Kingdom

Anne-Cécile Vandalem monta un espectáculo grandioso que mezcla drama y cine para representar el enfrentamiento de dos familias de europeos en plena taiga rusa

Kingdom - Foto de Christophe EngelsCuesta creer que un mediometraje como Braguino, de Clément Cogitore, que ganó un premio en el Festival de San Sebastián de 2017 pueda reconvertirse en drama. Quizás los etnógrafos saquen algo en claro; pero el común de los ciudadanos apenas pasará de impactarse con el descuartizamiento de un viejo oso y de avistar cómo dos familias están mal avenidas, parece —según escuchamos en las pocas frases de los «protagonistas», cuando hablan de los Kiline—. Estamos en la taiga rusa. Unos europeos han decidido buscar la «vida retirada» para hallar la felicidad y regresar al modo de comportamiento propio de los forrajeadores. No queda más remedio que pensar en Thoreau e, incluso, en Unabomber. Si no queremos caer en comparaciones hippies con Captain Fantastic.

Lo atrayente del caso que presenta Anne-Cécile Vandalem es asumir —el desarrollo es nimio— cómo se comportan las dos familias en liza. La disputa del territorio, las distintas costumbres y, en definitiva, la concreción de ideologías aparentemente opuestas, nos llevan a plantear el montaje como una suerte de símbolo de nuestro propio mundo. Viene, entonces, muy a cuento, la gran publicación de David Graeber y David Wengrow, El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad, en la que se cuestionan las distintas teorías que han pretendido explicar las diversas formas de agrupamiento habidas en los albores de nuestra especie y en sus etapas subsiguientes.

Nosotros nos colocamos frente a los comunitaristas, aquellos que no ambicionan un crecimiento de corte capitalista, sino un mantenimiento de statu quo en consonancia con la naturaleza. Al otro lado de la valla, están los otros, los corruptos, los que negocian con cazadores furtivos que vienen en helicóptero y amenazan con brutalidad la supuesta paz de ese locus amoenus. De cómo se ha llegado a esa situación poco llegamos a saber y la obra se convierte más en una especulación, en un misterio, donde una de las jóvenes —interpretada con mucho arrojo por Épona Guillaume—, por ejemplo, parece tener relaciones íntimas con alguien del otro lado, como si esto fuera un romance fronterizo.

Entonces, ¿qué pasa con este Kingdom? Pues que nos apabulla todo su aparataje, todos elementos escenográficos que se ponen en juego. Ese atractivo resulta innegable. Primeramente, sí que parece que esa sintonía entre grabación de cine y representación teatral está más justificada; porque aquí debemos entender que unos documentalistas han llegado a ese bosque para realizar un trabajo de investigación antropológica. Lo que van filmando lo observamos sobre una pantalla. Lo que transcurre dentro de la cabaña —podrían engañarnos— lo visionamos desde fuera. Vale, sí. Es un efecto que se lleva exprimiendo en los últimos años y aún funciona esa plasmación de las perspectivas; porque nos sitúa en el hiperrealismo. Los primeros planos nos ofrecen acontecimientos «auténticos», donde el truco teatral es mucho más difícil. Véase serrar un tronco o la decoración de su hogar con el máximo detalle. La cuestión es llevar la ficción un paso más acá. De hecho, hace pocos meses pudimos contemplar un efecto similar en Pieces of a Woman.

Si encima haces pasear tres perros entre el elenco y un percusionista, escondido entre el boscaje, pone ritmo constante —llevado a la asfixia en último tramo—, entonces, la sensación de hecatombe que se crea resulta muy convincente. Luego, Philippe Grand’Henry, como patriarca, como verdadero inductor de ese modo de existencia, en quien hallamos una justificación de su rechazo a la civilización que han dejado atrás, se muestra con una naturalidad exquisita, como si fuera un sabio convencido de sus decisiones; aunque a su alrededor el supuesto equilibrio se esté desmoronando. Con mucha energía se expresa Laurent Caron, el hijo, un tipo que, en realidad, parece ya destinado a convertirse en el líder. Por eso, en el epílogo, es él quien nos narra el inevitable desenlace. En este sentido, sería conveniente apuntar que no es coherente ese final con la estética propuesta. Se rompe el punto de vista, desaparece la cámara de cine, la pantalla se va a negro, y nos queda la declamación que se extiende demasiado y pretende una épica que intenta insuflar, demasiado tarde, un conflicto que antes no se ha elaborado. Me hubiera parecido más razonable el silencio y las imágenes del helicóptero en plena huida.

