La fiesta del viejo

Una adaptación de El rey Lear en la realidad argentina, interpretada con vigor en un trabajo coral extraordinario

Solamente por imbuirse en el tremendo quilombo que montan en el primer acto estos tipos de Teatro Polonia llegados desde Argentina, ya merece la pena La fiesta del viejo; una adaptación de El rey Lear que reduce la acción a una hora y media de intensidad caótica. Y es que el acontecimiento está en marcha como si fuera la vida misma, una tarde de celebración como en otras ocasiones allí en el club polaco. Aunque los postres nos depararán una sorpresa que se hacía esperar. El señor Lear, enfermo de Alzheimer, atisbando la desconexión con el mundo, autoproclamándose rey y recobrando por instantes la furia de un engreído rencoroso, ha decidido dar en herencia todas y cada una de sus posesiones a sus tres hijas. Abian Vainstein se sitúa en el centro de la acción con energía inconmensurable, desplegando giros de carácter que lo llevan de la caricia al alzamiento de los puños, del susurro cuidadoso al grito furibundo. Una disposición arrebatadora escénicamente, punteada por esas pérdidas de memoria, esas dudas, esos fantasmas que se abalanzan sobre él desde el pasado. Para entonces, el trabajo coral ya es inmejorable, con los diez intérpretes desplazándose entre las bebidas y el confeti, acoplando las insidias y los temores de su personaje, estableciendo un juego de cinismos que no tardará en desbaratarse. Por eso me parece magnífico el alboroto y a la vez ese extraño orden que reclama nuestra atención en cada frase que surge entre el ruido. No se dará puntada sin hilo en esa primera andanada. Ese dinamismo formidable va generando huecos para que de una en una, las hijas vayan dorándole la píldora a su papaíto para ganarse la mejor porción de la tarta. La primera, Regina, una Clarisa Hernández, inicialmente comedida, algo flemática y timorata, va de la mano de Ezequiel Gelbaum, su marido (uno de los personajes más tapados de la obra). Ella no tiene duda a la hora de demostrar el «amor» hacia su progenitor. Como tampoco duda, la mediana, una Nevski que Julieta Cayetina encarna con recursos aviesos, satisfecha por la protección que le brinda su esposo, un Julián Smud torticero y vesánico que enseguida saca su pistola. Por último, aparece la jovencita rebelde, la del rostro retador que termina de acceder a los deseos de su padre. Cordelia es Agustina Benedettelli y esta sabe plantarse en las tablas con el empuje de una contestataria con cierto deje adolescente. Por si fuera poco insolente su postura, se ha atrevido a venir acompañada de El Francés, su nuevo novio, el hijo del mayor rival de Lear, un Gonzalo Ruiz que guarda sus bazas y se cubre bien las espaldas. Cierran el elenco, Ezequiel Tronconi, que toma el papel de Kent, el fiel servidor; Demián Gallitelli, como el cocinero asustadizo, y, finalmente, Bufo, que Moyra Agrelo interpreta con sabiduría para inmiscuirse con sus gracias en los momentos pertinentes y que es quien va limpiando el suelo para alcanzar esa falsa llanura del segundo acto. Un proceso de tensión latente donde se dirime el futuro del viejo, la recomposición de las deudas, la aniquilación, en definitiva, de su modus vivendi. Si alguna pega se le puede poner a la estructura del espectáculo y al fantástico esfuerzo de dramaturgia y dirección de Fernando Ferrer ―no es sencillo sujetar tantos cabos―, es que en el tercer acto se precipiten demasiado las soluciones terminales a unos entuertos privados que, anteriormente, no habían fraguado suficientemente. Digamos que la explosión de pistoletazos y de cuchilladas casi a lo Tarantino, se finiquita tan expeditivamente que uno percibe que las elipsis han sido excesivas. Por lo demás, la función se disfruta una barbaridad. Suena el bandoneón y la polka (parece que nos llevan a las barricadas), el ambiente permea la decadencia, los sentimientos que Shakespeare universalizó con su tragedia se vivifican a gran volumen. El odio acumulado de años, la envidia insuperable y la ambición capaz de romper cualquier lazo familiar bailan sin pudor hasta lanzarlos al piso muertos o salvados. Esta es una adaptación que nos recuerda, por los paralelos establecidos con el presente y con las diferentes realidades culturales, a esa extraordinaria versión de Macbeth de Los colochos, con su Mendoza. Igual que aquella, La fiesta del viejo debería obtener mayor repercusión por nuestros lares.

La fiesta del viejo

A partir de El rey Lear, de William Shakespeare

Dramaturgia y dirección: Fernando Ferrer

Actúan: Moyra Agrelo, Agustina Benedettelli, Julieta Cayetina, Stine Helkjær Engen, Demián Gallitelli, Ezequiel Gelbaum, Clarisa Hernandez, Gonzalo Ruiz, Julian Smud, Ezequiel Tronconi y Abian Vainstein

Música original e interpretación: Stine Helkjae Engen

Vestuario: Peta Moreno y Marina Claypole

Diseño de luces: Sebastián Francia

Espacio y arte: Romina Giorno

Asistente de dirección: Marisol Scagni

Producción: Laura Quevedo

Sala El Umbral de Primavera (Madrid)

Hasta el 18 de julio de 2018

Calificación: ♦♦♦♦

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2 comentarios en “La fiesta del viejo

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