Esta noche se improvisa la comedia

Ernesto Caballero aprovecha la obra de Pirandello para criticar metateatralmente la escena contemporánea

Esta noche se improvisa la comedia - Foto de José Alberto PuertasCuando el teatro agoniza de pirandellismo, acercarse a Pirandello es necesariamente una distorsión irónica de los presupuestos metateatrales que para nosotros son cervantinos y, después, unamunianos. Vivimos en la broma infinita, en los albores del metaverso, en la realidad aumentada, en la virtualidad omnipresente y en el trastoque de nuestra verdad; porque todo lo real ya no es racional; aunque siga siéndolo. En definitiva, se ha explotado tanto el juego del sí que no con esto de la metateatralidad que parece que ya no tenemos escapatoria. Por lo tanto, la metateatralidad al cuadrado o al cubo o a la enésima potencia debería quizás cerrar la etapa, y qué mejor que hacerlo con una de esas obras que han dado pie a ello. Ya que Ernesto Caballero ha versionado con gran inteligencia Esta noche se improvisa la comedia para realizar una crítica (y también una autocrítica, si repasamos algunas de sus direcciones en los últimos tiempos) a los excesos y clichés más que asentados y reiterativos de ese cajón de sastre del postdrama.

Ha contado con un elenco tan versátil y variado como generoso en sus dotes cómicas. Desde el comienzo se sondea ese permanente vaivén entre el fingimiento de que todo está preparado —como, de hecho, lo está, salvo algún gesto que se cambia en cada función para darle más viveza, como puede ser saludar a alguna celebridad auténtica en el patio de butacas— y la posibilidad de que esos intérpretes se deshagan de tan endebles personajes y pregonen su propia personalidad. Por eso, los primeros embates me parecen magníficos, aunque no sean muy dinámicos, de hecho, el estatismo prepondera y es con el exabrupto inesperado con el que se logra una comicidad extraordinaria. En esto se lleva la palma Natalia Hernández, una actriz que está más que acostumbrada a este tipo de humor, pues es una habitual de los proyectos de Alfredo Sanzol, y este bebe de esa tradición basada en el golpe de efecto y la paradoja. Hace de madre en la obra Leonora, adiós, que es la que deben representar, y que tiene como tema fundamental los celos. Evidentemente, todo es de una confusión tremenda y las interrupciones imparables. Todo lo comanda Joaquín Notario con mucha afabilidad, divirtiéndose con su ocurrencia —el discurso, precisamente, donde se engola con las proclamas esperpénticas de la posteatralidad es uno de los momentos cumbre— y devanándose los sesos para convencer a su compañía y a todos los espectadores de que ahí está transcurriendo un hecho inédito, que de verdad se está creando la obra delante de nosotros, no por pura repetición de lo aprendido; sino por puro genio de la improvisación. Y mira que los arrastra. Destrozan el italiano y llevan la tópica gestualidad napolitana o siciliana hasta el esperpento, como si quisieran astracanar a Eduardo de Filippo. Por su parte, Paco Ochoa, que se queda con el rol de marido, sufre la furia de su esposa y desarrolla un patetismo risible y redondo, sobre todo, cuando más adelante se ve envuelto en una trifulca en un cabaret al que acude, porque está enamorado de la vicetiple.

