La compañía Pont Flotant aborda con gran entereza su aproximación a la etapa vital más conflictiva
Foto de Nerea Coll
Después que la compañía Pont Flotant dejara su rastro en el Teatro de La Abadía con El hijo que quiero tener y Eclipse total, desembarcan con su último proyecto. Muchas han sido las obras que han tratado la adolescencia en estos tiempos, me quedo con Future Lovers, y ahora me guardo esta propuesta que han creado Joan Collado, Jesús Muñoz y Pau Pons. Ellos han logrado perfilar una sustancia escénica muy sugerente, muy fluida y muy acogedora. Vuelven a exprimir su estilo con esas dosis de autoficción y de metateatralidad para elaborar una función sin demasiada complejidad escenográfica. Lo entrañable y lo sencillo se conjugan con esa profundidad que se da cuando se tocan esos temas que atañen tanto a la intimidad. Sigue leyendo →
Pedro Casas construye un caleidoscopio urbano repleto de avatares kafkianos en esta comedia representada en Cuarta Pared
La Sala Cuarta Pared es muy dada a recibir y propiciar trilogías. Aquí nos llega la segunda parte de la Trilogía de la incertidumbre, de la Compañía Sr. Smith, después de que nos entregaran IF (La ligereza): plasmar el caos que tantos ciudadanos viven en una ciudad como Madrid y cómo aquí se acendra la presión burocrática, cuando el estrés generalizado descabala cualquier procedimiento razonable. Ante todo, hay que destacar cómo exprime su creatividad Pedro Casas para perfilar cada una de los cuadros de una manera distinta, aportando detalles singulares, que nos permiten observar un montaje en el que se aúnan diferentes clases de humor. Aunque su ansia por rizar el rizo recargue el espectáculo de un modo innecesario. Sigue leyendo →
Las Huecas se plantan en el Centro Dramático Nacional para ejecutar una performance supuestamente antifascista
Foto de Geraldine Leloutre
Por aquello de que llevan el mismo título y parece que pudiera tener una influencia, me he leído el ensayo ─reeditado y ampliado en 2021─ de Andrés Barba. Interesante y clarificador de la cuestión del humor tan «limitado» en los últimos tiempos. Me ha servido, ante todo, para entender que Las Huecas llegan tardísimo, y eso que no sé exactamente a qué venían. Su espectáculo es ─no haré el chiste fácil─ de los más insignificantes que hemos podido observar hasta el momento en nuestra contemporaneidad. Chicas con pretensiones políticas que osan atacar a la ultraderecha europea con un artefacto inane, que no alcanza a ser ni rasguño dadaísta, ni soflama punk. Sigue leyendo →
Mario Gas se encarna en el pedagogo Henri Roorda para dictarnos su larga carta antes del suicidio cometido hace cien años
Foto de Javier Naval
Convengamos que es muy excepcional que un hombre acepte de buen grado su suicidio, cuando aún cuenta con buenas facultades y no está sumido por la desesperación. Nos puede parecer que nuestro protagonista recurre, de alguna manera, a diversos valores estoicos como los propugnados para este tema por Séneca. Aunque, como veremos, nos encontramos con un pedagogo imbuido por la fascinación hedonista. No creo que debamos especular demasiado por las razones de tal determinación, sino que debemos aprovechar para reflexionar por el sentido de la vida, tal y como señala Albert Camus al inicio de El mito de Sísifo, precisamente preguntándonos por qué no nos suicidamos. Sigue leyendo →
Eva Mir propone en el Matadero un conflicto paternofilial en el contexto de una empresa familiar
Foto de Mario Zamora
Últimamente, cada vez que se habla de magnates y su estirpe, de esas nuevas dinastías que van surgiendo en los distintos booms tecnológicos, alguien en la prensa compara su tejido malévolo con la serie Succession, la cual es un tanto rocambolesca. En ella también hay destrozos paternofiliales y luchas fraternales, además, claro, de aniquilaciones emocionales que llevan a la psicopatía. Tan lejos no llega Eva Mir, aunque se ajusta a un esquema habitual en la empresa familiar, más que en la propia parábola bíblica del hijo pródigo. Sigue leyendo →
