Xavier Bobés y Alberto Conejero nos retratan al entusiasta maestro republicano Antoni Benaiges, fusilado por milicias falangistas al inicio de la guerra
No hace más que unas semanas, en el Teatro Fernán Gómez, asistíamos a otra representación, Historia de una maestra, que se ocupaba en buena parte de las innovaciones en política educativa ocurridas tras la proclamación de la II República en 1931. Ahora, en La Abadía, con El mar. Visión de unos niños que no lo han visto nunca vuelvo a tener la sensación de que la perspectiva sesgada de aquellos años ha creado una fenomenal idealización más por lo que pudo llegar a ser, que por lo que verdaderamente dio tiempo a demostrar. Y es que en este espectáculo de teatro documental y de objetos, bonito y dinámico, ilusionante por cómo se nos transmite, con la energía que pone Sergi Torrecilla, quien insufla versalmente el espíritu de este maestro procedente de Cataluña llamado Antoni Benaiges, mantiene un grado de optimismo exagerado. Dicho esto, me parece que el avance rápido de la introducción, con su periplo por distintos lugares, nos permite alcanzar su destino definitivo, Bañuelos de Bureba (Burgos) para centrarnos en el meollo.
Se percibe esa poetización de Alberto Conejero que tanto lo significa, y entiendo que ha sido él quien «ha impuesto» esa lírica, como ha realizado en otras de sus obras. Pero entendamos que esa hermosura en las descripciones, esa ilusión vocacional con la que se expresa nuestro intérprete, balancea en exceso la dramaturgia hacia un idealismo inverosímil. Con aquello de que juntar a los grandes con los pequeños, a los listos con los zotes, a los trabajadores con los vagos producía mágicamente las sinergias que procuraban el éxito, pues resulta poco convincente. Y es que la pieza adquiere tonos bucólicos, como si un mesías hubiera llegado a una aldea perdida para revertir ipso facto su profundo analfabetismo, para desmontarles sus creencias y para traerles una buena nueva radicalmente distinta.
Así, Xavier Bobés, quien se encarga de realizar el trabajo in situ con sus cámaras ocultas —la proyección se va reflejando al fondo, como suele ser habitual en estos artefactos—, mientras moviliza los artilugios y los enseres del aula con precisión y cuidado en un dinamismo sobresaliente focalizará su objetivo en la imprenta de Freinet. Esta demostración de cómo se empleó en bastantes colegios este instrumento, como si fuera una panacea que concentrara todas las virtudes posibles, nos ha de hacer pensar en otras tesituras. Porque el espectáculo no puede, pienso yo, despistar al espectador, y merece la pena que se observe cómo nos situamos ante, al menos, dos centros de atención. Por un lado, la evidente tragedia, el asfixiante y terrorífico asesinato del maestro por parte de un grupo de falangistas al poco de empezar la guerra, lo que nos situaría ante una atmósfera soterrada, de la que tampoco se nos advierte en el drama, aunque contemos con ella en nuestro saber (se documentan poco las biografías familiares de los alumnos). Es decir, el desenlace no puede, si queremos revalorar la función, negar otras dimensiones. Ya que, por otro lado, se nos detallan unas operaciones didácticas que hoy, por ejemplo, han cobrado, desgraciadamente, una importancia soberana.
Sí, hoy la nueva ley educativa recoge estas nefastas ideas acerca de situar al discente en el centro como un dios de adoración, y dejar al profesor como un mero guía (no hay más que repasar las 30 máximas del susodicho Célestine Freinet, con aquello de que las notas y las calificaciones son siempre un error, por poner un ejemplo). No deja de ser un pedagogo más de esas corrientes que pasan por revolucionarias e innovadoras (muy valiosas en muchos aspectos) que parecen obviar muchas de las circunstancias socioeconómicas en las que se encuentra el alumnado; si, encima, nos centramos en España, donde el histórico fracaso educativo nunca (nunca) ha sido superado, esta propuesta se convierte en otra de esas plasmaciones utópicas que parecen negar las casi insalvables dificultades en las que se hallaba el mundo rural.
Esto, por supuesto, no quita para que aquellos maestros pusieran todo de su parte, poseyeran unas ganas inmejorables y quisieran llevar en buena lid unos valores que hoy deberíamos dar como generales y comunes. El laicismo, la coeducación o la libertad para que el pupilo pueda expresar sus opiniones tienen ahí sus fuentes. En esto, el montaje enuncia una pulsión muy potente, y el actor descarga sobre las tablas un entusiasmo contagioso.
Si en algún momento la pieza adolece de cierta linealidad, esta se quiebra con algunos procedimientos que realmente funcionan, como la pequeña escena en la que nuestro docente rompe la cuarta pared para simular la corrección ortográfica de un texto con el alumno imaginario y a la vez que un espectador responde. Luego, además, la música del compositor burgalés Antonio José Martínez Palacios —también asesinado, muy joven, al comenzar la contienda—, a partir de la grabación realizada por los pianistas José Luis Bernaldo de Quirós y la zamorana Elisa Rapado Jambrina viene que ni pintada, para atravesarnos con ritmos que imponen un brío esencial repleto de candor.
«El mar» termina por ser una metáfora de un futuro esperanzador que deberá posponerse casi cuarenta años, y un anhelo de escapar de esas tierras baldías repletas de sotanas vigilantes. Que el maestro quiera quedarse unos días en el verano del 36 para organizar el viaje con el que lograría que sus pupilos escucharan de cerca las olas, también patentiza una sensibilidad, un respeto y una mirada que implicaba definitivamente una inteligencia que le permitiera atisbar otra España.
Texto y dirección: Xavier Bobés y Alberto Conejero
Reparto: Xavier Bobés y Sergi Torrecilla
Dramaturgia: Alberto Conejero, a partir de textos de las niñas y niños de la escuela de Bañuelos de Bureba, de su profesor Antoni Benaiges, Marina Garcés y Alberto Conejero
Espacio escénico: Pep Aymerich
Audiovisuales: Albert Coma
Música original: Antonio José Martínez Palacios (1902-1936), en grabaciones de José Luis Bernaldo de Quirós y Elisa Rapado Jambrina
Espacio sonoro: Julià Carboneras
Iluminación: Jou Serra y Mario Andrés Gómez
Diseño de arte: Anna Auquer
Pintura: La Beren
Asesoramiento documental y fotografías: Sergi Bernal
Testimonios: Documental El retratista, de Alberto Bougleux y de Sergi Bernal
Alumna en prácticas de la Escola Eòlia: Natàlia Jiménez
Producción ejecutiva: Imma Bové
Traducción de los textos al catalán: Martí Sales
Una producción del Teatre Nacional de Catalunya, Xavier Bobés y Festival FITT de Tarragona con el apoyo de ICEC, Institut Català de les Empreses Culturals y L’Animal a l’Esquena
Teatro de La Abadía (Madrid)
Hasta el 26 de febrero de 2023
Calificación: ♦♦♦
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