Raquel Alarcón dirige en el Teatro Valle-Inclán la adaptación sobre la novela de Josefina Aldecoa

En el 2023 Paula Llorens había protagonizado y adaptado la novela de Josefina Aldecoa. Aquella fue una propuesta sin fuste. Esta que dirige Raquel Alarcón en el CDN posee una producción potente, que favorece el adentramiento en lo que quiso narrar la autora. Podría empezar reconociendo que la obra de la pedagoga no me parece que literariamente esté certeramente elaborada. Es demasiado sintética en sus tres partes fundamentales, pasa de refilón sobre ciertas coyunturas históricas, los personajes secundarios apenas están esbozados y hasta de la protagonista se podría afirmar que le falta hondura, que queda opacada por su papel de narradora. En definitiva, que el texto es bastante corto para querer contar tanto. Paradójicamente, podría sostener, que la adaptación de Aurora Parrilla se extiende más de lo debido. Una de las razones es que ha incluido tanto en el prólogo y en el epílogo, como en ciertos momentos de la trama, como un testigo ávido de saber, a la propia literata. Parece una buena idea a priori; pero lo cierto es que, al final, vale más para remarcar algunas ideas. Quizás la peripecia particular de Josefina Aldecoa merecería una representación aparte, donde pudiera describirse aquella generación de los cincuenta con Carmen Martín Gaite, Ana María Matute o con su propio esposo Ignacio (fallecido en 1969), del que este año se cumplen cien años de su nacimiento; además, por supuesto, su proyecto educativo con el Colegio Estilo, que bebía de ese renovacionismo que se planteaba en la reciente obra Francisco Ferrer. ¡Viva la Escuela Moderna!. En cualquier caso, Manuela Velasco, que es quien encarna a la novelista, vuelve a ofrecer su templanza y su encanto.
El problema conceptual que no queda resuelto en la puesta en escena es el maniqueísmo que destila el relato. Todo lo contrario. Se potencia en la expresión de algunos roles. Así ocurre con el párroco que interpreta en el acto uno Andrés Picazo con apreciable rabia; aunque con una inhumanidad ante la muerte de un bebé bastante significativa. No será la única ocasión en la que hallemos este contraste.
Por otra parte, la estructura establece unos cuadros muy definidos; pero, insisto, con una insuficiente profundización. La primera parte trata de presentarnos a la máxima protagonista, Gabriela López Pardo, trasunto de la madre de la escritora, quien verdaderamente fue maestra durante los años veinte y treinta, que es la época que nos ocupa. Una joven de Oviedo ─una detalle peculiar y llamativo es que el día que se convirtió en docente se casaba Franco, es decir, el 16 de octubre de 1923─ que conocerá de directamente esa España rural que tanta necesidad de educación requería. Julia Rubio, quien ha encadenado dos grandes trabajos (Las pequeñas mudanzas y Nada), atrapa la función con su fuerza y su candidez. Es el único personaje que se va redondeando, y eso que es alguien en proceso de maduración, y que desearíamos observar tomando las riendas de su propia existencia. Uno debe entender esta parte como un preámbulo con demasiados detalles accesorios.
Luego, la segunda parte me resulta totalmente prescindible. Se relata la experiencia en Guinea. Conocemos un primer amor con un nativo, Emile, un hombre negro que ha logrado superar todas las adversidades, y que Thomas King acoge con un tono algo mecánico. Volvemos a encontrarnos caracteres estereotipados, de caciques y tipos que pueblan el país como auténticos colonos. Ni siquiera el acoso que recibe de don Cipriano, un español que andaba de negocios por allí, supone un hecho que arrastre con otros más adelante con concisión. Será Fernando Soto quien interprete a ese hombre tan brusco y también a un alcalde de tono similar (luego, otro más, republicano, dialogante), tan solo con la posibilidad de dibujarlos.
La única parte realmente atrayente es la tercera. Nuestra protagonista y su pareja, Ezequiel, otro maestro, han tenido un hijo y van a trasladarse hasta Los Valles, en la cuenca minera de León. El joven docente, interpretado por Víctor Sainz con gran pujanza, estará enfrascado en las movilizaciones, en las huelgas y en todos los sucesos ocurridos en la conocida como Revolución de Asturias de 1934 y, después, en el comienzo de la Guerra Civil. El argumento pasa rápido y no podemos asumir con comedimiento los diálogos, en los que vibra la dialéctica. Queda claro, si acaso, esa manera tan abrupta de la II República de extirpar la religión de los colegios. Demasiado choque para tantos aldeanos educados emocionalmente en la fe. Así lo expresa Ainhoa Santamaría con sentida furia haciendo de una vecina. También el oficio de estos maestros, sus dificultades, sus nuevas didácticas, sus ilusiones deberían plasmarse con mayor extensión. Nos faltaría, entonces, retrotraernos en esa misma sala al montaje de 1936 para continuar.
Merece la pena destacar el movimiento general del reparto (ideado por Alba Blanco), cómo se plasma la vibración del grupo en constante actividad y cómo se elaboran las transiciones gracias, además, a la música de Kevin Dornan, que puntualiza la emotividad, la ilusión y, después, el pánico con gran vigor. Se inmiscuyen en un espacio límpido que va llenándose con la casa ruinosa, explotada, que será el símbolo de la propia España. Así lo materializa excelentemente Pablo Chaves con esa escenografía que va descendiendo por partes a lo largo del espectáculo. Por lo tanto, la propuesta posee una factura atractiva y motivos para su admiración. No obstante, aquellos acontecimientos, aquellas gentes, aquellos maestros y maestras requieren otro vuelo más sutil.
De Josefina Aldecoa
Adaptación: Aurora Parrilla
Dirección: Raquel Alarcón
Dirección asociada: Laura Ortega
Reparto: Esther Isla, Thomas J. King, Andrés Picazo, María Ramos, Julia Rubio, Víctor Sainz, Ainhoa Santamaría, Fernando Soto, Alfonso Torregrosa, Pablo Vázquez y Manuela Velasco
Escenografía: Pablo Chaves
Iluminación: David Picazo
Vestuario: Paola de Diego
Música y espacio sonoro: Kevin Dornan
Videoescena: Elvira Ruiz Zurita
Movimiento: Alba Blanco
Ayudante de dirección: Sabela Alvarado
Ayudante de escenografía: Amalia Elorza
Ayudante de iluminación: Marina Cabrero
Ayudante de vestuario: Vanessa Actif
Ayudante de sonido: Giovanni Mandrisi
Ayudante de vídeo: Alba Trapero
Diseño de cartel: Emilio Lorente
Tráiler: Macarena Díaz
Fotografía: Geraldine Leloutre
Producción: Centro Dramático Nacional
Archivo sonoro procedente de los fondos de la Biblioteca Nacional de España
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 11 de enero de 2026
Calificación: ♦♦♦
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