Anne-Cécile Vandalem monta un espectáculo grandioso que mezcla drama y cine para representar el enfrentamiento de dos familias de europeos en plena taiga rusa
Cuesta creer que un mediometraje como Braguino, de Clément Cogitore, que ganó un premio en el Festival de San Sebastián de 2017 pueda reconvertirse en drama. Quizás los etnógrafos saquen algo en claro; pero el común de los ciudadanos apenas pasará de impactarse con el descuartizamiento de un viejo oso y de avistar cómo dos familias están mal avenidas, parece —según escuchamos en las pocas frases de los «protagonistas», cuando hablan de los Kiline—. Estamos en la taiga rusa. Unos europeos han decidido buscar la «vida retirada» para hallar la felicidad y regresar al modo de comportamiento propio de los forrajeadores. No queda más remedio que pensar en Thoreau e, incluso, en Unabomber. Si no queremos caer en comparaciones hippies con Captain Fantastic.
Lo atrayente del caso que presenta Anne-Cécile Vandalem es asumir —el desarrollo es nimio— cómo se comportan las dos familias en liza. La disputa del territorio, las distintas costumbres y, en definitiva, la concreción de ideologías aparentemente opuestas, nos llevan a plantear el montaje como una suerte de símbolo de nuestro propio mundo. Viene, entonces, muy a cuento, la gran publicación de David Graeber y David Wengrow, El amanecer de todo. Una nueva historia de la humanidad, en la que se cuestionan las distintas teorías que han pretendido explicar las diversas formas de agrupamiento habidas en los albores de nuestra especie y en sus etapas subsiguientes.
Nosotros nos colocamos frente a los comunitaristas, aquellos que no ambicionan un crecimiento de corte capitalista, sino un mantenimiento de statu quo en consonancia con la naturaleza. Al otro lado de la valla, están los otros, los corruptos, los que negocian con cazadores furtivos que vienen en helicóptero y amenazan con brutalidad la supuesta paz de ese locus amoenus. De cómo se ha llegado a esa situación poco llegamos a saber y la obra se convierte más en una especulación, en un misterio, donde una de las jóvenes —interpretada con mucho arrojo por Épona Guillaume—, por ejemplo, parece tener relaciones íntimas con alguien del otro lado, como si esto fuera un romance fronterizo.
Entonces, ¿qué pasa con este Kingdom? Pues que nos apabulla todo su aparataje, todos elementos escenográficos que se ponen en juego. Ese atractivo resulta innegable. Primeramente, sí que parece que esa sintonía entre grabación de cine y representación teatral está más justificada; porque aquí debemos entender que unos documentalistas han llegado a ese bosque para realizar un trabajo de investigación antropológica. Lo que van filmando lo observamos sobre una pantalla. Lo que transcurre dentro de la cabaña —podrían engañarnos— lo visionamos desde fuera. Vale, sí. Es un efecto que se lleva exprimiendo en los últimos años y aún funciona esa plasmación de las perspectivas; porque nos sitúa en el hiperrealismo. Los primeros planos nos ofrecen acontecimientos «auténticos», donde el truco teatral es mucho más difícil. Véase serrar un tronco o la decoración de su hogar con el máximo detalle. La cuestión es llevar la ficción un paso más acá. De hecho, hace pocos meses pudimos contemplar un efecto similar en Pieces of a Woman.
Si encima haces pasear tres perros entre el elenco y un percusionista, escondido entre el boscaje, pone ritmo constante —llevado a la asfixia en último tramo—, entonces, la sensación de hecatombe que se crea resulta muy convincente. Luego, Philippe Grand’Henry, como patriarca, como verdadero inductor de ese modo de existencia, en quien hallamos una justificación de su rechazo a la civilización que han dejado atrás, se muestra con una naturalidad exquisita, como si fuera un sabio convencido de sus decisiones; aunque a su alrededor el supuesto equilibrio se esté desmoronando. Con mucha energía se expresa Laurent Caron, el hijo, un tipo que, en realidad, parece ya destinado a convertirse en el líder. Por eso, en el epílogo, es él quien nos narra el inevitable desenlace. En este sentido, sería conveniente apuntar que no es coherente ese final con la estética propuesta. Se rompe el punto de vista, desaparece la cámara de cine, la pantalla se va a negro, y nos queda la declamación que se extiende demasiado y pretende una épica que intenta insuflar, demasiado tarde, un conflicto que antes no se ha elaborado. Me hubiera parecido más razonable el silencio y las imágenes del helicóptero en plena huida.
