Rubén Ochandiano crea unos personajes inermes para criticar la superficialidad de nuestro mundo actual
Ridiculizar a gente ridícula puede convertir tu obra en ridículo y a tu planteamiento en altamente insignificante. Si degradas tanto el objeto a criticar —para posicionarte moralmente por encima, hemos de suponer—; entonces has diseñado un rival o un enemigo con el que batirte que, en su rebote polémico, te deja a ti como creador subido a un minúsculo peldaño. En resumidas cuentas, la estructura fundamental que debemos tener en cuenta para asimilar y comprender esta función es la que, en su momento, dispuso Hegel con aquello de la dialéctica del amo y del esclavo. A saber, los dueños de la casa donde nos encontramos —Rafa Lladó, responsable de la escenografía, redunda con ese espacio de aire dieciochesco, repleto de espejos y terciopelos rojos, en el romanticismo y en el decadentismo que transmite la obra— han decidido dar una fiesta de cumpleaños y, a la vez, despedir a su sirvienta (por razones difusas). Según la tesis hegeliana, el efecto de superioridad de los señores frente a su criada se ha perdido con el tiempo. Además, se han despojado de sus habilidades y se han convertido en unos inútiles. A su vez, ella conservaría y ampliaría sus destrezas que la capacitan para la vida práctica y ser, dentro de ese ámbito, más libre. Además, comienza a desear lo mismo que sus amos, es decir, ser admirada por alguien que esté a su altura (según sus criterios, claro). Los dos buscan lo mismo y por eso se establece la dialéctica. El miedo a la muerte (la crueldad de los muertos) es lo que podrá distinguirlos. O sea, hasta dónde son capaces de llegar por ser los vencedores. De ahí que los señores se busquen otros rivales de mayor categoría: sus propios amigos. Que tienen, en este caso, una moral similar, es decir, la de los inútiles. Entonces la esclava decide, como veremos, que ha sido demasiado conservadora y que ha llegado el momento de ascender. Todo esto, mutatis mutandis, lo hemos podido ver en Las criadas, de Genet o en El sirviente, de Robin Maugham. Por todo lo dicho, Rubén Ochandiano, de quien podríamos deducir una línea estético-política afín con su protagonismo en Tartufo, pues parte de aquella corrupción moral y religiosa que denunciaba Molière tiene consecuencias a finales del siglo XVIII y durante el XIX. El nihilismo nietzscheano, la perversión sádica, la muerte de Dios o las sugerencias fáusticas que tanto podemos identificar en nuestra sociedad; pero desde el infantilismo, permean toda la función. La cuestión es que estos personajes son demasiado estúpidos, son demasiado vacuos —por mucho que digan ser, algunos, artistas— que, sencillamente, no sirven para realizar la supuesta crítica epatante a nuestro mundo actual. El dramaturgo se quiere situar más allá del bien y del mal; pero no hace más que llenar su texto de gansadas. Sus personajes no inquietan, no son inteligentes, parecen una parodia de pijos en el barrio de Salamanca. Pero, ante todo, se percibe demasiado ese tufo por llamar la atención con un empleo de gestos y de planteamientos mezclados sin comedimiento ni coherencia. Véase, verbigracia, el amasijo de músicas: la marcha semanasantera con «La lambada» más «La danza de los caballeros», de Prokofiev, que nos llevan a coreografías que surgen de improviso y porque sí en la mayoría de los casos y que, en lugar de aportar una expresividad de mayor calado que nos remita a la carcoma espiritual que los devora, uno percibe absurda ironía. Súmenle el «Himno de España» y el «de la alegría». Por meter, que no quede. Puesto que el absurdo es otro de los caminos con los que se percute en este espectáculo; pero desde una sátira descarnada y soez, no desde la sutileza de Buñuel en El ángel exterminador o en El discreto encanto de la burguesía. En este último sentido, la referencia a Brecht con La boda de los pequeños burgueses, también parece clara. Estos son los lastres evidentes. El alivio (cómo no buscarlo ante tal sinsentido existencialista. Unos Sísifos a la manera de Camus) se adensa en la nada y deja correr el tiempo a través de performances que atestiguan el acabamiento personal. La pareja protagonista, compuesta por Nata Moreno (todos llevan su propio