El abismo emocional de Nelly Arcan se materializa en el Teatro Español a través de una escenografía poliédrica
Sin contexto previo este montaje de Marie Brassard —bajo la idea original de Sophie Cadieux— no solo puede causar desconcierto, sino hasta un tedio que puede devenir en rabia. Es comprensible que en el mundo francófono y en Canadá la proximidad con Nelly Arcan, de cuyos textos autobiográficos parte el espectáculo, sea amplia. El retazo vital que ahora se arma mediante un collage de soliloquios encadenados por el tenue hilo de una bailarina (Anne Thériault) se puede entresacar de la novela que popularizó a esta escritora: Puta (y también de las siguientes: Folle y El niño en el espejo). En aquella, Isabelle Fortier recurre a una narración explosiva, deambulante, donde revela sus incursiones como prostituta de lujo para pagarse los estudios, algo más que una sugar baby. Adoptó el seudónimo de Cynthia —en referencia a su hermana muerta, cuando era una niña— y, después, firmó sus libros como Nelly Arcan. Se suicidó en 2009, tenía treinta y seis años. En escena, dos filas de cinco escaparates cada uno. Seis habitaciones que ocuparán las seis actrices y otras tres aparentemente vacías, más un hueco que simboliza el destino final. Si se quiere, y dado el caso, una especie de representación sui géneris del Barrio Rojo de Ámsterdam, donde la protagonista se multiplica —o se divide— en tantas facetas o personalidades como necesita para desplegar su discurso lírico. Antonin Sorel, desde luego, consigue sorprendernos con su escenografía. Cada cubículo es un micromundo y la iluminación de Mikko Hynnien nos permite ilustrar el conglomerado de sensaciones que se pretenden exhalar. Igual contamos con un cuarto de baño, que con un estudio de pintura o un sencillo dormitorio. Desde el inicio, el cripticismo verborreico de esos monólogos, de esos flujos de conciencia, reiterativos —casi un trance—, entonados bajo la compañía de la música (con tonos electrónicos, a veces chirriantes) de Alexander MacSween. Las intérpretes: Christine Beaulieu, Ève Pressault, Evelyne de la Chenelière, Johanne Haberlin, Julie Le Breton y Larissa Corriveau trabajan en situaciones estanca, ahondando en la soledad perniciosa mientras convocan a sus fantasmas familiares. Su observación del mundo debemos contemplarla también como múltiple. Desde la belleza insolente de Nelly Arcan y esa frontera que marca el atractivo sexual dominante; pero, a la vez, el de la mujer que debe encajar en un patrón y que se tiene que vender para terminar sus estudios. Por otro lado, cada cliente conlleva un espacio peculiar, ninguna profesión permanece ajena al negocio. Ellas se afanan por transmitirnos ese engrudo simbólico que va desde lo sensual a lo cosmológico, imbricado por metáforas que en su abstracción se nos van escapando hasta que uno se pierde en esa marabunta de términos que regresan como ecos de un coro alucinatorio. La desconexión con un territorio físico al que nos podamos asir nos lanza contra un planteamiento onírico que resulta un tanto previsible en esa estructura lineal, donde apenas se dan interacciones y donde lo performativo cae estrepitosamente en el esteticismo. No queda más remedio —si uno tiene la intención de aprehender la propuesta—, que indagar sobre la vida de la protagonista y decidir si es excusa suficiente como para desarrollar esta función visualmente tan atractiva. Ciertamente reconoceremos las influencias nihilistas y dolientes de Bernard Marie Koltès, no tendremos más que fijarnos en la oscuridad agónica de La noche justo antes de los bosques o, también, en Roberto Zucco (curiosamente algunos tendrán en su memoria el montaje de Julio Manrique con una escenografía muy similar a esta que hoy admiramos en el Teatro Español). Comenta Marie Brassard que la obra La fureur de ce que je pense se compone de siete cantos (El canto de los espejismos, El canto del éter, El canto de la sangre, El canto oculto, El canto de la sombra, El canto de las serpientes y El canto perdido) y que cada uno transcurre en su correspondiente cámara. La cantidad de temas (las ilusiones, el cosmos, la descendencia, el destino, la muerte, la locura o la soledad), definitivamente, construyen casi una atmósfera alegórico-dantesca. Demasiado para que podamos auscultar su esencia con una carencia supina de herramientas. En definitiva, si ha merecido la pena creo que solamente se podrá afirmar si aceptamos un esfuerzo exegético, si no, nos quedaremos con el trampantojo agradable.
(El furor de mi pensamiento)
Texto: Nelly Arcan (Collage)
Adaptación y dirección: Marie Brassard
Reparto: Christine Beaulieu, Ève Pressault, Evelyne de la Chenelière, Johanne Haberlin, Julie Le Breton, Anne Thériault y Larissa Corriveau
Idea original: Sophie Cadieux
Dramaturgia y colaboración a la adaptación: Daniel Canty
Traducción: Mónica García de Yzaguirre
Escenografía y accesorios: Antonin Sorel
Utilero: Alex Hercule Desjardins
Iluminación: Mikko Hynnien
Música: Alexander MacSween
Sonido: Frédéric Auger
Diseño de vestuario: Catherine Changon
Asistente de vestuario: Éric Poirier
Maquillaje: Jacques-Lee Pelletier
Peluquería: Patrick G. Nadeau
Directora de producción: Anne McDougall
Dirección técnica decorado: Jean François Landry
Director técnico: Mateo Thebaudeau
Regiduría: Frédéric Auger
Una Producción de: Infrarouge en Coproducción con Théâtre français du CNA (Ottawa), Festival TransAmériques (Montréal), PARCO (Tokyo).
Con el apoyo de Conseil des Arts du Canada, Conseil des arts et des lettres du Québec y Conseil des artsde la ville de Montréal
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 15 de abril de 2018
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “La fureur de ce que je pense”