Leonardo Sbaraglia protagoniza esta adaptación demediada de Daniel Veronese sobre la novela de Jacobo Bergareche
Diseño sin título – 2
Está claro que una obra podemos juzgarla y apreciarla en su unicidad; pero también es verdad que difícilmente podremos obviar que, como ocurre en este caso, nos han usurpado demasiado del original. O sea, si usted ha leído novela de Jacobo Bergareche puede que se sienta estafado. Porque Daniel Veronese ha considerado que con la mitad le valía para montar el espectáculo. A mí me parece que le ha quedado un texto un tanto raquítico en la sustancia que se destila. Pongamos contexto: la susodicha obra está compuesta por dos extensas cartas de un tal Luis, una especie de álter ego del escritor (y de tantos otros cuarentañeros en crisis matrimonial). Sigue leyendo →
Daria Deflorian lleva a escena la novela de Han Kang para ofrecernos una propuesta excesivamente narrativa y plomiza
Foto de Andrea Pizzalis
Después de aquel Sovrimpressioni, era de esperar que Daria Deflorian nos atenazara con somnolencia en el audiolibro. Acudir al teatro a escuchar durante poco más de cien minutos la narración extraída de la novela La vegetariana es desmotivador. Con esta obra, la escritora Han Kang, Premio Nobel de Literatura en 2022, ha tenido éxito. A mí no me parece que literariamente sea gran cosa; no hallo las virtudes técnicas que deberían ser ineludibles. De todas formas, sí que se encuentran ambientes y situaciones que deberían favorecer la representación teatral. Sigue leyendo →
Rakel Camacho y María Folguera ofrecen una adaptación de la tragedia lopesca repleta de brutalidad y de feminismo grandilocuentes
Foto de Pablo Lorente
Salirse del falso suvenir debe resultar ineludible si verdaderamente se anhela mantener vivo un clásico. Ya asistimos con frecuencia a montajes más ajustados al paradigma (Fuente Ovejuna, de la propia Compañía); aunque también alguno contemporáneo dirigido, por cierto, por una mujer, Marianella Morena. Habrá que insistir, cada poco, que nosotros no acudimos a un corral de comedias ─ni siquiera en Almagro─, si no a un teatro a la italiana en una ciudad del presente. Somos un público muy distinto, por eso tenemos una mentalidad que nos permite ir más allá de la mirada ofrecida por Lope de Vega, quien era deudor de esas gentes diversas en su estatus, pero ahormadas por una moral mucho más definida que la nuestra. Sigue leyendo →
Luciano Castro se encarna en un célebre luchador de pressing catch para recrear un espectáculo con el trasfondo de la guerra de las Malvinas
Foto de Carlos Furman
Hace unos meses regresaba a las tablas ¡Esta noche, gran velada!, de Fermín Cabal para retratar esa podredumbre que ha rodeado siempre el boxeo, el que se alimenta de púgiles de barrio que caen en los amaños por su pura necesidad e ignorancia manifiesta.
Nos encontramos con un montaje de mimbres convencionales. Con loables intenciones, a la hora de recordar aquella maratón televisiva ─mayo del 82─ que se organizó para que las estrellas del país animaran a los conciudadanos a donar todo lo que fuera posible para ayudar a las tropas. Por lo visto, aquella recaudación no llegó a sus destinatarios previstos; sin embargo, aquí el caso se centra, como icono patético, en un púgil celebérrimo venido a menos. Un juguete pop, un personaje de esos que nos rodean por doquier, alguien emanado de aquel espectáculo tan chusco, a la postre, que era el pressing catch (observemos qué nimia repercusión tuvo en España la reciente muerte de Hulk Hogan, cuando había sido una megaestrella de los noventa). Como se afirma en la función, el «catch ha muerto». Ejercicio circense, solo apto para ingenuos y para aquellos que anhelaban fantasear con lo que hoy es la verdad más violenta, el MMA que tanto triunfa.
