El veneno del teatro plantea hasta qué punto un actor puede lograr una interpretación «auténtica» a través de un personaje
En apenas una hora se resuelve una lucha entre la verdad y la ficción con dos hombres entregados en su quehacer. El veneno del teatro, escrita por Rodolf Sirera allá por 1978 y dirigida por Mario Gas, plantea hasta qué punto puede lograr una «auténtica» interpretación un actor a través de un personaje. Es lo que se propone Miguel Ángel Solá dando vida a un excéntrico aristócrata cuando invita a un gran intérprete (Daniel Freire) a su palacio. Así, en el escenario, se da cabida a un vaivén dialéctico que va del metateatro pirandelliano con un mayordomo que golpea primero, al diálogo platónico pasando por las elucubraciones malvadas de un experimentador radical. Todo ello aderezado con unos vinos dulces que van perfilando la veritas. Después de los años, el texto de Sirera sigue funcionando en su planteamiento filosófico: el Platón-Solá busca la verdad más allá de las convenciones, de la ficción, de las normas establecidas que evitan llegar a la esencia, de los ropajes, de los prejuicios y las opiniones; mientras, el Sócrates-Freire tiene que escenificar una justicia poética sui géneris determinada por su nuevo hábitat donde la ley la escribe el señor. Él no es más que un cómico y debe acatar la sentencia de su nuevo dueño. Sin embargo, en la actualidad, la situación que expone la obra ya no puede parecernos tan extrema, máxime cuando la última corriente de películas coreanas lleva sin contemplaciones y hasta las consecuencias más desdichadas las hipótesis de cualquier loco, transgrediendo cualquier dictamen moral. De ahí, que muchos espectadores puedan esperar un nuevo giro al final o que no se le den mayores explicaciones de lo que es evidente encima de las tablas. Quizás su diálogo debiera continuar, sin detenerse a comentar si un líquido es esto o aquello, para sostener la confrontación filosófica y el derrocamiento de las ideas hasta que la cicuta haga de Sócrates todo un ejemplo de pundonor. De todas formas, las magníficas interpretaciones de los dos actores argentinos consiguen que la obra fluya y rápidamente provocan la participación del espectador en su juego de máscaras. Solá muestra enseguida su apostura, su sobriedad y esos matices de furia que generan vivacidad en el ritmo de sus intervenciones. Por su parte, Daniel Freire se ve impelido por la velocidad de los acontecimientos y, aunque sus maneras son espléndidas, parece que le falta tiempo para que la transformación del personaje resulte menos abrupta. Si a este poder actoral le añadimos la propuesta escénica de Mario Gas, donde los focos contribuyen metafóricamente al devenir de la función, tenemos garantizada una hora de tensión dramática.
El veneno del teatro
Autor: Rodolf Sirera
Versión: José María Rodríguez Méndez
Dirección: Mario Gas
Reparto: Miguel Ángel Solá y Daniel Freire
Asistente de dirección: Montse Tixe
Escenografía: Paco Azorín
Vestuario: Antonio Belart
Iluminación: Juan Cornejo
Sonido y música: Orestes Gas
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 6 de octubre de 2013
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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