Carlos Saura dirige esta versión de la famosa novela de Gabriel García Márquez que protagoniza Imanol Arias
Uno de los grandes atractivos de El coronel no tiene quien le escriba es el lenguaje propio de Gabriel García Márquez, quien ya en esta temprana novela es capaz de desplegar ―siquiera de una forma tan sintética que, a veces, se aproxima al poema en prosa― y, también, por su relación con su magna obra, Cien años de soledad (los vasos comunicantes son amplios, y los guiños en la adaptación de Natalio Grueso son varios). Ese lenguaje, insisto, está dominado por la descripción impresionista y por la capacidad para expresar cómo el tiempo se detiene en un transcurrir inasible. Por lo tanto, una cuestión esencial para llevarla a escena, es conseguir transmitir artísticamente (con las herramientas del arte dramático) sensaciones y conceptos parecidos. Esto es, paradójicamente, en lo que más falla el montaje de Carlos Saura. Quien no es solamente el director; sino, además, el responsable de la escenografía. Y esta, junto a la iluminación de Paco Belda, no están a la altura de lo que se presume en gente experimentada. Uno puede comprender que falta presupuesto y que el proyecto se debe adaptar a teatros de toda España; pero el ambiente que se genera a la vista del respetable, carece de solidez, de persuasión, de atractivo. Porque se queda a medias entre el naturalismo y la evocación; es decir, la cama, la mesa y otros adminículos son insuficientes, y los dibujos de la pantalla del fondo son tan naíf que parecen un relleno insolvente. Si a eso le añadimos unas luces excesivas, la función acaba por circundar en algo taciturno, pero no demasiado. Si acaso el gallo, «encerrado» en el televisor, ofrece un detalle que provoca nuestra atención. La verdad es que toda la propuesta pretende asentarse en lo correcto, sin estridencias, sin melancolías agónicas. Y a ello contribuyen todas y cada una de las interpretaciones. El primero, claro, Imanol Arias, que es, ante todo, el protagonista, el coronel que espera con tozudez a que le envíen su pensión por la que lleva aguardando quince años. Aunque no ceja en el intento y acude a la estafeta de correos con firme esperanza; regresa arrastrando los pies para reconocerle a su mujer que ninguna carta ha llegado y que tendrán que ajustarse más todavía el cinturón. El actor no se resiste a imprimirle un punto de virilidad que se sobreponga al lógico desencanto. Mientras que Cristina de Inza es la que alcanza con más empaque el tono esperado ―nunca mejor dicho; pues es la que espera una solución con la impotencia de poder hacer poco, y con la añoranza pegada a su rostro del hijo ausente―. Se desplaza por la austera pieza con el sabor del hambre en la boca. Luego, el resto de intérpretes se amoldan más o menos a otros personajes secundarios que sirven definitivamente para apuntalar el trago existencial de una vida que pierde el sentido por momentos. Fran Calvo hace de médico, un tipo joven, inteligente y protorrevolucionario, que va echando una mano a la pareja y que ansía con impaciencia que el gallo esté listo para la pelea. Observamos templanza y, a la vez, ese pundonor de aquellos humanistas que no se fijan únicamente en las dolencias del cuerpo. Después a Jorge Basanta le toca interpretar a Sabas, el compadre del coronel. También ha de encarnar al abogado, en una escena protocolaria y demostrativa de que la burocracia es una telaraña infame. Marta Molina cierra el elenco para personificarse en una dependienta de correos con insuficiente carga ritual y metafórica en ese proceso recurrente del coronel en la búsqueda de su carta. Se muestra como una simple funcionaria y poco partido se puede sacar de su presencia. Cuando revolotea como cantinera o cuando le da réplica a su marido Sabas, desarrolla más su buen hacer. No es baladí, desde luego, el movimiento. El traje militar paseándose de acá para allá en la torpeza de unos pasos seniles; aunque el escenario se le quede tan corto. Porque, ante todo, El coronel no tiene quien le escriba se encuadra en esas otras obras de la literatura universal señaladas por una espera que simboliza la incapacidad, el desafuero, la fuerza de un estado, la nimiedad del ser humano, la anunciación de una salida para el impás que sustenta en el silencio. O sea, Kafka, Beckett o Buzzati. Y por eso, precisamente, antes de que no haya más que conformarse con la «mierda», está el lento devenir de los derrotados, de los que se van quedando al margen sin mucho que decir. Seguramente, una ambientación artística de mayor hondura y calibre nos hubiera permitido asimilar mejor esa amalgama de sensaciones acibaradas.
El coronel no tiene quien le escriba
Dirección: Carlos Saura
Adaptación: Natalio Grueso
(basado en la novela de: Gabriel García Márquez)
Reparto: Imanol Arias, Cristina de Inza, Jorge Basanta, Fran Calvo y Marta Molina
Ayudante de dirección: Gabriel Garbisu
Diseño de escenografía: Carlos Saura
Diseño de iluminación: Paco Belda
Vestuario: Carlos Saura
Ayudante de vestuario: Marta Suárez
Realización de vestuario: Cornejo
Diseño de sonido: Enrique Mingo
Fotógrafos: Sergio Parra y Javier Naval
Maquillaje y peluquería: Chema Noci
Productora ejecutiva: María José Miñano
Jefa de producción: Triana Cortés
Ayudante de producción: Raúl Luna
Producido por: José Velasco
Jefe de prensa: Ángel Galán
Directora de comunicación: Cristina Fernández
Diseño gráfico: Melania Ibeas
Comunicación online: Inés Drake
Teatro Infanta Isabel (Madrid)
Hasta el 30 de junio de 2019
Calificación: ♦♦♦
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