Asesinato y adolescencia

En el Matadero se pretende un simulacro de M, el vampiro de Düsseldorf que únicamente destaca por su expresionismo

Asesinato y adolescencia - Foto de Esmeralda Martín
Foto de Esmeralda Martín

De esta función, lo que menos comprendo es la ‘y’ del título. En qué medida tanto Alberto San Juan, como autor, y Andrés Lima, como director, creen que en escena se unen el asesinato y la adolescencia. Principalmente, si esta última se representa con la mera emisión de unos vídeos donde salen chavales con distintas preocupaciones y ansiedades (no osaré determinar sus posibles traumas). Nada mucho más nuevo, quizás el foco, la exacerbación, aquello de la sociedad del cansancio. Son fragmentos aquí y allá sin demasiada profundización. Generalidades sin contexto. Todavía si, como se hizo con Prostitución, se hubiera emprendido algo similar llamado Adolescencia; tendría algo a lo que agarrarnos.

Pero parece que la inspiración llega de ese clásico oscurísimo de Fritz Lang, M, el vampiro de Düsseldorf; a pesar de ello, lo que encontramos es un manierismo que no encuentra conjunción en la actualidad manifestado de esta forma. No entiendo qué tipo de circunstancia se quiere predeterminar para luego entender, justificar o enhebrar el talante de un asesino. A lo mejor, si pudiéramos especular con algo más de certidumbre por dónde pilota ese policía ocupado en un centro de menores. Si en el fondo es como sus colegas, que aprovechan su poder para abusar de esos muchachos.

La breve pieza podría funcionar únicamente sin texto, por el puro expresionismo, mucho más moderno, que se intenta trasladar. El empeño de Beatriz San Juan con la escenografía sí que es fructífero. Esa pared que se mueve sutil y amenazantemente resulta una provocación, una asfixia. A ello se le suma toda la ambientación sonora de Nick Powell con una cadencia house que se agolpa en la vibración de nuestra protagonista, tanto en la dispersión lúdica de su baile, como en la desesperación tan angustiosa que muestra cuando se inflige esos cortes que ya ni duelen. Lucía Juárez esta fenomenal en todas las facetas del espectáculo. Es capaz de trasladarnos la aglomeración de sus sensaciones, de esa fase terminal de su adolescencia, con el dolor por lo incomprendido, por la falta de atención y de cariño, por la incertidumbre tan insoportable. Una bipolaridad que la lleva a perderse en la fiesta; para luego sufrir en el encierro de su habitación o en su vagabundeo, cuando sus amigos no aparecen.

No se acierta, por otra parte, al caracterizar a nuestro homicida de una manera que hoy resultaría tan llamativa como ridícula. No es comprensible vestir a alguien así, como un Peter Lorre con sombrero, gabardina y de negro impoluto. Un detective poco privado para nuestro presente. ¿Es algo humorístico? Porque no es nada creíble Jesús Barranco en esa actitud que adopta. Ya no sabes si es un incel, un friki o un hombre verdaderamente insignificante. Cuesta identificar su carácter; porque es la atmósfera, al final, la que dota a este individuo de un aire tenebroso; aunque no macabro. Y es que hablamos de un asesino de niñas; pero el murmullo es juvenil, no solo por los vídeos, donde los observamos en el parque pasando la tarde o por ahí en la feria. Sino porque la divagación se concentra más en ella, con la canción de C. Tangana, «Comerte entera» reiterándose; y que trata, efectivamente, de amor. De haberlo, el trasfondo detectivesco parece de cómic.

Por supuesto que la tímida relación callejera y, después en casa, que establecen los dos protagonistas tiene que ver con esa necesidad de afecto, de alejarse de la soledad, de que alguien les haga caso. Sí, eso está muy claro. Ahora, lo que ha pretendido con su texto Alberto San Juan queda un tanto lejos de algún atractivo. A Lima, al menos, se le entiende su interés estético. Y ese, lo ha logrado.

Asesinato y adolescencia

Autor: Alberto San Juan

Dirección: Andrés Lima

Reparto: Jesús Barranco y Lucía Juárez

Coro de adolescentes: Conchi Albiña, Lucas Alcázar, Mari Carme Chiachio, Valentina Lima, Álvaro Ramírez, Bruna Pérez, Julen Gadi Katzy, Miguel Moya, Bruna Lucadamo, Pedro Vega, Miriam Pérez y Alfredo Domínguez

