Lola Herrera se pone al frente de una obra incongruente sobre los mecanismos de control social a través de las nuevas tecnologías
A veces merece más la pena diseccionar la sinopsis-pretensión elaborada por los propios dramaturgos que la obra en sí. Porque, a tenor de lo leído, uno podría hasta salivar de ganas por descubrir cómo se elaboran las respuestas a preguntas tan pertinentes: «¿hasta qué punto estamos sometidos por la tecnología?, ¿somos realmente libres?, ¿qué tipo de sociedad hemos construido?, ¿qué panorama nos plantea el futuro más cercano?, ¿realmente nos merecemos el calificativo de “seres humanos”?». O qué pensar de esta reflexión: «La transformación del personaje de Estela viene a ser una metáfora de la disposición del ser humano para cambiar de actitud». Bien, pues en el escenario, ocurrir, lo que se dice ocurrir, apenas nada. Sigue leyendo

No esperaba que de la literatura del género bestseller romántico de mujeres para mujeres (con todo el paternalismo que destilan estos productos), con toda la autoayuda deleznable e ingenua, con toda la superficialidad que pretende ser profunda (inevitablemente cursi) y con el ánimo propio del coaching que ansía ayudar a las desvalidas féminas, tan perdidas ellas en el marasmo del patriarcado, tan inocentes ellas aún en este siglo veintiuno avanzado ya, que su versión teatral pudiera ofrecernos algo que se pudiera tildar de profundo, de maduro, de consistente o, incluso, de emotivo. 

