Los días de la nieve

Semblanza sobre Miguel Hernández a través del sentido relato de su viuda, Josefina Manresa

Los días de la nieve - FotoVuelve Alberto Conejero a inmiscuirse en uno de esos poetas mitificados en nuestra historia, verdaderos fetiches, como el Lorca que evocó en La piedra oscura. Ahora es Miguel Hernández —olvidemos esa etiqueta inadecuada del «poeta pastor»— a quien se aproxima de la mano de su mujer, Josefina Manresa (Quesada, Jaén, 1916-Elche, 1987), la responsable de recopilar todo el legado de uno de nuestros mejores escritores. También regresa el estilo lírico del dramaturgo, esas pinceladas que van creando un ambiente que alegoriza una vida, una época. Porque el discurso de la viuda está tonificado por una pátina grácil, bonachona y sonora. Las palabras se insertan en versos, escuchamos estrofas; la rima se suspende en el aire y eso, una de dos, o nos saca de la situación por inverosímil o nos fuerza a que aceptemos imaginariamente una construcción literaria que se apoya en el recuerdo firme; pero, además, quebrado por los años para reconstruirlo mucho después. Una vez que asumimos que esta nos es una propuesta ajustada al naturalismo, sino que funciona en el expresionismo y en el simbolismo para fabricar una semblanza, nos adentramos en diversos episodios de su vida y, principalmente, de Miguel Hernández. Años de penuria, de una educación precaria o inexistente, dedicada a la costura desde que era adolescente, primero en Orihuela y, después, en distintas poblaciones como Elda, Jaén o Elche. El asesinato de su padre, un guardia civil. Todos conocemos cómo fue el tráfago del poeta durante la guerra y aquí nos acercamos a parte de su intrahistoria; quizás, en este aspecto, nos quedamos con ganas de profundizar más en aquellos durísimos días de 1942. Las luces y las sombras se combinan en este montaje de forma equilibrada. La nostalgia por los buenos momentos, cuando su noviazgo se formalizó o cuando tuvieron a su segundo hijo, se sobreponen a ese momento en el que rompieron temporalmente mientras el escritor estuvo en Madrid, en una de las temporadas que pasó allí, y donde este tuvo sus escarceos amorosos. Hay que reconocer que es un texto repleto de elipsis, de esbozos que no se quieren completar, puesto que no se quiere caer en el morbo de lo que pudo ocurrir en su intimidad de pareja; aunque sea fácil hacerse una idea. Creo que, más que el propio relato, lo esencial de este espectáculo radica en dos aspectos primordiales: uno es la atmósfera melancólica —aunque con pizcas de esperanza, como bien se representa al final con el metafórico vestido verde—, que viene pergeñada por el lirismo, por la cadencia de los recuerdos, por una escenografía costumbrista (un taller con su mesa de corte y su máquina Singer, entre otros cachivaches), diseñada por Manuel Ramos (también es el encargado de una iluminación delicada y sombría); y otro es el empeño dramático de Rosario Pardo, quien no realiza una imitación al uso (se puede revisar en la red una entrevista a la propia Josefina para comprobarlo). La actriz acomete su personaje con frescura, gracia y entrañas, con buenas dosis de tristeza, cuando empuña una colección de fotos que nos enseña, aunque no podamos verlas (quizás alguna proyección no vendría mal en este sentido). Su pasión y su entereza escénica nos convencen, desde luego. Por otra parte, la dirección de Chema del Barco es certera en cuanto que ha sabido aprehender todo el espacio y situar las pausas y los silencios con verdadera inteligencia. Lo que no me convence tanto es el seudodiálogo que entabla con una supuesta clienta que viene a recoger un vestido que le está terminando ante nuestros ojos. Se plantea como si fuera una mujer misteriosa; pero no termina de imbricarse adecuadamente en la propia coherencia de la historia. No es muy creíble que la protagonista afirme que ella no ha contado nunca esto o aquello, que se muestre reservada con sus secretos y que termine contándoselo sin muchos ambages a una desconocida. Para mí, Los días de la nieve es una obra un tanto timorata en cuanto a la ambición dramatúrgica, su linealidad y ese paso de puntillas por diversos hitos, sin mucha intención crítica. Esto me parece que la constriñe. Tanta sencillez tiene el lado positivo de persuadirnos emocionalmente; pero pierde en las repercusiones políticas, sociales y morales que podría haber provocado en nuestra conciencia. Aun así, es un gran homenaje a dos víctimas de unos acontecimientos aciagos.

Los días de la nieve

Dramaturgia: Alberto Conejero

Dirección: Chema del Barco

Reparto: Rosario Pardo

Ayudante de dirección: Juan Vinuesa

Escenografía e iluminación: Manuel Ramos

Diseño gráfico y fotografía: Javier Mantrana

Diseño de vestuario: Pier Paolo Álvaro

Producción audiovisual: JK un sinvivir

Distribución: Clara Pérez

Patrocina: Diputación de Jaén

Teatro del Barrio (Madrid)

Hasta el 13 de mayo de 2018

Calificación: ♦♦♦

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