El hijo que quiero tener

Una experiencia teatral, producto de un taller escénico, con la que se pretende reflexionar sobre la educación

La duda refulge en la ristra de sentencias con las que pretende autojustificarse el actor Àlex Cantó, cuando reflexiona sobre su decisión de no tener hijos. ¿Por qué tener hijos? ¿Qué es tener un hijo? «Como si uno tuviera que tener hijos para ser feliz». El hijo que quiero tener es una obra no va estrictamente de responder a esta cuestión; aunque pudiera ser el punto de partida, sino de plantear cómo la sociedad se vertebra de forma auténticamente solidaria si en la educación contribuye toda la tribu, esa a la que tanto se refiere José Antonio Marina. Esto lo percibimos como un aldabonazo cuando la escena se abarrota con esas veintidós personas de tres generaciones que se reúnen en un aula, para ser niños, padres y abuelos. Para ser amables, responsables y también juguetones. Y sin distinción de edad. La función, sobre todo en el último tercio, quiere permear la experiencia del propio taller, de cómo todos estos amateurs han contribuido con su energía positiva a poner en marcha una manifestación de encuentro, de unión y de relación. Controlar escenográficamente a tantos individuos en un teatro es muy complejo y de ahí deriva el hecho de que, en esencia, el andamiaje dramatúrgico sea sencillo; quizás demasiado, si nos fijamos en la parte del cuento, cuando todos escuchan una versión sobre «Los tres cerditos», para luego revelarnos sus miedos, con verosímil espontaneidad. Tampoco es que el montaje en sí posea una historia, es casi más una performance que contiene una pieza de mayor duración. Esta nos deja a Jesús Muñoz y a Pau Pons en un parque con sus hijos pequeños —un cubo y una pelota de plastilina, símbolos del moldeamiento que le están propiciando sus padres—, dispuestos a la batalla por defender sus métodos (o no métodos) de enseñanza: el más y el mejor, el antes que nada, el sobreproteccionismo, los valores y otras circunstancias donde prima la ejemplaridad (sea la que sea). Creo que, viendo cómo se desarrolla después la obra, esta parte debería tener una continuación que ampliara la situación con adolescentes, porque si no la transición es muy abrupta con el epílogo. Aunque intentan escenificar una especie de carrera temporal hacia lo que vendrá, transformándose en multitud de personajes. Y es que termina por ser algo naíf lo que vemos, me cuesta pensar que se puede contestar a las preguntas iniciales si no se amplía la mirada a lo que está ocurriendo hoy en la educación, lo que ocurre en los colegios o en los institutos, el fracaso escolar, el acoso, la penetración de la tecnología hasta el fondo de nuestra intimidad, el descrédito del profesorado, la conciliación familiar, etc. Creo que quedan tantos temas fuera del meollo que no me parece en sí una obra teatral sobre la educación, ni siquiera me parece suficientemente contemporánea. Lo que pasa en los parques infantiles con los papás y las mamás, me parecen minucias con lo que viene después. Es así donde la contribución de toda esa sociedad que se ha llevado a escena —y que también está en las butacas— es necesaria. Por lo demás, se disfruta de la emotividad que se transmite desde las tablas, de cómo se han involucrado todos en el proyecto, de cómo ejecutan todos los movimientos (perfectamente asesorados por Daniel Abreu), ya sea en el caos o en formaciones circulares o en esa extraordinaria enredadera viviente donde tiran como uno solo. Probablemente con lo que se marche el espectador es con el vitalismo que se respira en el grupo, verlos trabajar afanosamente en un enorme mural hecho a tiza que veremos al final o ese final tan emotivo, donde el padre, el hijo y el abuelo se encuentran en sí mismos, atravesados por el tiempo y, además, por un buen hacer que los ha plantado en ese momento. Se reconocen en la dificultad. Porque carece de sentido preguntar por el hijo que quieres tener, no es una cuestión que se pueda desear, es un compromiso —fracasado de antemano— con un nuevo ser que estará a tu cargo y que será inapelable. Pues en eso estamos.

El hijo que quiero tener

Creación y dirección: Àlex Cantó, Joan Collado, Jesús Muñoz y Pau Pons

Reparto: Àlex Cantó, Jesús Muñoz y Pau Pons

Colaboración especial: Esther León, Glenda Postigo, Eugenia Criado, Mar Maroto, Juan Ramón Saco, Paquito Nogales, María José Serrano, Juanlu Peñaranda, Ricardo Álvarez, María José Mendoza, Carmen Colino, Carmen Gil, Juan Bautista Alcalde, Encarnita García, Matilda Burgos, Aintana Chapa, Laura Galache, Sharon Figueredo, Álvaro Romero, Rafael Delgado, Luigi Portalés y Nuria García

Diseño de iluminación: Marc Gonzalo y Àlex Cantó

Fotografía y vídeo: José Ignacio de Juan

Audiovisuales y asesoramiento artístico: Fermín Jiménez

Asesoramiento de movimiento: Daniel Abreu

Composición musical: Pedro Aznar

Regiduría: Verónica García

Producción ejecutiva: El pont flotant y Juan Serra

Producción: Las Naves y El pont flotant

Distribución: Pro21cultural

Colabora: CulturArts y Pro21cultural

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 15 de julio de 2017

Calificación: ♦♦♦

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