Hay que insistir en que la manera que tienen de moverse —aquí la dirección de Caballero es inmejorable por todo el escenario como si fuera un rodaje de una película con tomas que deben repetirse una y otra vez, nos mantiene atentos ante la incertidumbre. También es cierto que el versionista llega a unos límites tan estrafalarios que te pueden echar para atrás. Principalmente con dos. El primero, poner a bailar a todo el elenco el «Dale, Don, dale», de Don Omar, y que uno comprenda que es un gag ya viejuno y muy repetido (aquello de poner a bailar a gente seria y anticuada, algo de lo más moderno). No diré que no hace gracia ver a alguno darlo «todo», como a Ainhoa Santamaría, quien vuelve a desarrollar su vis humorística con ese tono de ñoñería y timidez impostados que le sale tan bien. Su futuro marido, Jorge Basanta es quien me parece que discurre por otros derroteros y está fenomenal en ese segundo sketch desaforado, cuando se disfraza de Maradona, porque alguien lo ha mentado, en lugar de a la Madonna. Esta herejía está excelentemente traída; puesto que no deja de ser un guiño a esa religión tan peculiar creada en torno a la figura del futbolista argentino y que fue auténticamente adorado en Nápoles (véase la última película de Sorrentino, Fue la mano de Dios). El actor, además, dispone a lo largo de la obra una pose irónica que después se transforma en una furia insolente. Me refiero a esa parte, al final, cuando el montaje se enlentece y se pone excesivamente serio, largo y tedioso; cuando se aparta de la supuesta improvisación y el grupo demuestra que es capaz de actuar con firmeza y profesionalidad (nadie lo puede dudar). Luego, Ana Ruiz, quien hace de Totina, se mueve con mucha soltura en la tesitura paródica de la diva operística. Y, finalmente, Felipe Ansola, me ha parecido todo un descubrimiento, pues le mete una virilidad con tintes de ingenuidad que baja a tierra muy compensadamente la dimensión grotesca del resto de personajes.

Además de todo ello, el divertimento se engrandece con la escenografía de Monica Boromello, quien ha sabido crear nuevas cuartas paredes para que la sempiterna cuestión de la realidad y de la ficción se dirima en la verosimilitud.

Este regreso a uno de los orígenes de la metaliteratura moderna emprendido por Ernesto Caballero me parece muy válido; aunque contiene el impedimento de la reiteración. Al final, el drama se tiene que materializar en algo y si continúas con la cuita improvisatoria durante mucho tiempo, el efecto sorpresa se desgasta y la reflexión sobre el tema se consume. En cualquier caso, lo más persuasivo, más allá de la labor actoral, es el contenido crítico sobre un tipo de teatro que ya no da más de sí.

Esta noche se improvisa la comedia

De: Luigi Pirandello

Versión y dirección: Ernesto Caballero

Con: Felipe Ansola, Jorge Basanta, Natalia Hernández, Joaquín Notario, Paco Ochoa, Ana Ruiz y Ainhoa Santamaría

Diseño de espacio escénico: Monica Boromello

Diseño de iluminación: Paco Ariza

Diseño de vestuario: Beatriz Robledo

Ayudantes de dirección: Pablo Quijano y Miguel Agramonte

Asesoría artística y colaboración en la dirección de actores: Fernanda Orazi

Una coproducción de Lantia Escénica y Teatro Español

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 17 de julio de 2022

Calificación: ♦♦♦

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Los últimos Gondra

Borja Ortiz de Gondra cierra su trilogía familiar con una pieza elocuente y sensible que ofrece una mirada esperanzadora sobre el futuro

Los últimos Gondra - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Ahora que se cierra la trilogía de Los Gondra, no puedo dejar de pensar en la serie alemana de Edgar Reitz, Heimat (que quiere decir ‘patria’; pero no piensen en Aramburu, o sí), que fue altamente defendida por Stanley Kubrick; y que tiene ciertos aspectos estéticos y otros tantos narrativos (cambien a los nazis por los etarras) que nos entregan grandes concomitancias con la saga que nos incumbe. Si Borja Ortiz de Gondra no la ha visto, debería hacerlo. Si con Los otros Gondra la decepción cundió —desde mi punto de vista—, fue porque tenía aire de transición y se recargaba la autoficción más narcisista. Felizmente, esta última parte se reconduce de manera exquisita para dialogar metateatralmente más con la primera pieza, Los Gondra (una historia vasca). Sigue leyendo