Diseño de espacio escénico y vestuario: Beatriz San Juan

Diseño de iluminación: Valentín Álvarez

Música y espacio sonoro: Nick Powell

Diseño de sonido: Enrique Mingo

Videocreación: Miquel Àngel Raió

Producción: Checkin Producciones Joseba Gil

Ayudante de dirección: Laura Ortega

Residente ayudantía de dirección: Teatro Español Cristina Simón

Una producción de Checkin Producciones y Teatro Español

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 5 de noviembre de 2023

Calificación: ♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

Lectura fácil

La exitosa novela de Cristina Morales sobre cuatro primas con «discapacidad intelectual» salta a escena de la mano de Alberto San Juan, desde una perspectiva que devalúa su carga política

Lectura fácil - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Resulta no solo sorprendente, sino altamente decepcionante, que alguien como Alberto San Juan, que está embarcado en el Teatro del Barrio, un espacio muy vinculado a las propuestas políticas desde la izquierda; y que una escritora, Cristina Morales, que se ha mostrado plenamente radical desde esferas anarquistas, hayan presentado esta adaptación tan despolitizada, donde ella contribuye con su faceta de coreógrafa antiacademicista con su grupo Iniciativa Sexual Femenina.

Partimos de una novela que ganó el Premio Nacional de Narrativa en 2019 y que, desde mi punto de vista, es una de las mejores obras literarias del siglo XXI. Un texto incisivo, bronco, punki y que dispara en todas las direcciones posibles, además de emplear todo tipo de escrituras. Nos plantea una situación polémica: a Marga, una mujer con discapacidad mental, que vive con sus primas en un piso tutelado, y que también tienen diversidad funcional con distintos porcentajes certificados, va a ser esterilizada, puesto que su lubricidad está desaforada. Así, Carlota Gaviño está cachonda perdida y entrega su cuerpo a la causa masturbatoria. De hecho, ella marca la tónica provocadora de la función: el sexo en diferentes escenas como grandes acontecimientos dramáticos. Sigue leyendo

El chico de la última fila

Andrés Lima coge las riendas del conocido texto de Juan Mayorga para llevarnos a un fantástico juego literario de metaficción

Foto de Luz Soria

Se puede afirmar que esta es la obra de Juan Mayorga que mejor recorrido ha tenido en el escueto imaginario teatral de España en los últimos años. Desde luego, ha contribuido a ello la exitosa versión que realizó de la misma ―con alguna significativa variación al final― el cineasta francés François Ozon, y por la cual obtuvo multitud de premios. Fue publicada en 2006 y ese mismo año fue estrenada bajo la dirección de Helena Pimenta. Ahora la retoma Andrés Lima, quien va verdaderamente lanzado en las últimas temporadas ―véase su aldabonazo con Shock, montaje que regresará a escena el próximo año, más su continuación―, empleando para el elenco a colegas históricos de Animalario. Carta ganadora; porque hablamos de un texto que ha superado la coyuntura terrible de lo temporal, debido a todas las virtudes dramatúrgicas que encierra el engranaje equivocante de metateatro metaliterario. Es el estilo que, quizás, mejor ha plasmado las facetas del dramaturgo, ya sea escritor, docente, matemático o filósofo. Todo ello, de alguna manera, aunque sea circunstancial, está ahí. La recursividad teatral ya la habíamos encontrado en Himmelweg (2004) y, después, con esa profusión en el work in progress en otras obras como El cartógrafo (2010) o Reikiavik (2013); sin olvidarnos que, en El arte de la entrevista (2014), ya indagó sobre la cuestión del punto de vista y la verdad. Fundamentalmente, tenemos el enfrentamiento, el reto, el agón, entre un profesor de literatura y un alumno suyo. Sigue leyendo

Mundo obrero

Un viaje irónico para resituar en el tiempo a los trabajadores españoles desde la industrialización hasta el presente

