Drama sobre la muerte de un niño pequeño, tamizado por un tono que roza la comedia de situación

Dani ha muerto atropellado por un coche cuando perseguía a su perro. Han pasado ya ocho meses y la muerte de ese hijo flota y se sumerge en la casa donde viven sus padres; aún jóvenes y con mucha vida por delante para desplazar su dolor a diferentes partes del cuerpo hasta que se acomode como un recuerdo que determine sus existencias. En definitiva, Los universos paralelos va de vivir tras un acontecimiento luctuoso. ¿Cómo se lo toman las familias que han sufrido una catástrofe de este calibre? Es la vida de esas familias que a diario vemos llorar en las noticias: un accidente, un suicidio, una enfermedad implacable, un ahogamiento… Tan pequeño y muere. Es terrible, desde luego; pero con esto hay que construir una obra de teatro que nos evite, ante todo, pensar en un sábado por la tarde viendo Antena 3 (no es el caso). El tono de este melodrama contiene suficientes dosis de humor familiar y espontáneo como para no hundirnos en el fango lacrimógeno. Y quizás ahí radique uno de los grandes problemas del montaje. Una referencia ineludible es la versión fílmica; titulada Los secretos del corazón (2010) y protagonizada por Nicole Kidman y Aaron Eckhart, con guion del propio David Lindsay-Abaire, quien había ganado con su obra teatral el Pulitzer en 2007. Es evidente que comparar cine y teatro es injusto desde el punto de vista técnico, por ejemplo; aunque sí nos da una buena medida sobre la visión que el dramaturgo tenía sobre sus propios personajes (aconsejo vivamente a los espectadores que también se aproximen a la película). Y lo que queda claro es que la obra trata de cómo cada uno de los componentes de una pareja desarrolla su propia estrategia para asimilar una tragedia descomunal. Bien, pues en la versión de David Serrano, lo que nos encontramos son toneladas de cotidianidad, expresadas en conversaciones anodinas que, encima, generan risa en el espectador por su confusión y cercanía propias de una comedia de situación. Esto arrincona los momentos auténticamente crudos en los que el diálogo del matrimonio se enquista en la tristeza. Primordialmente el estatismo reseca el drama. El piso los agarrota y la trama no rompe en derivaciones argumentales para dejarnos observar la particularidad de cada personaje. Es una función tan objetivista y tan hiperrealista que alarga situaciones triviales (el comienzo es una conversación encendida y eterna entre las hermanas, repleta de detalles intrascendentes), y no potencia la desazón más que en momentos puntuales. Por eso me parece lógico compararla con la película y preguntarse por qué debe ser gracioso que Patricia (la madre) le pegue un bofetón a una señora en un supermercado, cuando esta no consiente en comprarle unos caramelos a su hijo. Son ejemplos. En el filme hay silencios, hondura y un argumento. En las tablas hay ruido, familiaridad y parálisis. Algo parecido le ocurrió al director con La Venus de las pieles. Es como si tuviera muy claro que su público no puede marcharse, bajo ningún concepto, con un trago amargo. El montaje es salvado —si aceptamos la atmósfera creada— por un elenco sobresaliente. Malena Alterio es sobre quien orbita el estado de la cuestión, quien se muestra más compungida y la que expresa su atasco emocional. Para ella no hay esperanza, ni solución a tal angustia. Compone su personaje desde el recato, como si fuera una viuda que prefiere recogerse en casa entre sus labores; aunque todo le recuerde a su hijo muerto. La actriz contiene las emociones hasta el límite. Luego, su marido, Daniel Grao, se planta con esa ambigüedad interesante de quien tiene un pie en el alivio y otro en el reverberante recuerdo de su niño jugando. La pena es que al personaje le falta desarrollo. Lo vemos claramente con las dudas que penden sobre un posible escarceo amoroso. A Belén Cuesta se le ha obligado a interpretar a la hermana (con sus treinta añazos) como si fuera una adolescente que se pasa el día de fiesta y medio colgada. Se ha buscado potenciar su natural espontaneidad a costa de entregarnos un papel que no contrapesa suficientemente la desdicha de Patricia. Por otra parte, Carmen Balagué se maneja estupendamente como madre, el rol le sienta fenomenal; pero está demasiado escorada hacia lo cómico y le falta dramatismo. Finalmente, Itzan Escamilla se lleva el personaje de David, el joven que atropelló sin querer al niño. Apenas tiene la oportunidad de conversar con la madre, la única que acepta hablar con él. Su cuento sobre los universos paralelos llega como una explicación tardía, algo infantil, como autoengaño para la mente, acerca de que si hacemos caso a los físicos en alguna dimensión el hijo no ha fallecido. Es un tema que se ha explotado en películas como La vida en un hilo (1945), de Edgar Neville o Dos vidas en un instante (1998), de Peter Howitt; pero aquí queda más como una metáfora de cómo viven por su cuenta la tragedia la esposa y su marido. La escenografía de Elisa Sanz es absolutamente coherente con lo que estamos viendo: un apartamento con todo detalle y con la pertinente posición del dormitorio del chico arriba, como una presencia que nos inquieta por su vacío. En definitiva, tenemos otra historia «real» sobre la realidad que nos podemos encontrar a diario en las noticias y que aquí contribuye a una especie de voyerismo. Logra algunas escenas que concitan nuestra empatía y que procuran en nosotros un deseo por conocer más sobre esos personajes; pero esos mundos no terminan de ampliarse, y no nos arrastran. Nuevamente son los actores quienes elevan un texto y una dirección un tanto corriente para la época en la que estamos.
Autor: David Lindsay-Abaire
Dirección y adaptación: David Serrano
Reparto: Malena Alterio, Daniel Grao, Carmen Balagué, Belén Cuesta e Itzan Escamilla
Diseño de iluminación: Juan Gómez Cornejo
Diseño de escenografía y vestuario: Elisa Sanz
Ayudante de dirección: Maite Pérez Astorga
Ayudante de escenografía y vestuario: Paula Castellanos
Espacio sonoro: Federico Solá
Traducción: Cristina de la Peña
Casting: Rosa Estévez
Comunicación: María Díaz
Community manager: Álvaro Vicente
Fotografías y diseño gráfico: Javier Naval
Fotografías de función: Elena C. Graiño
Producción ejecutiva: Lola Graiño
Dirección de producción: Ana Jelin
Una coproducción de Producciones Abu, Milonga Producciones, Cuatro Pelucas, GM Teatros, Verteatro. Tinnitus, JGR
Distribución: Producciones Teatrales Contemporáneas
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 15 de octubre de 2017
Calificación: ♦♦♦
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2 comentarios en “Los universos paralelos”