Hamlet se transforma en una tragedia rural ideada por el director teatral Fernando Ferrer
Si el dramaturgo argentino versionó con mucho sentido hace unos años El rey Lear con La fiesta del viejo; ahora hace lo propio con Hamlet. Digamos que ha reconvertido el clásico de Shakespeare en un drama rural que, por necesidades, se nos muestra aderezado por elementos propios del Romanticismo. Porque esta es quizá la mayor pega que le encuentro a esta actualización, y es que se nos remita a «voces» en el pantano, a presencias, si se quiere. Y que este hecho venga relatado, más que representado, fundamentalmente en el segundo acto de los tres que componen este montaje de hora y media. Es decir, no se nos introduce con suficiencia en un ambiente fantasmagórico que justificase lo misterioso y lo paranormal. Porque no se termina de crear un espectáculo del género de terror o de vesania, como ocurre en el original, donde la zozobra del príncipe, su posible locura puede justificar que se comunique con su padre muerto. Pero, claro, esas voces, a las que se confía el protagonista, Jam, son las que le impulsan hacia el desenlace trágico, así que resultan fundamentales. No es este joven, interpretado con creciente solvencia y transformación paulatina por Pablo Lanzillotta, el que a la postre parece que lleva la voz cantante. Más bien es Jorge Kent, en el papel de Claudio, el tío del muchacho, el que concentra totalmente nuestra atención. El actor asume con soberbio engreimiento su rol de cacique de pueblo. Heredero de una fábrica dedicada a los vinos, parece tener un poder inapelable en aquel territorio. Su griterío, su violencia, su zafiedad y su hombría desatadas marcan un tono desagradable y muy atrayente desde el principio de la función. Kent está crecido y la tensión que todos vivimos en la Sala El Umbral de Primavera depende fundamentalmente de él.
Nos hallamos en la susodicha fábrica, repleta de botellas de vino, la ambientación de almacén funciona y tiene verosimilitud. El primer acto posee una agilidad acibarada. Las tensiones del pasado permean mientras el alcohol va soltando las lenguas y aproximándose a los tabúes con un cinismo palpable. Resulta sugerente el juego metateatral que establecen en algunos diálogos, cuando hablan de las pretensiones actorales de Jam en el pasado —ahora es la música lo que le pirra—. La madre, Lara Ruiz, compone su personaje desde una controvertida angustia. Se mueve con sutileza entre el amor-odio a su marido —arrastra un miedo a que desborde su poder y su violencia, y una pulsión sexual bastante primaria y animal— y el fervor por su hijo, de quien se ha distanciado en exceso. Por otra parte, creo que la Ofelia de Micaela Breque es demasiado estática, fría, insulsa. Apenas se inmuta con los ataques de ese fanfarrón, cuando se mete con su padre, Polonio, que ahora es un alcalde-títere. Sí es verdad que ella es la inductora del misterio en el pantano, la que induce a nuestro joven protagonista a indagar sobre esas voces tan acuciantes; pero pienso que le falta expresar más cariño y sensualidad a ese muchacho que, por fin, ha regresado al pueblo.
Si ese primer acto marcha con un ritmo elocuente, el asunto se va despeñando ya en el segundo, precisamente por aquello que comentaba al principio. La verosimilitud se trastoca, porque no ha generado una atmósfera paranormal. Mientras que en el tercer acto nos hallamos ante una remontada —otra vez Kent llevando su personaje al extremo, cuando comprende que ya no puede seguir mintiendo sobre quién mató a su hermano—; pero también es cierto que algunas frases chirrían al escucharlas y me imagino la escena sin esas palabras no existieran. Me refiero, por ejemplo, a recalcar acciones que todos observamos como evidentes. Beber un líquido, sentirse mal y que alguien diga: «tiene veneno», de una manera excesivamente melodramática. Eso no puede ser.
Fernando Ferrer ha creado un buen montaje, a pesar de esas incoherencias, y ha dirigido con primor a su elenco. Nos confiamos a ese ambiente enrarecido y mafioso que aún se percibe en algunos zonas de España, donde aún el crimen o el sometimiento son los modos de ascenso social.
Autoría y dirección: Fernando Ferrer
Elenco: Micaela Breque, Jorge Kent, Pablo Lanzillotta y Lara Ruiz
Asistente de dirección: Agustina Rodriguez Eyras
Director asistente: Mattis de la Fuente
Música: Mauro Di Benedetto
Fotografías: James Rhodes
Diseño gráfico y publicidad: Danisa Acosta y Pedro Oliver
Producción ejecutiva: Israel Giraldo
Agradecimientos: Carmen Pastor y El Umbral de Primavera
Sala El Umbral de Primavera (Madrid)
Hasta el 28 de noviembre de 2022
Calificación: ♦♦♦
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