Parodia autoficcional en el Matadero donde sus creadores especulan con su enemistad futura

Si esta obra sirviera para aniquilar la epidemia de autoficciones deberíamos considerarla altamente útil; aunque ya hemos comprobado que la pareja Delgado-Hierro y Chaves con Las apariciones se postulan como discípulos aventajados. En cierta medida, a pesar de la singularidad, no deja de ser esta propuesta otro episodio, menos magnánimo, de las parodias de género (mucho Tarantino) que ha acometido este dúo, como hemos observado en Mammon, Atraco, paliza y muerte en Agbanäspach (ambas extraordinarias) o Falsestuff. La muerte de las musas. También han ofrecido algún ejercicio menos florido como Los esqueiters, y eso que únicamente me puedo referir a lo que ha visitado Madrid (sin señalar otros montajes donde han actuado por separado). Sigue leyendo

Viene este montaje en paralelo (o en continuación) de aquel 
Desde que me enganché a las películas coreanas de Kim Jee-woon, Park Chan-wook y Bong Joon-ho, y a los vídeos de Britney Spears, me siento anestesiado ante la contemplación de la violencia. Ocurre lo mismo cuando terminas de ver The Act of Killing (pero en la versión del director. No hay que andarse con zarandajas), que un indonesio arriba o abajo te aporta poco. En el arte conceptual el truco consiste en basarlo todo en la cartela, el resto es poner a funcionar la imaginación del espectador; cuanto más culto, más implicaturas y, quizás, más fascinación al observar lo que en la propia obra no se da; eso, si cae en la trampa. Parece conveniente atender al prólogo, por aquello de sacar algo en claro. Maarten Seghers se transmuta en bufón y en director de orquesta, para pulular y componer las músicas y los ruidos, los sonidos que nos induzcan a sostener en la mayoría de los casos la agresividad. Avanza que en la época del bueno de Billy (para los amigos), Londres, como Sevilla, era un lugar repleto de rufianes, de pícaros, de ladrones y de asesinos que sabían emplearse a fondo en cualquier callejón macilento. 


