Emilio Ruiz Barrachina recrea las últimas horas de Federico García Lorca en un espectáculo con altibajos dramatúrgicos

Quizás resulte un tanto equívoco el nombre de la propuesta, pues el subtítulo: Pasión y muerte de Federico García Lorca, le hace más justicia. Ciertamente, partimos de Comedia sin título, la obra inacabada que Alberto Conejero «completó» con El sueño de la vida (lo de Marta Pazos fue otra cosa muy distinta). Precisamente, este dramaturgo, tan influido por el poeta, tuvo un éxito tremendo con La piedra oscura, cuando recreó la biografía de Rafael Rodríguez Rapún, el amante de nuestro protagonista. También aquí se hace referencia a este hombre y, de alguna manera, asistimos a una escena repleta de cariño y de compasión entre Federico y el joven Aurioles, un falangista amigo que lo visita cuando está encerrado, que Dani Neck acoge con candor.
Desde luego, la idea de esta función es tremendamente interesante en cuanto que pone sobre las tablas un relato más certero sobre el fusilamiento de Lorca. Nombres y apellidos, individuos concretos que Miguel Caballero investigó en su momento y que dejó por escrito en Las trece últimas horas en la vida de García Lorca, con prólogo de Emilio Ruiz Barrachina. Este ha mezclado la pieza ─a partir de ese único acto que nos queda─ con estas indagaciones para trazar un itinerario bastante alejado de aquel otro éxito de los últimos tiempos ─y que volverá esta temporada─ Una noche sin luna. Aquí el asunto, aunque esté perfilado con onirismo y lenguaje simbólico, es más prosaico, menos poético. En definitiva, el martirologio del asesinado más célebre de la guerra civil queda trastocado por las rencillas familiares. Se pierde la épica que el personaje ha arrastrado durante tantas décadas. Terrible, en cualquier caso.
Inicialmente, aparece Juanma Díez Diego encarnado en el malhadado dramaturgo para declamar ese provocador sermón: «No voy a levantar el telón para alegrar al público…». El intérprete ganará en fluidez y en hondura en los diálogos hasta llegar a una compunción reseñable en los últimos embates. Los puntos de interés están más en las pinceladas que nos permiten reconstruir los enfrentamientos vecinales de aquella Granada. Creo que la estructura que ha ideado Ruiz Barrachina es un tanto caótica, y demasiados caracteres se quedan sin profundización posible. Es decir, asoman para dar explicaciones sobre envidias, desacuerdos y odios entre los Roldán y los García (con el padre del escritor al frente). O de diferentes acusaciones sobre los Rosales por dar cobijo, como se sabe, al propio poeta en sus últimos días. Así ocurre con Esperanza Rosales, que interpreta Bárbara Caffarel, y que surge envestida de Titania en ese ensayo de Sueño de una noche de verano, tal y como viene reflejado metateatralmente en el original. O luego con Alberto Closas que da seriedad a su Miguel Rosales. Seguramente sea más clarificador Valentín Paredes, quien hace de abogado Trescastro, y que irrumpe por el patio de butacas (las luces de sala son antiteatrales) para quejarse con mucha inquina sobre cómo se había degradado a Francisca Alba Sierra en la insigne tragedia (según asevera el investigador), de la cual se habría realizado una lectura. Esa sería otra de las familias en liza por varias tierras y otros temas en litigio. Después tendrá oportunidad de insistir en su pujanza hasta el desenlace. También de cómo se tildaba a la guardia civil en alguno de los más conocidos poemas será una forma de favorecer el pulso.
La función sufre diversos altibajos, como si nos adentrara en un compás de espera, entre que se mantiene en la Comedia sin título y se enfoca hacia esas horas aciagas. Desde luego, me parece que nuevamente hay que destacar la actuación de Enrique Simón, un actor sobresaliente, que aquí se encarna en Ramón Ruiz Alonso, aquel político de la CEDA que se presentó en casa de los Rosales para detener al poeta. Por otra parte, César Lucendo podría haber tenido más recorrido dramatúrgico para que su protagonismo ejecutor en el rol de Antonio Benavides, con esa brutalidad, estuviera más matizada, más redondeada; ya que se cae en el efectismo con aquello de «rojo y maricón».
El espectáculo se condensa en poco más de ochenta minutos, y uno termina con la sensación de que el contenido es muy sugerente; pero que el desperdigamiento es excesivo. Con todo ello, el director y adaptador, quien entregó en el mismo escenario hará unos meses Magia, ofrece un montaje que resultará satisfactorio a todos aquellos que anhelen reconocer los entresijos de una historia aciaga.
Dramaturgia: Federico García Lorca
Adaptación y dirección: Emilio Ruiz Barrachina
Reparto: Juanma Díez Diego, Valentín Paredes, Alfonso Torregrosa, Bárbara Caffarel, Alberto Closas, César Lucendo, Enrique Simón, Dani Neck, Juan Pedro Schwartz, Ángel Héctor Sánchez, Rebecca Arrosse y Miguelo García
Director de producción: Jesús Aguilar
Estilismo: Manuel Mon
Diseño de vestuario: Rebecca Arrosse
Escenografía: Óscar Losada
Director técnico e iluminación: Rafael Echeverz
Producción: Hemisphere Teatro
Gran Teatro Pavón (Madrid)
Hasta el 8 de septiembre de 2025
Calificación: ♦♦♦
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Un comentario en “La comedia sin título”