Pepa Zaragoza encarna a esta cómica del Barroco, a partir del texto insolvente de Inma Chacón en el Teatro de la Comedia

Bastante de lo que sabemos de la famosa actriz del teatro áureo proviene de la comedia de santos escrita por Luis Vélez de Guevara, Antonio Coello y Francisco de Rojas Zorrilla, y que lleva el título precisamente de La Baltasara; igual que la obra que firma Inma Chacón (de quien teníamos noticia por sus Cervantas). Ahora, tenemos pocos datos de su biografía a ciencia cierta. Quizás se llamara Ana Ruiz o Ana Martínez (o esas fueran otras), que se debió poner el apodo de La Baltasara por aquello de que nació el día de Reyes. Que se casó con Miguel Ruiz; aunque, como afirma el catedrático Díez Borque, se trataría de un matrimonio a conveniencia por beneficios profesionales («Lo hice porque sin estar casada no hubiera podido ser actriz. Ni autora de compañías. Lo había prohibido el rey, para evitar la vida licenciosa de los comediantes»). Que tuvo muchos amantes y que contó con el fervor del público, y que alcanzó renombre una vez decidió abandonar (¿por sorpresa?) su profesión, para retirarse a una cueva cerca de Cartagena, cuando estaba en el corral de la Olivera (Valencia) interpretando La gran comedia del Saladino, de un tal Damián Salucio del Poyo (invención de los dramaturgos antes mencionados). Esto debió ser allá por 1611 (todo son dudas); y que permaneció tres años como ermitaña hasta su muerte. No fue la única cómica ermitaña, sino que también hizo lo propio Francisca de Gracia. Sea como fuere, este es un espectáculo destinado principalmente al entretenimiento, y sortea cualquier tortuoso camino que justifique una decisión de corte espiritual. Quizás se sintiera pecadora por la vida que llevaba. Que el montaje está pensado para la complacencia del respetable se detecta desde el minuto uno con una loa que es una carcajada irrefrenable. Por otra parte, el hecho de que Nacho Vera —unas veces marido panfilillo, otras, padre sin fuste y, alguna más, obispo asustaviejas—, nos anime con las coplillas que surgieron en el momento («Todo lo tiene bueno La Baltasara / todo lo tiene bueno, también la cara» potencia la amabilidad de la propuesta. El actor, en realidad, está para apuntalar la comicidad del asunto sin parar; y desde luego que lo consigue. Pero quien verdaderamente solventa el trance es Pepa Zaragoza (quien hace bien poco estuvo protagonizando Turistas). La intérprete nos arrastra hacia su mundo con gran solvencia, ocupando el espacio escénico mezclando un lenguaje más directo, con guiños al público, con otro narrativo. Si no fuera por ella y su saber hacer, uno se dejaría caer en la insustancialidad. Puesto que el problema de La Baltasara es el texto de Inma Chachón. Este se trastabilla en varios momentos y no da más que para cincuenta minutos. Si se alarga hasta la hora y cuarto, es porque se vuelve sobre lo mismo de forma reiterativa hacia el final; para no aportar nada. Ante todo, que se opte por el cansancio como respuesta a la espantada de la célebre cómica, parece algo muy decimonónico, como una especie de tedium vitae avant la lettre que, sinceramente, no parece un motivo muy atractivo, una vez se puede fantasear. La vía ascética implica unas concepciones espirituales en la época que deben ser atendidas dramatúrgicamente. Tampoco el propio devenir de la obra contribuye a que podamos intuir cómo era en el fondo nuestra protagonista. Se obvia deambular por terrenos más sicalípticos o rufianescos. La fama de los cómicos no era un mito basado en la rácana difamación, sino que realmente vivían, en muchos casos, de manera libertina para aquel tiempo. Tampoco se nos ayuda a vislumbrar un periodo, el Barroco, de claroscuros, de enredos, de envidias y de pendencias; además del empobrecimiento generalizado del país y de grandes carencias que propiciaban actitudes perniciosas. Parece que solo hay un interés firme por dar a conocer una ristra de comediantas de la época (queden aquí inscritas también: la Calderona, Amarilis, Josefa Vaca, María de Heredia, Micaela Luján,…). Aunque esta vez no dirán que los varones eran celebérrimos; porque apenas Cosme Pérez (Juan Rana) ha quedado para la historia, en general. Reivindicar la libertad de la Baltasara, además, parece otro cometido que ya suena cansino hasta más no poder. ¿Había mujeres más libres que estas cómicas? ¿No eran estás cómicas, fluctuantes entre el bien y el mal, mucho más libres que la mayoría de los hombres en el siglo XVII? A veces, la perspectiva feminista aplicada a cualquier asunto protagonizado por mujeres, pierde la perspectiva, a secas, del sentido común. Que, por supuesto, viene con el consabido discurso quejoso de «la peor parte siempre nos la llevamos las de siempre». Ya digo que todo esto se inserta cuando ya se nos ha desvelado el misterio y se evidencia que ha sabido a poco. Afortunadamente, la dirección de Chani Martín potencia la agilidad de las escenas. Y la escenografía de Fernando Sánchez-Cabezudo, cuenta con el chistoso anacronismo del caballito de feria (al que insertar un maravedí, por supuesto) y con una interesante estructura giratoria que sirve como confesionario y como camerino contemporáneo repleto de bombillas. Elementos lógicos si lo que cuenta es la comicidad. En conclusión, la anécdota no se despliega de manera sugerente más allá de la humorada.
Autora: Inma Chacón
Dirección: Chani Martín
Idea original: Pepa Zaragoza
Reparto: Pepa Zaragoza y Nacho Vera
Escenografía y vestuario: Fernando Sánchez-Cabezudo
Iluminación: Ion Aníbal
Música: Chani Martín y Nacho Vera
Diseño gráfico: María La Cartelera
Web y redes sociales: Mario Olmos
Producción ejecutiva: Manuel Sánchez y Pepa Zaragoza
Distribución: Elena Martínez
Prensa: María Díaz
Ayudantía de dirección: Javier Galán
Producción: Sanra produce
Teatro de la Comedia (Madrid)
Hasta el 21 de noviembre de 2021
Calificación: ♦♦
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