Poeta en Nueva York

Carlos Marquerie nos somete a una performance tan compleja como el poemario lorquiano en las Naves del Matadero

Poeta en Nueva York - Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

En los últimos años, que tan profusísimamente se ha representado a Lorca, ya sea en su faceta dramatúrgica como poética (además de semblanzas y biografías); los mayores atrevimientos se han dado con su «teatro imposible». El público ha tenido varias adaptaciones (incluida una japonesa), Comedia sin título, igual, (más «terminación» o «conclusión» de Alberto Conejero, con El sueño de la vida) y Así que pasen cinco años, en la misma medida. Esta propuesta de Carlos Marquerie, acompañado por Pedro G. Romero, que enlaza estéticamente (no faltan temas similares) con la anterior obra, Descendimiento, vendría a reforzar y a ampliar la mirada contemporánea, más libérrima, sobre las creaciones más vanguardistas del artista granadino. Sigue leyendo

Los gestos

Pablo Messiez se enfanga en esta obra, donde la repetición y la carencia de argumentario nos dejan con la sensación fracaso

Los gestos - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

La ambición de Pablo Messiez en esta propuesta me parece desnortada, sin rumbo. Alguien que nos ha dejado memorables obras como La voluntad de creer ansía boicotear su argumento, su posible relato, para caer en un ejercicio de deshumanización, tal y como propugnaba en su célebre ensayo Ortega y Gasset («Un cuadro, una poesía donde no quedase resto alguno de las formas vividas serían inteligibles, es decir, no serían nada, como nada sería un discurso donde a cada palabra se le hubiese extirpado su significado habitual»). Sigue leyendo

Descendimiento

Carlos Marquerie traslada al ábside del Teatro de La Abadía el poemario de Ada Salas inspirado en el cuadro de Rogier van der Weyden

Descendimiento - FotoUno intuye que debe existir una secta secreta de admiradores del cuadro el Descendimiento y que de forma subrepticia acuden a la sala 024 del Museo del Prado como si fuera una capilla. Mi propio padre pertenece a esa secta y, de alguna manera, es una pintura más cercana que otras para mí. Si Carlos Marquerie decide concitar el poemario de Ada Salas, del mismo título que la obra de Van der Weyden, y que según la autora —así lo escuchamos de un magnetófono que desciende lentamente— esa pintura flamenca era una presencia, una atracción casi nebulosa que ahora le había provocado una mirada más insistente; entonces, nosotros, los espectadores, debemos estar preparados. Acudir a este acontecimiento sin haber observado este óleo, sin haber leído alguno de los poemas convocados, sin asumir ciertos códigos del simbolismo religioso —no solo católico o cristiano— es destinarse a la constante confusión de la Estética, como estudio de las emociones. Caer en el emotivismo, en el apabullamiento sensitivo —si es que llega—, es reducir una expresión artística a una percepción fatua, a una espuria asistencia nihilista, que se desvanecerá al poco tiempo como los fuegos artificiales. Todo ello, si no aparece la sentencia inevitable de la estupidez. Sigue leyendo