Los hijos de cualquiera

Producciones Bernardas muestra en la Sala Cuarta Pared la lucha de aquellas madres gallegas de los 80 contra el narcotráfico

Los hijos de cualquiera - FotoCualquiera que haya vivido en los ochenta entiende lo que supuso la heroína para la juventud de aquellos tiempos. Las calles, los parques, los portales y otros recovecos se llenaron de zombis pedigüeños, de jeringuillas, de limones, de papel de plata y otros adminículos. Los radiocasetes de los coches volaban, los bolsos de las señoras se arrancaban y las familias quedaban literalmente destruidas en la consunción del consumo. Esos muchachos (también muchachas, aunque menos) fueron aquellos yonkis, que era como se les llamaba, antes de que definitivamente se les considerara enfermos y víctimas, y pasaran a denominarse drogodependientes. En los últimos tiempos, gracias a Fariña (el libro, la serie y la obra teatral) hemos vuelto a recordar cómo se introdujo el caballo a través de Galicia a finales de los setenta. No obstante, muchos tendrán presente la película Heroína (2005), protagonizada por Adriana Ozores, en la que se reflejaba la entereza de aquellas madres gallegas que se unieron para luchar por la salud y la integridad de sus hijos, enfrentándose a los propios narcotraficantes. Y esto es lo que de nuevo regresa a las tablas con Los hijos de cualquiera.

Y ojalá hubiera sido una obra que se enfangara todo lo que debiera en ese mundo tan oscurísimo, sórdido y peligroso; pero el texto de Aldara Molero se recluye en el exclusivo sentir de esas madres, sin dedicarle ni un solo instante al resto de intervinientes. Es decir, todo el dolor pasa a través de ellas y la digestión de aquellas circunstancias queda en sus estómagos frente a nosotros. Luego, se pretende conjugar tímidamente con el teatro documento —apenas un esbozo— con distintas pistas sobre el año en el que nos vamos encontrando (con flashback incluido). Aunque aquí apenas hay nombres propios, todos los episodios que se deducen como la operación Nécora son bastante confusos. Y lo son porque no se exponen los antecedentes, no se aclara el contexto socioeconómico —el paro llegó a superar el 25 %—, el fracaso escolar era altísimo (la educación obligatoria era hasta los catorce años) y a muchos chavales se les puso en bandeja participar en el tráfico de estupefacientes —hecho que venía de lejos a partir del contrabando de tabaco—. Es decir, todos los cambios sociales que acontecieron a partir de la Transición. Muy poco sabemos de esos hijos, tampoco mucho de los maridos. En fin, que se pone una distancia enorme y que se fuerza en exceso el elemento coral, cuando, por ejemplo, el personaje de Carmen Avendaño terminó por sobresalir mucho más. Este lo interpreta Marina Herranz con mucho tesón y muy metida en su papel, primero desde una gran modestia y, después, liderando la Asociación Érguete. Pero la historia se resiste a focalizar su actitud, y a escenificar claramente cómo ella principalmente recibió unas persistentes amenazas de muerte.

El montaje coge un ritmo sugerente al principio, cuando se juega al perspectivismo del grupo emitiendo sus broncas con sus fillos y, en otra escena, expresando el caos que estaban viviendo con un movimiento estresante entre los distintos «puestos» repartidos por el escenario que representan sus hogares, con todo ese mobiliario típico de la época que han empleado con mucha pertinencia. A ello se le suma la cadencia tremebunda de las panderetas de la música tradicional gallega generando un gran atractivo. En esto, la dirección de Aldara Molero y Natalia Mariño anuncia un dinamismo que luego, no le viene bien a la función; porque las escenas son demasiado fugaces, pues se intenta reducir el paso del tiempo y los distintos hitos a pequeños gestos que no dejan que los personajes se redondeen. Esto le resta finura y concreción. Al final son madres estereotípicas que unidas tuvieron unos grandes logros. Pero el arco dramático está demediado; puesto que los altibajos evidentes no se ofrecen con claridad. Insisto en que se estaban enfrentando a unos asesinos, a unos extorsionadores, a gente capaz de comprar a la guardia civil, a los políticos, a los jueces y a quien fuera. Y, por supuesto, capaces de llegar hasta las últimas consecuencias. Por eso me parece que el texto de Molero toma demasiadas precauciones; se quiere contar demasiado con exceso de rapidez y con bastantes escenas breves. Es más, si quieres insuflarles potencia de rock a estas señoras, envueltas en luces estroboscópicas, haz que ellas nos devuelvan esa adrenalina; porque, sinceramente, sus manifestaciones con pancartas acusadoras delante de los bares donde se vendía la droga resultan algo leves.

Sí que es cierto que encontramos pequeñas teselas cargadas de emotividad, como el padecimiento que muestra el personaje de Irene Maquieira cuando muere su hijo. La actriz arrastra su melancolía con pundonor a lo largo de la pieza. También imprime mucha fuerza Marta Megías a base de improperios dignos de alguien a punto del ataque de nervios, cuando comprueba que la situación en su casa es insostenible. Sí que pienso que los caracteres tanto de Maite Colodrón como de Aldara Molero quedan más deslucidos y no tienen suficiente empaque en cuanto que se encajonan en la descripción prototípica del ama de casa.

En cualquier caso, el relato es muy interesante y las intenciones de este grupo de actrices es noble y posee pujanza. Creo que este tipo de obras han tardado en aparecer. Aquellos fueron unos años realmente muy intensos y definitorios acerca de cómo debían darse todo tipo de cambios en una sociedad que requería asumir la cantidad de novedades que fueron llegando y que, evidentemente, no fueron todas positivas para la modernización de Galicia y el resto del país.

Los hijos de cualquiera

Autoría: Aldara Molero

Dirección y dramaturgia: Aldara Molero y Natalia Mariño

Reparto: Aldara Molero, Maite Colodrón, Marina Herranz, Marta Megías e Irene Maquieira

Ayudante de dirección: Aitana Sar

Diseño de iluminación: Reducto

Diseño gráfico: Tony Raya

Fotografía: Camino Ventura

Coordinación técnica: Reducto

Producción ejecutiva: Juanje de los Ríos

Producción: Camino Ventura

Vestuario y escenografía: Producciones Bernardas

Música: Lagharteiras y Zënzar

Sala Cuarta Pared (Madrid)

Hasta el 4 de junio de 2022

Calificación: ♦♦

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