El caballero de Olmedo

Los Olvidados representan la tragedia lopesca desde un ambiente de charanga verbenera para reactualizar esta leyenda

Vuelve a ser idóneo el espacio del Corral Cervantes para aproximar el clásico de Lope a la calle, al contacto más cercano y clarividente con el pueblo. Además, Julio Hidalgo, que sobresalió inequívocamente hace unos meses en El perro del hortelano (igual que otros de los componentes de esta agrupación), se pone al frente de Los Olvidados (una compañía casi recién nacida) para ofrecer una dirección y una dramaturgia altamente festiva, muy pegada a la estética de la verbena estival con sus charangas y sus canciones pegadizas. En este sentido, cuando somos recibidos a golpe de éxito por todo el elenco a tope de calimocho y con los instrumentos a todo trapo, uno entiende ya que la tragedia va a ser menos trágica y que las consabidas oscuridades van a desaparecer casi por completo. Uno puede comprar esa energía —casi desorbitante—; puesto que reconcilia las ferias de antaño en Castilla con el movimiento que durante los meses de julio y agosto se da por toda la geografía española con esas bandas que ponen a bailar al personal. Se comprende que por ahí existe un recorrido que se puede explorar; pero también es cierto que la adaptación es algo embarullada; porque en pos del dinamismo, el espectador puede perder el hilo del argumento y, lo que es peor, creer que el asunto es una simple historia de celos. Sin dejar de ser este un tema menor que se palma esencialmente en la primera mitad, pues los actos se enlazan con coherente continuidad, las interpretaciones del elenco destacan por su apasionamiento y por lo convincentes que resultan. El propio Hidalgo, que da cuenta del criado Tello, ofrece su habitual desparpajo y esa satisfactoria «comodidad» que manifiesta sobre las tablas, con disposición siempre sobresaliente. Es él, como se sabe, uno de los encargados de perfilar el encuentro entre los nuevos enamorados. Más estrafalaria y aviesa se muestra la Fabia de Mar Calvo, con el ‘puta’ inscrito sobre su vientre, pues se quiere remarcar con ese gesto demasiado evidente, que es una bruja celestinesca. Personaje enrarecido que se va abriendo con el paso de los minutos, pero que inicialmente resulta demasiado críptico. Por su parte, me ha parecido que Raúl Pulido, como Alonso, «la flor de Olmedo», como dice la famosa y recurrente cancioncilla que surgió tras el suceso legendario, se entrega con un romanticismo juvenil muy creíble y con una expresión en sus frases muy elocuente. El actor halla en su compañera Elisabet Altube una pareja fetén. La intérprete despliega su dulzura natural para hacer una Inés tan sufriente como segura de sí misma. Desde luego, ambos amantes demuestran gran compatibilidad. Por otra parte, Leonor, la hermana de Inés, queda un poco apagada; no obstante, Manuela Morales encuentra un tono comedido muy necesario. Más distante todavía se sitúa Pablo Sanz, quien se dedica más a pintar un retrato en directo, mientras transcurre el espectáculo, que a su Fernando, el consejero de Rodrigo. No termina de quedar clara esta performance o este añadido, pues no se enlaza con nada a lo que podamos asirnos conceptualmente. El amo de este, acogido por Daniel Llul, queda desde el inicio como un tipo inerme en cuanto al posible flirteo con Inés, más todavía si se reblandece con una humorística melopea. Observamos un desembarazo generoso entre la estupefacción del que puede perder y la ira del orgulloso. En otro orden de cosas, conviene comentar un contraste que se da a lo largo de toda la función. Por un lado, el grupo aprovecha la propia escenografía del Corral Cervantes, con sus dos pisos, sus balcones, sus distintas puertas y salidas, y esto genera una sensación de cierto alboroto; porque la audición no es todo lo buena que debería esperarse y la dispersión despista. Insisto en esa ansia por meter música, sobredimensionar el propio espacio, la cuestión de la pintura y algún elemento más. Todo ello no contribuye a que el verso y la propia historia suenen claros. Pero, por otra parte, se dan varias escenas donde la concisión es preponderante, como los encuentros entre los dos amantes; o la plástica tan sugerente, como la famosa escena taurina donde Alonso «atenta» contra el honor de Rodrigo al ayudarlo. Las máscaras enormes y potentes diseñadas por Pablo Porcel, propician un simbolismo que conjuga excelentemente las pulsiones telúricas del trío en liza, y de las premoniciones que nos anuncian el desenlace fatal. En definitiva, este Caballero de Olmedo pretende aproximarnos la leyenda a un presente más festivo y bullicioso, y por lo tanto más expresivo.

 

El caballero de Olmedo

Autor: Lope de Vega

Dirección y adaptación dramatúrgica: Julio Hidalgo

Reparto: Raúl Pulido, Mar Calvo, Elisabet Altube, Daniel Llul, Manuela Morales, Pablo Sanz y Julio Hidalgo

Espacio escénico: Julio Hidalgo

Producción: Dragoi Zuria

Vestuario: Pablo Porcel

Director musical: Los Olvidados

Diseño y fotografía: Los Olvidados

Community manager: Los Olvidados

Máscaras: Pablo Porcel

Compañía: Los Olvidados

Corral Cervantes (Madrid)

Hasta el 23 de septiembre de 2021

Calificación: ♦♦♦

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