiene esos guiñitos tontorrones al equipo del CDN, incluyendo a un personaje que, incluso, hace de director, con un Íñigo Rodríguez-Claro que irrumpe para aumentar la comicidad con más indirectas e ironías sobre el merchandising de la institución. Uno se pregunta si estos dramaturgos no aspiran a que su propuesta salga del redil, que se expanda, que se encuentre con públicos menos «teatristas», menos de la minúscula élite madrileña del teatro.
Creo que Cris Blanco ─viene de presentar, aquí mismo, Obra infinita, con Los Bárbaros. No falta sintonía─ había encontrado un hueco hermoso y noble, algo así como la belleza de la que hablan los físicos cuando se fascinan por algunos encajes de sus teorías en el cosmos. El problema es que no exprime la idea de una forma más inteligente, radical y hasta novedosa. Se dedica a continuar lo que ya se lleva haciendo demasiado tiempo con este estilo tan prosaico y de andar por casa. Su proyecto es valioso durante veinte minutos, parte de los cuales no puedo revelar, y que el respetable descubrirá al final del espectáculo. Ese hallazgo debería ser el punto álgido de una construcción más sólida, de un camino dramatúrgico potente que no se demorase con cualquier ocurrencia. Cierto es que esas «ocurrencias» son graciosas y el espectador las puede disfrutar. La propia directora posee una espontaneidad muy reconocible en su monólogo inicial y nos traslada anécdotas de su familia, sobre tres mujeres peculiares que realmente la educaron, mujeres trabajadoras de una época difícil. Bien hubiera merecido una exposición más cruda de esas señoras; porque hay épocas que se tienen absolutamente abandonadas en este país y que son clave para analizar, por ejemplo, aquello del ascensor social o de descubrir si unas generaciones u otras, con todas esas auténticas transversalidades, han vivido si no mejor, sí más dignamente. Por una vez que parecía que la autoficción no iba de la reiterada queja laboral (¿qué hay de lo mío?) del gremio. Luego, ya metidos en ese meollo tan corriente, tan falsamente artesanal, Rocío Bello, que posee también una vis cómica natural, da réplica con un humor más vivaracho y menos irónico que su compañera. Hace de regidora del CDN ─este es el nivel de originalidad. Ya vale─. Nos adentramos con ella en un mero entretenimiento, en una sucesión de gracietas y alguna payasada. Hasta que comienzan las asimilaciones con el absurdo. Primeramente, con un adentramiento en lo metateatral cuando se juega a que, en realidad, no hay público; Puesto que, en verdad estamos asistiendo a la preparación de la función. Sería un mero guiño, si el boquete que fortuitamente han hecho en una pared «intocable» del María Guerrero, no se convirtiera en todo un centro de atención. Agujero negro, aspiradora sideral, aleph borgiano, túnel de conexión extraterrestre, la mise in abyme o, quizás, algo bastante más íntimo.
Hace acto de presencia Oihana Altube, una segurata del teatro, vasca y con pose de durilla; aunque el papel no da para mucho. Entendemos que hemos avanzado hacia territorio surrealista. Las reiteraciones con leves diferencias, como hacía Ionesco, introducen otro panorama y nos permiten contemplar un bucle que extraña. Tópico de los viajes en el tiempo que hemos comprobado en películas más o menos sofisticadas como Oblivion o Looper; a pesar de que aquí, insisto, sea todo más simplón; porque se pretende proseguir con una veta humorística a través de la rareza que supone regresar al cutrerío ochentero con estrellas como David Hasselhoff con cartelón Superpop.
Afirmaré, sin dar detalles, que la escenografía es un lujo, en cuanto que es un desperdicio; puesto que apenas se emplea. No obstante, Pablo Chaves ha estado acertadísimo en el hiperrealismo y en la profundización alucinatoria de esa coordenada espaciotemporal que resulta tan atractiva.
Las claves de un montaje mucho más sui géneris, más incisiva, misteriosa y hasta conmovedora están en esos veinte últimos minutos y, fundamentalmente, en el desenlace. Me quedo pensando en todas las posibilidades que ahí se encierran.
Dirección: Cris Blanco
Dramaturgia: Rocío Bello, Cris Blanco, Óscar Bueno y Anto Rodríguez
Reparto: Oihana Altube, Rocío Bello, Cris Blanco e Íñigo Rodríguez-Claro
Escenografía: Pablo Chaves
Iluminación: Miguel Ruz Velasco
Vestuario: Jorge Dutor
Diseño sonoro: Carlos Parra
Vídeo: Marta Orozco
Ayudante de dirección: Marta Orozco
Ayudante de escenografía: Lia González Álvarez
Fotografía: Geraldine Leloutre
Tráiler: Macarena Díaz
Diseño de cartel: Equipo SOPA
Producción: Centro Dramático Nacional, Cris Blanco y Festival Grec de Barcelona
Teatro María Guerrero (Madrid)
Hasta el 12 de noviembre de 2023
Calificación: ♦♦
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2 comentarios en “Pequeño cúmulo de abismos”