Paco Mir ofrece su visión metateatral del clásico de Lope de Vega en los Teatros del Canal
Se nos presenta esta idea de Paco Mir como otra más de esas incursiones metateatrales que tanto abundan en el panorama teatral en las últimas décadas. Tanto es así, que este estilo resulta muy recurrente en las propuestas para adolescentes y en funciones escolares. Es una forma, inicialmente, de introducirlos al teatro en sí como arte ficcional con el fingimiento (o no) de la cuarta pared; y, si se quiere continuar hasta el final por esos andurriales —como ocurre en la función que nos compete—, pues como forma de captar la atención y habilitar otras derivas ficcionales que, en este caso, no son demasiado ingeniosas. Así que El perro del hortelano que ahora se representa en los Teatros del Canal es un mero entretenimiento que, digámoslo claramente, está muy bien ajustado en ritmo y en interpretación. Es decir, su director demuestra que domina su oficio y que es capaz de ofrecernos un espectáculo que se disfruta; aunque los procedimientos estén más que trillados.
Por lo tanto, no vamos a ver el clásico de Lope de Vega al uso, como se representó en esta misma Sala Verde hace unos meses bajo el auspicio de la Función Siglo de Oro. Aquí Moncho Sánchez-Diezma y Manuel Monteagudo se invisten de técnicos de una compañía y nos dejan con la miel en los labios, porque lo que tenían preparado era un montaje con una producción desorbitante; pero resulta que el gerente ha mandado al elenco y al resto del personal a Lugo. Ellos solos, tirando de retranca, se van a echar la pieza al lomo, y para ello van a recurrir a dos actrices de un grupo de teatro que también se sabe El perro; aunque ahora están con Diez negritos y ese es el vestuario con el que deben tirar. «Todo un desastre», por supuesto; no obstante, lo resuelven sin que el embrollo y las resoluciones rompan la consistencia. Diría que cada paso está medido con precisión milimétrica y que cada escena se concatena con la siguiente con una sencillez pasmosa. Hasta los fundidos a negro son fulgurantes y útiles para transformar la escenografía con la mínima expresión. Aquí el vacío es inapelable y el atrezo el justo para que vuele nuestra imaginación con todo el humor posible; verbigracia: una pecera sirve de estanque y dos escaleras, las banquetas de una taberna.
Si bien es cierto que se respetan las versificaciones y que lo sustancial acontece delante de nuestros ojos, la obra queda desmochada para que los enredos transformen una comedia palatina, con sus diálogos amorosos un tanto relamidos, en un correcalles de equívocos imparable. Esto provoca, necesariamente, que nos dejemos llevar por otros derroteros y que asumamos que con el argumento debe ser suficiente. La gracia, en definitiva, está en exprimir el gag y en dejar que los intérpretes demuestren sus virtudes, como así hacen. En cualquier caso, Monteagudo y Sánchez-Diezma se compenetran a la perfección, ya que el primero da cobertura con vertiginosa soltura a su compadre, a través de personajes bien variopintos, y a los que afila con gran sabiduría escénica. Sobre todo, con el Tristán, ese criado pendenciero, pero fiel, que nos trae el mundo del hampa. O ese Fabio, un tanto estirado, que vale de engarce en las tramas. Pero, ante todo, triunfa haciendo de técnico, de narrador que lanza indirectas y críticas al mundo de la farándula, y que hace correr la función con textos excelentemente enhebrados. Luego, nuestro Teodoro emana con gran coherencia —como una extensión lógica— del mismo actor-técnico-narrador. Con donosura y liderando la propuesta de principio a fin, llevando la voz cantante, porque asume la dirección y hasta el control de la iluminación (se aprovecha para machacarnos con una de esas repeticiones tópicas de confusión de nombres). Sí que, por otra parte, Amparo Marín no se luce tanto como el resto; puesto que únicamente se queda con Diana y esta no posee tanta prosapia en esta versión «de circunstancias». Muy distinta es la actuación de Paqui Montoya, quien van engrandeciéndose en la conjugación de roles imposibles y de los guiños metateatrales que dan al pego. Primeramente, aparece como Marcela y lo resuelve con destreza. Y luego la «obligan» a encarnar simultáneamente a los pretendientes (el conde y el marqués), y es cuando lleva la obra hasta el punto esperado de astracanada.
En hora y media el asunto está resuelto y el entretenimiento servido con todas las gestualidades formalizadas a lo largo de los tiempos para que los espectadores pasen una buena tarde. No creo que se deban buscar grandes pretensiones. Esto de la metateatralidad es un estilo que nos acompaña habitualmente y que pocas sorpresas depara ya. Si El perro del hortelano este divierte, bien está.
Autor: Lope de Vega y Carpio
Recreación y dirección: Paco Mir y Maluquer
Intérpretes: Moncho Sánchez-Diezma, Paqui Montoya, Manuel Monteagudo y Amparo Marín
Música original: Juan Francisco Padilla
Vestuario: Mai Canto
Diseño de iluminación: Manuel Madueño
Sonido: Martín Leal
Escenografía y grafismo: Paco Mir
Atrezo escenográfico: Cristina Cuber + Lalo Ordóñez
Comunicación: Nuria Díaz Reguera
Distribución: Diego Ruiz – Plan A Producciones
Producción: Vania Produccions
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 18 de septiembre de 2022
Calificación: ♦♦
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