El enfermo imaginario

Flotats dirige y protagoniza la última obra de Moliére en el Teatro de la Comedia, con un montaje muy cuidado en los detalles

Foto de Sergio Parra

Si la intención del afrancesado Josep Maria Flotats era rendir homenaje a Moliére adelantándose a los fastos del cuatrocientos aniversario de la muerte del dramaturgo francés que se cumplen dentro de poco más de un año, lo cierto es que ha estado muy acertado. Esta afamada obra nos viene muy a cuento ahora que estamos de pandemia y nos hemos vuelto expertos epidemiólogos y otras variedades médicas que ni siquiera conocíamos. Paradójicamente, además, hemos sido cautivados por el «efecto bata», pues hemos confiado con ceguera en todo lo que doctoras y doctores afirmaban sobre cuestiones en las que no estaban duchos. Eso sí, lo de ahora es medicina; mientras que lo del siglo XVII, sencillamente, alcanzaba la creencia o, como máximo, el ensayo-error ridículamente falsable. De ahí que siempre haya dado mucho juego esta obra y que nos sirva, tanto para criticar a los galenos y a los boticarios, como a tipos tan hipocondriacos como este Argán, que representan ―como ocurre también tanto ahora― al claro ejemplo del individuo que busca la seguridad y el cariño a cada segundo de su vida. Si no fuera un anciano, sería toda una muestra de debilidad e inmadurez. Carece de sentido escenificar los prólogos que incluyó el escritor; porque la parte musical y danzística han sido eliminadas. Así que enseguida Flotats adopta gesto y manera de contable para repartir los dineros entre sus médicos y, de esta manera, establecer, además, el conteo de sus lavativas mensuales y otras artes purgatorias para sus dolencias ilusorias. Nuestro actor sabe muy bien esbozar ese punto preciso entre la obsesión del timorato que ve peligros en las corrientes de aire que llegan de las ventanas abiertas, y el hombre que es capaz de imponer un matrimonio a su hija que cumpla con sus deseos, es decir un yerno doctor. Sigue leyendo

El castigo sin venganza

Helena Pimenta dispone con una estética repleta de sobriedad esta cruenta tragedia del Lope maduro

Foto de Sergio Parra

Más allá de las grandes virtudes que atesora esta tragedia de madurez escrita por Lope de Vega allá por 1631, está la cuestión de crear un montaje modernizado en el que se pueda justificar el terrible final. En la propuesta de Helena Pimenta, con la aceptable versión de Álvaro Tato, quien ajusta atinadamente la función a la hora y cuarenta minutos, nos deleitamos con una estética austera. La escenografía de Mónica Teijeiro insiste en la oscuridad y en una negrura únicamente aliviada por la frescura de Casandra, cuando la iluminación de Juan Gómez Cornejo nos da un alivio. Detalle fantástico es el espejo que cuelga para mostrarnos eróticamente a los dos amantes yaciendo y cumpliendo el incesto. Nos recuerda, claro, a los espejos que aparecen en la mirada de Sanzol sobre Luces de bohemia, y que, vía esperpento, dialoga con ese famoso parlamento del Duque de Ferrara: «…que es la comedia un espejo / en que el necio, el sabio, el viejo, / el mozo, el fuerte, el gallardo, / el rey, el gobernador, / la doncella, la casada, / siendo al ejemplo escuchada / de la vida y del honor, / retrata nuestras costumbres, / o livianas o severas, / mezclando burlas y veras, / donaires y pesadumbres?». Sigue leyendo

La dama duende

El Teatro de la Comedia acoge este enredo amoroso con una propuesta vivaz dirigida por Helena Pimenta