También resultan muy convincentes las expresiones de Arnaud Botman, enfrascado con la electrónica, con los cables que permitan poner en funcionamiento la radio que los conecta con el exterior; y que hace pensar en esos familiares que han optado por no formar parte del proyecto. Igualmente, Zoé Kovacs ofrece su buen hacer en su relación con esos muchachos que salen y entran por doquier.

Quizás Kingdom se instala con una grandiosidad que no termina de contener un acontecimiento mayor. Árboles, un riachuelo, una lancha, un hogar, niños pululando, los canes adiestrados, un grupo afinado y unas proyecciones cinematográficas incisivas. Es cierto que asistimos a rencillas internas, al dolor de los abandonos y de la muerte de la esposa, y eso parece más interesante; aunque, en referencia a los otros, el asunto es más flojo.

Es una propuesta a tener en cuenta, desde luego, simplemente echo en falta que sus vivencias estén a la altura de la calidad de los procedimientos dramatúrgicos.

Kingdom

Das Fräulein (Kompanie)

Inspirado libremente en Braguino, de Clément Cogitore

Texto y dirección: Anne-Cécile Vandalem

Reparto: Philippe Grand’Henry, Laurent Caron, Zoé Kovacs, Épona Guillaume y Arnaud Botman

Escenografía: Ruimtevaarders

Composición musical: Vincent Cahay y Pierre Kissling

Director de fotografía y cámara: Federico D’Ambrosio

Dramaturgia: Sarah Seignobosc

Diseño de iluminación: Amélie Géhin

Diseño de vídeo: Frédéric Nicaise

Diseño de sonido: Antoine Bourgain

Diseño de vestuario: Laurence Hermant

Diseño de maquillaje: Sophie Carlier

Asistente de dirección: Pauline Ringeade

Dirección técnica: Damien Arrii

Atrezo: Philippe Vasseur

Couching niños: Julia Huet y Camille Léonard

Operadora de cámara: Leonor Malamatenios

Adiestramiento de los perros: Victorine Reinewald

Control de iluminación: Hadrien Jeangette

Regiduría: Baptiste Wattier

Vestuario: Samira Benali

Subtítulos: Erik Borgman – Werkhuis

Prensa: Dorothée Duplan, Camille Pierrepont y Fiona Defolny, con la asistencia de Louise Dubreil

Cuidadora niños: Anne Lahousse

Administración: Lila Pérès

Producción: Daria Bubalo

Comunicación y giras: Jill De Muelenaere

Dirección de producción y administración: Audrey Brooking

Cámaras: Federico D’Ambrosio y Leonor Malamatenios

Los niños: Juliette Goossens en alternancia con Ida Mühleck, Léa Swaeles en alternancia con Léonie Chaidron, Daryna Melnyk en alternancia con Eulalie Poucet, Isaac Mathot en alternancia con Noa Staes

Los perros: Judy, Oméga y Olrùn

El músico: Pierre Kissling en alternancia con Vincent Cahay

Coproducción: Théâtre de Liège [BE]  |  Festival d’Avignon [FR]   |   Théâtre National Wallonie-Bruxelles  [BE]  |  Odéon –  Théâtre de l’Europe [FR] |  Le Volcan – scène nationale du Havre [FR]  |  Théâtre du Nord – CDN [FR]  | Théâtre de Lorient – CDN [FR]  | Théâtres de la Ville de Luxembourg [LU]  | Théâtre de Namur [BE]   | Le Quai  – CDN d’Angers [FR] | Les Célestins, Théâtre de Lyon [FR] |  Maison de la culture de Tournai – maison de création  [BE]  | La Coop asbl & Shelter Prod [BE]

Construcción de escenografía: Ateliers du Théâtre de Liège [BE] y Ateliers du Théâtre National Wallonie-Bruxelles [BE]

Vestuario: Ateliers du Théâtre National Wallonie-Bruxelles [BE]

Con el apoyo de: Taxshelter.be, ING, tax-shelter du gouvernement fédéral belge, Wallonie-Bruxelles International, Fédération Wallonie-Bruxelles – service théâtre, Loterie nationale

Agradecimientos: L’usine [BE], Compagnie Point Zéro [BE], Projection Room [BE]

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 3 de marzo de 2023

Calificación: ♦♦♦

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