nombre), quien trasluce su propia crisis como creadora (suya dice ser la obra que tenemos delante), cual Eva al desnudo, de manera convincente; y Sergio Mur, más joven y, por lo tanto, más desequilibrante —así es el tópico— atrapa su papel con gran soltura y seguridad escénica. Ambos se muñequizan, como un esperpento en su propio callejón sin salida. Por otro lado, Tomás Pozzi se deja arrastrar otra vez a la explosión de unos tics que, a pesar de que funcionan, lo están estereotipando. Él es un actor extraordinario, lo volvió a demostrar la temporada anterior en Querido capricho. Aquí aprovecha sus dotes para disponer la mofa o la humorada a lo queer y a las identidades de género. El asunto está en repartir para todos los lados; aunque se vean las superioridades morales de qué lado caen. Porque cuando los partidos políticos entran en acción, la obra descarrila totalmente. Un juego de sinceridades que nos deja a VOX como chivo expiatorio, una vez más, de las debilidades ideológicas de los contrarios, Podemos; para señalar a Ciudadanos, como otro partido de derechas a denostar (quizás fuera un homenaje a Marta Rivera de la Cruz que, como consejera, estaba realizando su papel en las butacas). Me pareció raro que no entonaran cánticos antifas, hubiera sido lo suyo. La otra pareja contratacante es la formada por Alicia Rubio y Albert Mèlich. Ella se encarga de monologarnos la ristra de ociosidades new new age que más nos puedan entontecer y que, por supuesto, ningún biempensante práctica ni consume. Pongan flores de Bach, ayuno intermitente, numerología, eneagrama y muchas otras muchas tendencias sustitutorias de la religión, y se harán cargo de la hipocresía de esta madre que tiene un hijo porque es lo que toca para la foto. A él le toca darnos cuenta de las perversiones sexuales humanas (más varoniles), así que descarga su furia, vestido a lo John McEnroe, con acoso a la mucama y con masturbación desaforada. Más allá de los caracteres, el elenco está engrasado y se entrega al máximo. En este sentido no debe haber queja. Finalmente, Jessica Serna, la actriz hispano-colombiana, deambula cumpliendo con su cometido para ejecutar su plan en el desenlace. Ella, quien inicialmente la tomamos por víctima, pues socioeconómicamente está por debajo y, además, es objeto de burlas racistas sin remisión; termina, como es lógico —aquí la obra recobra brío y coherencia— perdiendo su condición de esclava, para caer en la misma dialéctica que sus amos. Ahora ella se pondrá al servicio de Meryl Streep para que cuente su historia, como ella desea, y logre la admiración que le corresponde. Bien, nos queda claro el mensaje; pero en nuestro mundo de desmontaje creciente, de redes sociales, de culturas de la cancelación, de abulia corrosiva, de precariedad laboral, de pandemia, de ocio inane, de videojuego espasmódico y, sobre todo, de narcisismo desesperante, todo resulta más complejo que lo observado y todos tenemos que cabalgar en nuestras propias contradicciones.
El alivio o la crueldad de los muertos
Texto y dirección: Rubén Ochandiano
Intérpretes: Nata Moreno, Sergio Mur, Jessica Serna, Tomás Pozzi, Alicia Rubio y Albert Mèlich
Coreografía: Javier Monzón
Espacio sonoro: Sandra Vicente
Diseño de iluminación: David Picazo (AAI)
Escenografía: Rafa Lladó
Figurinista: Shiloh Garrel
Kimono de Sergio Mur: Palomo Spain
Abrigo de Alicia Rubio: Ágatha Ruiz de la Prada
Dirección de producción: Júlia Simó Puyo
Producción ejecutiva: Carlos Perelló Rovira
Ayudantía de dirección y regiduría: Víctor Hernández
Asistente de dirección: Rubén Omar
Técnico de sonido: Enrique Mingo
Diseño gráfico y redes sociales: Eladi Bonastre
Decorados: Tricolor Producciones
Sastrería: Petra Porter
Estampación camisetas: Madrid T-Shirt
Fotografías: Jesús Romero
Realización cabezas: Tono Garzón (SFX PROPS)
Coproducción: Los Montoya, Amici Miei Produccions, Teatre Principal de Palma, Rubén Ochandiano y Teatros del Canal
Agradecimientos: Are you ready? Peluqueros, Eva Lloradi, Joan Miquel Artigues, Jesús Gómez, Chus Gutiérrez, Lorenzo Caprile, Naluz (iluminación) y Xavi Núñez
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 19 de septiembre de 2021
Calificación: ♦♦
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