También resultan muy convincentes las expresiones de Arnaud Botman, enfrascado con la electrónica, con los cables que permitan poner en funcionamiento la radio que los conecta con el exterior; y que hace pensar en esos familiares que han optado por no formar parte del proyecto. Igualmente, Zoé Kovacs ofrece su buen hacer en su relación con esos muchachos que salen y entran por doquier.
Quizás Kingdom se instala con una grandiosidad que no termina de contener un acontecimiento mayor. Árboles, un riachuelo, una lancha, un hogar, niños pululando, los canes adiestrados, un grupo afinado y unas proyecciones cinematográficas incisivas. Es cierto que asistimos a rencillas internas, al dolor de los abandonos y de la muerte de la esposa, y eso parece más interesante; aunque, en referencia a los otros, el asunto es más flojo.
Es una propuesta a tener en cuenta, desde luego, simplemente echo en falta que sus vivencias estén a la altura de la calidad de los procedimientos dramatúrgicos.
Das Fräulein (Kompanie)
Inspirado libremente en Braguino, de Clément Cogitore
Texto y dirección: Anne-Cécile Vandalem
Reparto: Philippe Grand’Henry, Laurent Caron, Zoé Kovacs, Épona Guillaume y Arnaud Botman
Escenografía: Ruimtevaarders
Composición musical: Vincent Cahay y Pierre Kissling
Director de fotografía y cámara: Federico D’Ambrosio
Dramaturgia: Sarah Seignobosc
Diseño de iluminación: Amélie Géhin
Diseño de vídeo: Frédéric Nicaise
Diseño de sonido: Antoine Bourgain
Diseño de vestuario: Laurence Hermant
Diseño de maquillaje: Sophie Carlier
Asistente de dirección: Pauline Ringeade
Dirección técnica: Damien Arrii
Atrezo: Philippe Vasseur
Couching niños: Julia Huet y Camille Léonard
Operadora de cámara: Leonor Malamatenios
Adiestramiento de los perros: Victorine Reinewald
Control de iluminación: Hadrien Jeangette
Regiduría: Baptiste Wattier
Vestuario: Samira Benali
Subtítulos: Erik Borgman – Werkhuis
Prensa: Dorothée Duplan, Camille Pierrepont y Fiona Defolny, con la asistencia de Louise Dubreil
Cuidadora niños: Anne Lahousse
Administración: Lila Pérès
Producción: Daria Bubalo
Comunicación y giras: Jill De Muelenaere
Dirección de producción y administración: Audrey Brooking
Cámaras: Federico D’Ambrosio y Leonor Malamatenios
Los niños: Juliette Goossens en alternancia con Ida Mühleck, Léa Swaeles en alternancia con Léonie Chaidron, Daryna Melnyk en alternancia con Eulalie Poucet, Isaac Mathot en alternancia con Noa Staes
Los perros: Judy, Oméga y Olrùn
El músico: Pierre Kissling en alternancia con Vincent Cahay
Coproducción: Théâtre de Liège [BE] | Festival d’Avignon [FR] | Théâtre National Wallonie-Bruxelles [BE] | Odéon – Théâtre de l’Europe [FR] | Le Volcan – scène nationale du Havre [FR] | Théâtre du Nord – CDN [FR] | Théâtre de Lorient – CDN [FR] | Théâtres de la Ville de Luxembourg [LU] | Théâtre de Namur [BE] | Le Quai – CDN d’Angers [FR] | Les Célestins, Théâtre de Lyon [FR] | Maison de la culture de Tournai – maison de création [BE] | La Coop asbl & Shelter Prod [BE]
Construcción de escenografía: Ateliers du Théâtre de Liège [BE] y Ateliers du Théâtre National Wallonie-Bruxelles [BE]
Vestuario: Ateliers du Théâtre National Wallonie-Bruxelles [BE]
Con el apoyo de: Taxshelter.be, ING, tax-shelter du gouvernement fédéral belge, Wallonie-Bruxelles International, Fédération Wallonie-Bruxelles – service théâtre, Loterie nationale
Agradecimientos: L’usine [BE], Compagnie Point Zéro [BE], Projection Room [BE]
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 3 de marzo de 2023
Calificación: ♦♦♦
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