El último gran montaje que se recuerda por estos lares de La dama duende fue el que dirigió Miguel Narros y que se estrenó a los pocos días de su fallecimiento. Ahora es la Compañía Nacional de Teatro Clásico la que pone en marcha una versión a cargo de Álvaro Tato y bajo la dirección de Helena Pimenta que nos traslada no a ese 1629 en el que Calderón compuso esta comedia de capa y espada; sino al siglo XIX en pleno Madrid. El texto cumple con los paradigmas propios del enredo y con las prescripciones lopescas que tanto éxito habían traído a los corrales de comedias. La trama nos entrega a doña Ángela, una viuda burguesa, inteligente, juguetona y aburrida de esa existencia de luto permanente. Marta Poveda, tras su irónica condesa de Belflor en El perro del hortelano, adopta una pose ambigua en su rol de protagonista; por una parte parece que sencillamente quiere divertirse colándose en la habitación de un nuevo huésped y, por otro lado, da la impresión de que lo que verdaderamente desea es encontrar un amante que le permita escapar del amparo de sus hermanos y, también, dejar atrás los males de su viudez. Sigue leyendo

El perro del hortelano

Extraordinaria representación de la comedia lopesca a cargo de la Compañía Nacional de Teatro Clásico

el-perro-del-hortelano-fotoHay que reconocer que en este país, desde que Pilar Miró se la jugó, pero de verdad, llevando El perro del hortelano al cine ─con verso y todo—; logrando un éxito que se extiende hasta nuestros días, esta comedia resulta ser, dentro de las populares de Lope, la mejor acogida por los bachilleres y por el público en general. La obra en cuestión es nombrada por doquier ─junto a otras─ como parte del acervo popular, ya se sabe: «Todos a una como en Fuenteovejuna» y «eres como el perro del hortelano, que ni come ni deja comer». Además, por esos azares del destino, volvemos a tener delante a Fernando Conde, que, en su madurez, ha cambiado su papel de mercader griego en el film por el de conde Ludovico. Dicho esto, debemos aceptar que el texto del Fénix es todo un zarpazo de ingenios, repleto de discursos veloces, cargados como metralla para que ambos contendientes disparen tanto a discreción como con la máxima pericia. Por momentos, uno parece escuchar a Cyrano cuando en boca de Teodoro surge: «…ese tornasol mudable, / esa veleta, ese vidrio, / ese río junto al mar […] esa Diana, esa luna, / esa mujer, ese hechizo,…». Sigue leyendo

El alcalde de Zalamea

Un elenco de altura representa la obra de Calderón con verdadera profesionalidad

El-alcalde-de-Zalamea-31Ciertamente ha sido una forma inmejorable de recomenzar en el Teatro de la comedia que, aunque se va a quedar pequeño para muchas de las representaciones que se piensan acometer, no hace más que dar un marco a medio camino entre un imposible corral de comedias y un espacio absolutamente contemporáneo en el que abordar las obras de otra manera. El alcalde de Zalamea, por lo tanto, abre la temporada de la Compañía nacional de teatro clásico. La obra, que seguramente, se llamara originalmente El garrote más bien dado, según aparece en una colección de dramas calderonianos de 1651, cuenta, como es sabido, la historia de unos tercios que llegan al pueblo de Zalamea. Entre ellos se encuentra el caballero don Álvaro de Atayde que se encapricha de la hija de un villano de nombre Pedro Crespo, quien ya investido alcalde debe hacer justicia por el trato vejatorio que se le ha dado a la joven, Isabel. En la poco intervencionista versión de Álvaro Tato que dirige Helena Pimenta, observamos una propuesta estética ruda pero efectiva, con momentos espectaculares que aportan un dinamismo y un color extraordinario a un texto que se recrea, en exceso, en el tema de la virtud y el honor: los pelotaris que preludian la función golpeando su pelota imaginaria contra un muro enormemente simbólico; el movimiento coreografiado y ralentizado de las luchas de espada que tan bien ha pergeñado Jesús Esperanza; y los cantes y bailes que van trufando toda la obra, tanto con la cantante Rita Barber, como los barullos del grupo con Clara Sanchis a la cabeza, con La chispa. Sigue leyendo