El monólogo de Koltès sobre la vivencia desgarradora de un extranjero vagando por las calles de París
Ni es posible el vagabundeo, ni vivir como un eremita, la calle te deglute para devolverte como un pordiosero. Los últimos setenta avisaban de la hecatombe y París, como Madrid, o cualquier otra capital dejaban fríos los adoquines hasta que no quedaba más remedio que apoyar el culo. Escuchar a este Koltès es imaginarse La Movida, un portal de Malasaña, el caballo en las venas, mientras la fiesta sigue en el amanecer. O es la asfixia actual de las grandes urbes cuando el desfase saturnal de dance, drogas e incipiente resaca no suponen la más mínima catarsis para vidas arrojadas a un ocio incólume y en absoluto resolutivo; apenas anestesia que te disuada momentáneamente de la perpetua desilusión. La noche justo antes de los bosques destila un desgarro existencial que perfectamente se puede asimilar con el roto que llevan encima muchos jóvenes que han vuelto a sufrir, en nuestros días, el desencanto político. O acaso no se encuentra en el texto de Koltès esa acidia post Mayo del 68, como en muchos treintañeros inmersos en el precariado después del 15M. En cierta medida, Kate Tempest ha recogido parte de este espíritu, no tenemos más que fijarnos en su Wasted. De alguna manera también el Scratch de Javier Lara (no estaría mal recuperarlo después de su efímero paso por el extinto Frinje). Resulta muy interesante la complejidad, que el francés vertebró a través de un monólogo que, en ocasiones, se transforma en flujo de conciencia para rastrear cuestiones laborales, políticas, sociológicas y vitales. Y luego, claro, el lenguaje onírico y soez; melancólico y esperanzador. José Gonçalo Pais encarna a este malhadado extranjero, con su acento portugués, con una interpretación próxima a la barbarie, sometido por el trance tanto del alcohol y de la música, como del pesimismo que lo lleva a analizar aquella sociedad desde una distancia que llega a alcanzar momentos de lucidez: «…siempre terminan por encerrarte en una fábrica». La cuestión es qué busca este nihilista que duerme debajo de un puente con una mujer a la que no volverá a ver. Un tipo que aún se desvive por amor, que aún es capaz de sentir emociones oxigenantes. El actor no se guarda ni un ápice de su voluntad; su entrega es absoluta y su ímpetu es subyugante para unos espectadores que están tan encerrados como él, en esa pequeña sala de La Puerta Estrecha. En un espacio escénico ideado por Jacobo García que me ha parecido verdaderamente versátil. Ha sabido aprovechar lo pocos recovecos de los que disponía para conseguir trasladarnos a varios lugares con recursos tan mínimos como unos espejos cóncavos, que deforman a ese individuo en plena metamorfosis; unas pintadas a modo de grafitis de loco enamorado; y una cámara de vídeo que sobredimensiona con la proyección del intérprete el propio montaje. Observamos la influencia en el lenguaje de Joyce; pero, además, un mundo conceptual auspiciado por Jean Genet. En esta obra ya encontramos varios de los motivos con los que nos estamparemos posteriormente en el resto de su breve producción, como Roberto Zucco. Definitivamente, lo umbrío de sus bosques era una sombra para Koltés inapelable. En el espectáculo dirigido por César Barló todo parece propicio para adentrarnos en la mente torturada de un marginado irredento. Desde luego, merece la pena pasar por tal experiencia.
La noche justo antes de los bosques
Autor: Bernard-Marie Koltès
Dirección: César Barló
Interpretación: José Gonçalo Pais
Espacio escénico: Jacobo García
Vestuario: Juan Antonio Bello
Iluminación: César Barló
Sonido: AlmaViva Teatro
Fotografía: Noemí Sánchez
Diseño gráfico: José Gonçalo Pais
Comunicación: Elena López
Traducción: Sergi Belbel
Producción: AlmaViva Teatro
La Puerta Estrecha (Madrid)
Hasta el 30 de noviembre de 2017
Calificación: ♦♦♦♦
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Un comentario en “La noche justo antes de los bosques”