Me parece que Gonzalo Demaría, firmante de este texto, se recrea y se demora, en los diálogos, extensos, en las pocas escenas que ocupan este breve proyecto. Siempre es admirable que los autores depuren sus obras y que no regalen explicaciones innecesarias a los espectadores; aunque no tengo claro que el público español (como ha sido en esta ocasión) vaya a empatizar con el conflicto de fondo. Aquella guerra de las Malvinas ─se volvió sobre ella hace un par de años con El salto de Darwin─ nos queda lejos, emparedada por otras conflagraciones de mayores dimensiones, en un mundo ansioso. Es decir, contemplamos a estos individuos sobre el tapiz y no alcanzamos a medir la auténtica dimensión de su desdicha.
Nuestro Sansón, quien ha pasado por la peluquería, que cojea de una pierna porque un autobús lo pasó por encima; pero que conserva un cuerpo musculado enviable a pesar de frisar los cincuenta años, es un exluchador, es el tipo que atiborró el Luna Park, cuando hace una década fue unos de los hombres más insignes de aquella Argentina que Maradona iba a reinar. Luciano Castro encaja a la perfección en el papel y resulta enormemente convincente en sus gestos pugilísticos y en su cariz de hombre tullido. Si escuchamos atentamente a su esposa, Lea, que había cumplido sobre el ring las funciones de Dalila, entenderemos que esos luchadores, como ha ocurrido históricamente en el planeta, procedían de barrios pobres y contaban con poca educación. Nuestro protagonista sabe leer, a diferencia del resto, que han encontrado puestos de brigadistas de la dictadura (terminaría justo después de la batalla). Bien que lo recalca Vanesa Maja con ese tono cómico de mujer echada para adelante, cuando se las tienen que ver con el coronel Garmendia. En este hallamos un rol más escurridizo. De esos seres que ejercen el poder a cada instante, aquí marca el ‘vos’ y el ‘usted’ con distanciamiento y soberbia. Y, en esa idea tan explorada desde el nazismo, aquello de la sensibilidad al arte y la capacidad para el asesinato en el mismo humano. Lo discurríamos sobre ello la temporada anterior en Música para Hitler. En este militar la afición por la ópera es una perdición. Se marcará un paralelo entre Tosca y nuestro drama, con las súplicas de Dalila por su marido. Para apostar firmemente por esta intertextualidad y favorecer el camino hacia la espectacularización, Constanza Díaz Falú y Fernando Ursino cantan pequeños fragmentos de la obra de Puccini. Quizás esa veta podría haberse exprimido más. Igualmente, el homoerotismo de este coronel habría dado, incluso, más juego. Su apadrinado, el joven luchador Jorgito, nos deja a un Gonzalo Gravano repleto de inocencia, quien resulta un antagonista magnífico para provocar el contraste. Sansón deberá vestirse de pirata inglés para aceptar la derrota pactada y así animar a los patriotas, pues el ganador será el gauchito, quien se presentará de azul celeste con las boleadoras en las manos. El vestuario, sobre todo de los contendientes, de Jorge López perfila con gran precisión el simbolismo que se arrastra.
La dirección de Emiliano Dionisi gana en el desenlace. El combate permite alzar el vuelo dramatúrgico, darle una lógica dinamicidad, una búsqueda épica del pundonor, que es, al final, con lo que debemos quedarnos. De todas formas, creo que es una propuesta que se queda coja en su esfera política. El sarcasmo sobre las palabras empleadas en la lengua anglosajona es apenas un rasguño crítico para rememorar aquella insensatez.