Ilusiones

La ineficacia de la narraturgia se despliega en una decepcionante propuesta de Miguel del Arco sobre el texto del ruso Ivan Viripaev

Foto de Vanessa Rabade

De un tiempo a esta parte las narraciones han invadido la escena. Principalmente nos hemos topado con ellas en el circuito off. Los apóstoles de Sanchis Sinisterra (no hay más que revisar su última obra, El lugar donde rezan las putas, para comprobar la ineficacia de algunos procedimientos) se han lanzado al ruedo a evangelizarnos con la buena nueva: la narraturgia (revisen lo último de Eva Redondo). No pararé de quejarme sobre este retroceso teatral. Ahora uno acude a una sala a que le cuenten una historia, como a la antigua usanza. Narraciones, por lo común, explicativas en exceso, descriptivas sin parangón. Un teatro que anula los roles y la representación. También la pasión de ver a un actor sentir aquello que nos desea transmitir. Bien, pues, parece que desde Rusia llegan los mismos ecos con Ivan Viripaev. Y a Miguel del Arco le ha convencido —digámoslo ya directamente— un texto insulso e insustancial. Y como esto va de narradores, lo que nos encontramos en las tablas de El Pavón, es a cuatro actores en una especie de cuarto de ensayo repleto de cachivaches que ha diseñado Eduardo Moreno, y que es mucho más versátil que cualquiera de las historias que aquí se nos cuenta; es lo mejor de la función. Comienza Marta Etura con dos narraciones sobre una pareja (casada durante más cincuenta años) compuesta por Dani y Sandra. Durante más de un cuarto de hora nos relatará la idea del amor que tiene cada uno; que si el verdadero es el correspondido o si no. La exposición resulta bastante teórica, con lo que los personajes no quedan ni esbozados. Lo mismo ocurrirá cuando nos enteremos de la vida de la otra pareja: Alberto y Margarita. La verdad es que asistimos a una colección anodina de anécdotas (fumarse un porro ofrecido por un alumno) que no terminan de definir a los protagonistas y es fácil perder el interés. Que cada narrador pase de un personaje a otro sin la más mínima interpretación no es nada novedoso, ni el teatro ni en la novela. Que nadie se piense que esto es vanguardista y que se están conculcando las leyes sagradas de la dramaturgia (la sombra del teatro postdramático da para mucho). En definitiva, lo que se nos viene a contar es que se ha producido un cruce de parejas a sus propias espaldas (amores ocultados durante decenios) o eso parece; porque entre los narradores hay un bromista. Daniel Grao hace de mentirosillo y como se le quiere dar un aire humorístico al montaje; pues en su narración suelta invenciones para luego repetir una y otra vez: «que no, que es broma»; mientras afirma —y reafirma— que Margarita tenía un «finísimo sentido del humor». Chascarrillos que nos retrotraen a esa comedia burguesa tontorrona de principios de siglo XX. Por un momento llegué a compararla con Las afinidades electivas, pero aquí no hallamos ni el simbolismo, ni la disección humana que dispone Goethe. En la posmodernidad de Ilusiones, se vuelve a intentar demostrar una vez más, que el marco es más importante que la pintura, que en el bloque de mármol se oculta potencialmente una obra maestra y que debe ser el público el que la construya con su imaginación. Porque si algún espectador desea trascender lo meramente observado va a tener que conceder muchas dosis de su inteligencia al texto del ruso. Aquí todo es distancia. Distanciarse del posible personaje, del diálogo, de la interpretación. Tanto que hasta el vestuario de Sandra Espinosa se aleja desde el esmoquin para tomar el chándal. Estos actores se separan tanto de su cometido que como están ejercitándose, deben mostrarnos sus descansos para beber agua; pero también sus instantes de esparcimiento. Por eso nos topamos con un espectáculo musical incoherente y excéntrico que se supone que es para darle un poco de marchuqui a una función que da vueltas como un tiburón para ni siquiera aspirar a la dentellada. Por qué no unos minutos musicales con algo de samba y otro poco de Tina Turner. Pues nada, a por ello. Tampoco, vayamos a pensar en la temperamental Closer; puesto que aquí se alcanza el desapasionamiento y cuando el tema se pone romanticón con viajes a Australia, uno piensa más en la pátina de El diario de Noa. Sí, serán ancianos estos individuos; pero su visión del amor se acerca peligrosamente a las ilusiones de esos adolescentes en su primer noviazgo deseando con todas sus fuerzas que dure hasta el final de sus días. Qué bonito, qué maduro. Por todo lo dicho, apenas se puede valorar el trabajo actoral. Marta Etura imprime energía al principio y después continúa de manera aceptable; Verónica Ronda, aparte de manifestar sus dotes como cantante —algo que ya ha realizado en otros montajes—, es quien se aproxima más al sarcasmo de la provecta Margarita y nos regala unas breves actuaciones más dinámicas. En cuanto a Daniel Grao, resuelve con corrección; mientras que Alejandro Jato hace lo propio, aunque más tapado. Miguel del Arco la temporada anterior había dirigido su texto Refugio, una propuesta arriesgada, interesante y profunda (injustamente infravalorada por algunos). Con sinceridad, la decepción ha sido alta; puesto que el dramaturgo juega en la liga de los grandes y uno espera el máximo acierto. Y esto no es broma.

Ilusiones

Texto: Ivan Viripaev

Dirección: Miguel del Arco

Traducción: Helena Sánchez Kriukova

Intérpretes: Marta Etura, Daniel Grao, Alejandro Jato y Verónica Ronda

Dirección de producción: Jordi Buxó y Aitor Tejada

Producción ejecutiva: Pablo Ramos Escola

Jefe de producción: Alex Foulkes

Escenografía: Eduardo Moreno

Vestuario: Sandra Espinosa

Iluminación: Juanjo Llorens

Coreografía: Manuela Barrero

Diseño de sonido: Sandra Vicente (Studio 340)

Música: Arnau Vilà

Vídeo: Natalia Moreno

Fotografía: Vanessa Rábade

Diseño gráfico: Patricia Portela

Comunicación: Pablo Giraldo

Estudiantes en prácticas: Sergio Garayalde, Daniel Ibáñez y Daniel Visiedo

Ayudante de dirección: Gabriel Fuentes

Una producción de Kamikaze Producciones

El Pavón Teatro Kamikaze (Madrid)

Hasta el 13 de mayo de 2018

Calificación: ♦♦

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