Arder y no quemarse

El mismísimo Teatro Español es conmemorado en su 440º aniversario a través de un recorrido por sus grandes hitos en un espectáculo muy emotivo

Arder y no quemarse - Foto de Esmeralda Martín
Foto de Esmeralda Martín

Abarcar todo lo transcurrido en el espacio que hoy llamamos Teatro Español es harto imposible. Lo que sí tengo claro es que el estreno de Arder y no quemarse fue verdaderamente especial e irrepetible. A través de una docuficción, el elenco simula lo acontecido en incendio que se produjo el domingo 19 de octubre de 1975, mientras se estaba ensayando la obra 7000 gallinas y un camello, de Jesús Campos (uno de los asistentes a nuestra representación). Se introducen los reporteros de Televisión Española a indagar sobre las causas. Este, desde luego, no será el único de los estilos que se pondrán en marcha dentro de esta función.

Ese prólogo ya va introduciéndonos en la comicidad que después va a vertebrar parte del espectáculo. El máximo responsable del humorismo será Pablo Chaves, un actor que, a la chita callando, va imbricándose en proyectos que están teniendo mucho éxito (Los Remedios y Cucaracha con paisaje de fondo). Un tipo de ironía desbordante y un requiebro lingüístico muy sobresaliente. Aquí, cuando interpreta a Juan Bautista Sachetti, el arquitecto italiano, gran reformador del edificio que hoy podemos admirar, impone unos modos, propios de esos diseñadores de moda, embebidos en su imaginación, que nos deleitan.

No falta el relato de los orígenes hace 440 años con esas luchas entre cofradías, ni la presencia apasionada de Jerónima de Burgos en pleno amorío con Lope de Vega (Marc Domingo Carulla le da carisma y esbeltez). De hecho, es La dama boba una de las comedias que, en alguna medida, se arrastran hasta el presente con el diseño de un vestido creado por Igone Teso. Seguro es, además, que la gente de Grumelot tiene pulsión modernizadora y que se emplea a fondo en una fiesta barroca atravesada por la música dance (José Pablo Polo le ha realizado un conveniente mix a esa escena central). Se entrevera el villancico «Convidando está la noche», de Juan García de Zéspedes, con aquello de «¡Ay que me abraso, ay!, divino dueño, ay» con el consiguiente sainete. Todo este barullo nos deja a una Cristina García Gutiérrez y a una María Gálvez en el liderazgo del asunto con enorme energía, demostrando su versatilidad con la instrumentación.

Destaca, más adelante, Javier Lara por su apostura, cuando se encarna en Isidoro Máiquez, aquel renovador liberal de teatro en España, que quiso mantener la esencia popular en sus propuestas. Lo vemos enfrentándose a Fernández de Moratín, que Bentor Albelo acoge con seriedad.

Ciertamente, la obra podría haber caído en el didactismo más timorato, con un repaso lineal e histórico, con esas narraciones propias de las visitas teatralizadas. Afortunadamente no ha sido el caso; porque Jose Padilla ha sabido infundir a su dramaturgia una tensión lo suficientemente alentadora y variada como para que uno perciba el espíritu del tiempo abigarrándose delante de nosotros. Historia de España también ahí, delante de nosotros. Demostrándonos que, a diferencia de hoy, el teatro provocaba auténticos conflictos políticos y sociales, pues importaba, y mucho, lo que ocurría sobre las tablas. Lo vemos en una de las escenas más deliciosas, cuando Carlota Gaviño se hace con el genio de Margarita Xirgu, y ofrece su poderío para defender su proyecto, junto a Rivas Cherif (con un Mariano Estudillo muy ducho en este papel y, sobre todo, en los de corte más clásico, como corresponde a su formación), empeñado, efectivamente, en materializar un texto de su cuñado, nada menos que Manuel Azaña. Es casi de agradecer que la figura de Lorca no se vuelva a comer una obra entera y que su aparición sea tan sencilla como tierna. Muy al contrario que Valle-Inclán, que es un terremoto, cuando viene a entregar su Divinas palabras.

Sí que me parece justo reconocer que bien podrían haberse dado algunos recortes; porque la pieza se extiende más de lo adecuado y, en distintos cuadros, el cariz se pierde. Sobre todo, si luego se quiere dedicar un tiempo para aproximarse al público. Pienso en esa kafkiana y farragosa diatriba sobre la burocracia del ayuntamiento madrileño en relación a las demoliciones pertinentes o a la llegada de un técnico, con poco fuste, para hacer la gracieta de que ha saltado la alarma antiincendios. Me sobra. En definitiva, el descenso en ritmo e intensidad es más acusado en el último cuarto de función. Es comprensible que un dramaturgo quiera meter todo en su creación; pero también es virtud desprenderse de aquello que afee el conjunto.

El vaivén al que se nos somete y a esa visión de 360º (incluidas las incursiones en vídeo por otros lugares ocultos) son magníficos, y son favorecidos por una dirección de Iñigo Rodríguez-Claro, que es capaz de superar las dificultades técnicas que implica poner tantos elementos en juego. Similarmente, Elisa Sanz multiplica su trabajo con unas escenografías que poseen un rango de complejidad muy amplio. Pues igual que la caja escénica aparece desnuda, después se produce toda una elaboración «arquitectónica» apoyada por el videomapping de Jorge Vila. En este sentido, el espectáculo tiene una gran validez visual; ya que se han de sortear, al menos, dos escollos: «producir incendios» y trasladarnos un corral que ni por asomo existe.

Momento cumbre, sin duda, es el homenaje a nuestra Antoñita, viuda de Ruiz (1925), la gran peluquera de esta institución, que se jubiló con 94 años. Mikele Urroz la imita con mucho cariño. Que se salga de su personaje para entregarle en plena acción un ramo de flores a la mismísima especialista, sentada en su butaca, supone un instante de verdadera emotividad. Como igualmente pasó que entre los espectadores se encontraran algunas «viejas» glorias de la actuación, quienes nos revelaron sus primeras veces en ese templo.

Ya digo que el estreno fue peculiar; quizás el resto de funciones evidencien más las simplificaciones y los recortes que se requerirían. Aun así, me parece una propuesta interesante, con un catálogo de detalles muy sugerente.

Arder y no quemarse

Dramaturgia: Jose Padilla y Grumelot

Dirección: Iñigo Rodríguez-Claro

Reparto: Bentor Albelo, Pablo Chaves, Marc Domingo Carulla, Mariano Estudillo, María Gálvez, Carlota Gaviño, Pepe Hannan, Javier Lara, Cristina Martínez Gutiérrez y Mikele Urroz Zabalza

Diseño de espacio escénico: Elisa Sanz (AAPEE)

Diseño de vestuario: Igone Teso (AAPEE)

Diseño de espacio sonoro y composición música original: José Pablo Polo

Diseño de iluminación: Álvaro Guisado (AAI)

Diseño de audiovisuales: [ la dalia negra ]

Diseño de vídeo mapping: Jorge Vila

Coordinación musical y asesoría de canto: Pepe Hannan

Movimiento escénico: José Juan Rodríguez

Investigación y asesoría histórica: Noelia Burgaleta Areces

Ayudante de dirección: Javier L. Patiño

Residente ayudantía de dirección Teatro Español: Cristina Hermida

Agradecimientos: Pueblos en arte, Exlímite, Espacio PuntoCero y a todos los trabajadores del pasado y el presente del Teatro Español

Una producción de Teatro Español en coproducción con Grumelot y la colaboración de GNP

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 29 de octubre de 2023

Calificación: ♦♦♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

Un comentario en “Arder y no quemarse

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.