Foto de Sergio Parra

A nadie puede llevar a engaño que Alberto San Juan haya escrito un itinerario muy particular, lógicamente sesgado y tendente a destacar ciertos acontecimientos de la lucha obrera y a obviar otros. Se dicen verdades como puños, y se encubren otras verdades dolorosas y contraproducentes a la causa. Pero el conocido actor posee una marcada y notoria ideología de izquierdas que es para él una ética y una estética. Y por eso, junto a otros en cooperativa, saca adelante el Teatro del Barrio; para ser altavoz, desde las tablas, de una visión política que hoy se empacha en la teoría y se ahoga en la práctica. Por lo tanto, aquí asistimos a un espectáculo coherente con unos presupuestos bien definidos desde hace tiempo. Un teatro-testimonio, propio del documental, donde cada personaje se presenta y nos orienta en la fecha; o sea que no es el contexto o la escenografía (bastante escueta y mínima; pero suficiente. Su responsable es Beatriz San Juan) la que nos pistas sobre el suceso. El hilo conductor de este montaje musical y cabaretero es la pareja conformada por Pilar y por Luis. Sus descendientes irán conformando una saga también de Pilares y de Luises. Al son del folclore se presentan, como los parias, como los «hijos de puta», un chico y una chica de diez años, procedentes de Extremadura y de Andalucía respectivamente, y que han ido a caer en la Escuela Libre de Barcelona que fundó Ferrer i Guardia. Iniciamos el viaje en 1909, año en el que fusilaron a este pedagogo. Un aspecto muy interesante de la función es que, al menos, en los primeros compases, toma la perspectiva de los anarquistas. De ahí la insistencia en la educación y en el desarrollo del pensamiento, en el coraje individual y en la solidaridad sin perder el estatus personal. Asimismo, por supuesto, la mujer, tan dueña de sí misma que es capaz de llevar la voz cantante con una integridad genuina y digna. Por eso, Pilar Gómez, quien ha tenido éxito fenomenal con su interpretación de Emilia Pardo Bazán, exprime aquí todo su gracejo, su agilidad primorosa, tan parajismera que solo hace que infundir entusiasmo. Su compañero, Luis Bermejo, vuelve a demostrar su vis cómica, en una plétora de papeles que imprimen matices cazurros, ingenuos, pánfilos e, incluso, bonachones. Luchadores ambos en un fulgurante recorrido por el siglo XX con parada en el presente, conversando con Durruti, escuchando de fondo las proclamas de José Antonio Primo de Rivera o las alocuciones por Radio Pirenaica de María Teresa León. Aparece un vídeo donde se patentizan los procederes de Fraga frente a la violencia policial. Ciertamente, por el periodo franquista se pasa raudo ―aunque se le quiere dar continuidad a toda la trama, lo cierto es que los saltos entre los diferentes escenarios históricos son un algo abruptos; por eso se echa en falta una cohesión mayor―. Así que es mejor concentrarse en cómo las luchas obreras de principio de siglo, cruentas muchas veces, se han transformado ―gracias a la magia de los poderes fácticos―, en una disolución. El trabajador, desintegrado, autónomo o asalariado, vive en soledad su penuria, afanándose por adaptarse al sistema. Con el paradójico estilo burgués y pijo de los que aparentan ser aquello que nunca serán. Y ese es el gran mérito del texto, enfrentarnos a un pasado de probidad, de rebeldía y de pundonor; mientras nos miramos en el espejo del hoy, con los ojos del estrés y las palpitaciones de ansiedad, con la lengua fuera e inermes, en una «sociedad líquida» que se nos escapa entre los dedos. La derrota del mundo obrero está siendo descomunal y aún queda la puntilla robótica. Por lo tanto, la obra contiene un meollo muy apreciable. Además, para regodearnos en el tema, Marta Calvó se inmiscuye en multitud de personajes, ya sea de cabaretera del Barrio Chino; ya sea como Simone Weil; ya sea de vecina farruca en una comunidad de vecinos. Por su parte, Alberto San Juan también se multiplica y lo hace con roles muy distintos, todos ellos interpretados con empaque; a veces con altivez y otras con esa sonrisa entre franca y embaucadora. Además, pone voz a las canciones escritas para la ocasión por Santiago Auserón ―otro de los detalles que apuntalan la propuesta―. Coplillas que narran el estado de la cuestión de forma bien sencilla y elocuente. El otro aspecto que imprime carácter a toda la historia es la ironía, que es la mejor forma de evidenciar el absurdo al que hemos llegado. Desde luego, las escenas finales son magníficas por su naturalidad; precisamente porque en las conversaciones corrientes nuestra última hecatombe bursátil se ha deglutido: la alienación es todo un rasgo definitorio. Todos ya urbanitas, modernos. Atrás, los años en que eran devueltos los «pueblerinos», cuando llegaban en tren a la capital. Atrás, el hambre y los edificios sin inodoro preparados para el derrumbe. Atrás, la construcción del barrio de Orcasitas a golpe de carreteras cortadas. Hoy, a la espera de que la chispa de la indignación vuelva a prender en los choznos de aquellos que no tuvieron más remedio que jugársela para ganar el necesario pan.

Mundo obrero

Texto y dirección: Alberto San Juan

Reparto: Luis Bermejo, Marta Calvó, Pilar Gómez y Alberto San Juan

Música: Santiago Auserón

Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan

Iluminación: Raúl Baena

Composición musical: Santiago Auserón

Espacio sonoro: Adrián Foulkes

Movimiento escénico: Paloma Díaz

Fotografía: Sergio Parra

Ayudante de dirección: Ana Belén Santiago

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 4 de noviembre de 2018

Calificación: ♦♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo